La Mascara De Baphomet

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Durante el tiempo que te tome leer esto, quiero que me acompañes a un distante pasado, en donde nuestros autos, teléfonos, internet y todas las comodidades actuales ni siquiera habían sido imaginados. Nuestro mundo y la sociedad eran muy diferentes en ese entonces, la fe y la realeza, gobernaban todo el este de Europa, y en los monasterios habitaban los seres más cercanos a dios, hombres que habían dedicado su vida, solo a la oración y la contemplación.

En uno de estos monasterios, ubicado en el interior de una cueva al este, entre las montañas, Había un tesoro guardado celosamente bajo la orden del papa Gregorio IX, y que databa de las misiones templarías.

Dicho monasterio era habitado por monjes entrenados en el arte del combate, y que tenía a su disposición el más poderoso armamento disponible para la época. Pese a la fortificación del lugar, el rumor logro traspasar la soledad de las montañas y llegar hasta las ciudades, donde varios forajidos, cazadores de tesoros y criminales, se armaron de valor e intentaron obtener el legendario tesoro.

Durante varios años, cualquier intruso que codiciara el tesoro se enfrentaría al poder de los monjes, con cada intento, era masacre tras masacre. Y los que sobrevivían, eran encerrados y torturados, rogando por la muerte cada día de sus vidas, la cual se les concedía tras semanas de cruda agonía. La horrible situación, empezó a afectar a ciertos individuos de voluntad débil en el monasterio. Eran aquellos monjes que aun estaban verdes y no llevaban más de un par de meses recorriendo el sagrado camino.

Uno de estos monjes, que ni siquiera había cumplido un día en el monasterio, sentía una presión en el pecho y una extraña sensación en la garganta. Eran los síntomas de la duda y lo estaba consumiendo, siendo solo detenido de hacer una estupidez – como él decía – por el temor que le provocaba imaginarse el desenlace.

Dado que era el más joven y recién llegado, era muy probable, que él jamás supiera lo que había realmente en la cámara del tesoro, hasta que su cara se arrugara y su mirada fuera más sabia, sin embargo, había cosas que no cuadraban. "Las cámaras del vaticano eran diez veces el monasterio, e incluso mejor protegida, por más increíble que pareciera, y transportarlo en barco tampoco parecería un problema."

Él sabía que continuar con estos pensamientos era un camino sin salida, trato de avanzar y volver a la realidad de su situación, hacer el bien día tras día, dar las gracias y rezar por un mundo mejor. La monotonía de su trabajo en el monasterio solo era rota de cuando en cuando, y siempre era por una alerta en el perímetro. Mucha sangre derramada, muchas vidas que se esfuman una tras otra por la codicia, mientras el monje se asqueaba ante la matanza, la sensación de angustia era pronto remplazada por duda. Esta vez, ya no podía ignorarla, ya no se sentía como curiosidad. No, ahora más parecía una obsesión, como si el tesoro lo estuviera llamándolo a él. Ya a varios les había pasado para ese entonces, incluso entre los ancianos del monasterio, todos pasaron de salvaguardar el tesoro a formar parte del coro de agonía en los calabozos, junto a todos los demás sobrevivientes.

Hacer el bien día tras día, dar las gracias y rezar por un mundo mejor. La monotonía del trabajo en el monasterio se vio rota nuevamente, el inconveniente, sin embargo, no era un intruso tratando de robar el tesoro, o mejor dicho, no era un intruso tratando de robar el tesoro DESDE FUERA del monasterio. Las paredes temblaron, un poderoso sonido se oyó desde los calabozos y un fuerte son de guerra se cantó. Los prisioneros habían escapado de su prisión de hierro y ahora, estaban sueltos y cobrándoles a sus torturadores con el mismo sufrimiento que vivieron día tras día. Mataron a sus captores con sadismo, los prisioneros empiezan a hacerse camino hacia la salida de los calabozos, y directo hacia el tesoro.

Con sus espadas en alto y sus perros de ataque preparados, los monjes se pusieron en guardia, pese a que las puertas del calabozo solo se podrían abrir desde afuera, sabían que, con los guardias muertos y sus espadas ahora en manos de los convictos, era cuestión de tiempo hasta que abrieran la puerta. Los monjes estaban posicionados frente a la puerta, en los más jóvenes, se podía ver el miedo, escurrir de sus frentes y salir de sus pulmones como una respiración acelerada.

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