Capítulo Dos

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Capítulo Dos

¿Cómo mi padre se había enterado de mi amor —aún no muerto— por América? No lo se, y tal vez aquel hombre al que debo mi vida sabe más de mí de lo que me imaginaba. Me encontraba algo contrariado, pero no triste o deprimido, y ni siquiera culpable por lo que estaba a punto de hacer.

Mi relación con América siempre había sido algo lleno de emoción, pasión y suspenso. Todo siempre estaba prendiendo de un hilo si se trataba de ella, sus arranques de furia o también sus repentinas ganas de seducirme a cualquier costo. Aquello momentos me hacían recordar todo lo que perdí en un instante por no saber perdonar.

Horas y horas estuve pensando mientras me quedaba tumbado sobre el colchón observando el techo. ¿América me perdonará? ¿Debo mostrarme cortante con ella? No, no debería; después de todo lo que quería era volver a conquistarla. Pero la pregunta más contundente era... ¿Sería capaz de lastimarla tanto? ¿De quitarle el niño que tanto tiempo deseó sola? No era un secreto que ella siempre los había querido.

Pero ahora demasiado egoísta como para renunciar a ella. Esta también sería mi única oportunidad de ser feliz... ¿Qué sediento niega el agua?

#

La decoración del palacio era hermosa, mejor que los bailes de navidad o cualquier otra celebridad. Kriss había viajado junto con su familia, y yo ni siquiera le había preguntado si quería estar aquí. No quería que se interpusiera entre América y yo aquella noche. Suponía que Kriss ya intuía para qué era la gran fiesta... Una forma de ocultar que el rey iría a la cama con otra mujer que no es su esposa.

Como Kriss tiene una capacidad especial para hacer escándalos y llorar en público, creo que ha tomado la decisión correcta de marcharse por esta semana. Eso me daría tiempo a mí de ganarme a América.

Una sonrisa triunfal se despejó en mi rostro mientras imaginaba a América aquella noche en que me había dicho... —Maxon Schreave, te quiero. Te quiero— Sentí que millones de mariposas se arremolinaban en la parte superior de mi estómago, y cerré los ojos buscando recordar la urgencia de sus besos luego de sus palabras, su fina piel contra la mía sin ninguna barrera; como casi la hice mía y como sentí que éramos uno a pesar de no haber estado realmente con ella.

No en vano decían que lo mejores recuerdos se sienten a flor de piel.

Decidí que el uniforme formal del rey era demasiado para esta noche porque sé bien, América ama lo humilde, y era aquello lo que me llenó de admiración hacia ella. Sencilla, sin demasiadas ambiciones; tan solo el bienestar y seguridad de su familia.

¿Qué habrá sido de ella?

Hoy lo descubriría.

Un traje azul marino—no por casualidad—y una sencilla rosa en el bolsillo fue mi elección. Me miré al espejo antes de marchar al gran salón. Mi padre estaba allí, sonriendo de oreja a oreja mirando hacia mí.

Los guardias estaban dispersos, y no pasó desapercibido para mí uno en especial... El soldado Leger. Personalmente me había encargado de que él no vuelva a su ciudad, y se quedara a cumplir su juramento. Debería agradecer la vida, ya que no había hecho nada para que él o América pagaran su pecado. Su mirada gélida era siempre dirigida hacia mí, y aquello no me decía más que Leger aún quería a América.

Sin él, dudo mucho que América se haya desposado.

Me inflé el pecho de orgullo, y caminé directo a mi trono para ver todo desde allí. Todos dejaron sus respectivas actividades, y en una reverencia se inclinaron hasta que ocupé mi silla junto a mi padre. Luego volvieron a retomar los bailes.

La risa de mi padre llenó mis oídos, pero aún así era demasiado discreta como para que los demás la oyeran.

—No sabes lo hermosa que está la pelirroja, Maxon—suelta de repente—La verdad, si me lo hubieran dicho durante la selección no lo hubiera creído. Además, sus andrajos son espectacularmente horribles, aún así no opaca sus cualidades de mujer.

Algo sorprendido lo miré, y aquella sensación que tenía con Aspen Leger llegó a mi pecho, quemándome con rabia apenas contenida. ¿Por qué tenía que opinar del cuerpo de América?

—Seguro—gélido respondí, y entonces empecé a buscar con la vista a aquella dama que había cautivado hasta la mirada del rey Clarkson.

La música sonaba suave, dulce y armoniosa; pero aún así todavía no oía el melodioso violín de América. Aquel pequeño trocito de madera perfectamente tallado sonaba como si un ángel lo acariciara y con él sacara notas sublimes para su Dios.

La multitud se amontonaba hacia los costados, y por más que me estirara prudentemente para verla, no lo conseguía.

—No la verás desde aquí—mi padre rió otra vez, al ver mis intentos—Será mejor que vallas abajo, y busques a la mujer encantadora...

Mi rostro no podía expresar mayor sorpresa. El tono que uso para pronunciar aquellas palabras "La mujer encantadora" era el de un hombre contento. Mi padre jamás estaba contento. Aún así, aquella sensación de disgusto hacia mi padre crecia a medida que alagaba a América.

—No pongas esa cara, hijo—dice de repente—Haz lo que te ordeno, mejor.

Se giró hacia un lado, buscando su copa de vino antes de mirar al duque Harry desde su lugar, y le dedicó el trago siguiente.

Terminé por entender que quería que me sintiera algo incómodo para retirarme. Y así lo hice. La muchachitas murmuraban a mis espaldas, y podría jurar que escuchaba algunos de sus comentarios para nada inocentes sobre mi cuerpo. Eso solo hizo que mi autoestima fuera aún más arriba, y confiado caminé hasta llegar a mi objetivo.

En la esquina, una bastante oculta ante la vista de todos, se encontraban los Singer tocando su música, y como se les caracterizaba desde siempre... Se veían amándose a través de ella. Primero estaba un niño de más o menos once años tocando una flauta, lo identifiqué como Gerad... Luego estaba May, que ya era una señorita; idéntica a América en realidad, ella tocaba con gran agilidad las teclas del piano, sin golpearlas pero tampoco acariciándolas, era algo perfecto.

En un vestido demasiado grande para una cintura tan pequeña se encontraba a la persona que registré como América Singer, no me vio porque tenía los ojos cerrados mientras con todo su cuerpo expresaba la melodía de su pequeño violín. En esta ocasión, no podía estar más de acuerdo con mi padre; América había cambiado demasiado. Ya no tenía un busto pequeño, ahora tenía unos pechos firmes que estaban perfectamente a la vista con su escote, también las caderas se habían agrandado haciendo que su cintura quedara demasiado graciosa en ella. Tenía un cuerpo esbelto, maravilloso ante los ojos de cualquier hombre... Incluso la propia Celeste si la viera, se moriría de la envidia... y yo solo podía morirme de celos.

Su rostro sin embargo, no había cambiado para nada... Seguía siendo aquella simpática niña pelirroja, y aunque no podía ver sus ojos directamente, sabía que en aquellas pupilas color cielo aún se reflejaba el amor.

El vestido que tenía, era excesivamente viejo, y no pude evitar preguntarme el porqué de aquello, la fortuna que se había llevado luego de la selección la dejaba como una dos, además de que al momento de entrada ya era una tres... ¿Por qué estaban aquí entonces? ¿Por qué estaban solo tres de ellos? ¿La madre no debía estar aquí también?

La pieza terminó de repente, y entonces los ojos de América se abrieron con cierta urgencia. Se conectaron con los míos por una milésima de segundo, pero en ese momento para mí el tiempo se había congelado. Seguíamos siendo los mismos... Podía jurarlo.

Sin (A Kiera Cass Novel FanFiction) #WWADonde viven las historias. Descúbrelo ahora