El día en el que Guillermo había llegado a ese maldito lugar, así lo llamó desde el primer momento, transcurrió demasiado lento para este chico.
Tuvo que escuchar todo tipo de burlas por parte de sus vecinos de celda, a los cuales empezó a odiar nada más escucharlos hablar, incluso tuvo que aguantar que en el comedor lo hicieran tropezar, dejándole caer su bandeja al suelo. Poca comida quedó intacta. Así que no comió demasiado esa noche. Aunque tampoco es que tuviera demasiadas ganas. Todo aquello era una mierda.
Por suerte el primer día había pasado, y ahora tendría que enfrentarse a uno nuevo.
Se levantó, lentamente, de su cama, sintiendo un fuerte dolor de espalda.
La noche anterior pudo notar cómo los muelles se clavaban con agresividad en su cuerpo. Había probado varias posturas, pero al final la primera era la más cómoda, boca arriba.
Se quedó de pie, inmerso en sus pensamientos.
Esa jaula era demasiado pequeña.
Se acercó a los barrotes, intentando ver algo, y lo único que consiguió es que uno de los guardias se acercara a él.
—¿Qué quieres? —le dijo de malas ganas.
Guillermo dio un paso atrás y se cruzó de brazos.
—Sólo quiero saber la hora. —El contrario lo miró con mala cara. Remangó la tela que cubría su brazo izquierdo y volvió a mirar al preso.
—Son las siete —Volvió a cubrir su antebrazo—. Todavía no es la hora del desayuno, así que vas a tener que aguantarte.
El hombre desapareció de allí.
Las voces habían despertado a Samuel.
—¿Quién mierda ha conseguido que me despierte? —Alzó la voz, al mismo tiempo que se ponía en pie.
—Tu nuevo amigo me ha pedido la hora. —Se escuchó en la lejanía.
El hombre sabía que estos dos se odiaban, y eso que sólo acababan de conocerse, lo que era divertido para él. Si conseguía que ambos se matasen, sería todo un alivio.
No es que tuviera nada en contra del nuevo. En lo que llevaba allí, aún no se había metido en líos. Pero sí estaba harto de Samuel y Percy, y si se los quitaba de en medio, no iba a ser él quién lo lamentase.
Samuel miró en dirección a la celda de Guillermo, pero no pudo ver más que el brazo de este desapareciendo de su vista. Frunció el ceño, miró a su espalda, y continuó con su rutina, algo más temprano de lo normal.
El chico, al igual que Percy y muchos presos de allí, hacía ejercicio. Había pasado a tener muchísimo tiempo libre, así que podía hacer todo el que quisiera.
Empezó haciendo flexiones, unas sesenta, continuó con las abdominales, era lo que más fácil le resultaba, de estas hizo casi unas ochenta, y luego siguió con otras sesiones.
Al cabo de unas horas, Percy despertó.
Parecía que olía la hora del desayuno, al menos eso era lo que pensaban todos.
Una horda de policías comenzaron a acercarse a la zona en la que estaban los prisioneros.
Tenían que sacar a los tres hombres de ese pasillo, y tenían que hacerlo con cuidado.
Primero se dirigieron al más peligroso, Samuel.
Como eran las reglas allí, lo mandaron darse media vuelta con las manos unidas a su espalda, facilitándoles el trabajo a los carceleros.
Abrieron la puerta, esposaron sus manos, sin dejar de prestar toda la atención posible al preso, y lo sacaron de allí.
Como iba en contra de las normas acumular en un mismo pasillo a más de un preso, a cada uno de ellos que sacaban debían de llevárselo al lugar determinado.
Luego sacaron a Percy y, por último, al nuevo.
Los habían llevado a las duchas.
A cada planta le tocaba una hora, y en la que estaban ellos, solía ser por la mañana, antes del desayuno. Aunque no siempre tenía que ser así.
Tomás se acercó a sus amigos, con una sonrisa endiablada. Samuel y Percy le dijeron algo en voz baja, cosa que no pudo oír Guillermo, a pesar de no estar muy alejado de ellos.
Entonces, estos, desviaron la mirada hacia él, y pudo imaginar que las palabras que habían estado compartiendo esos tres no podían ser demasiado buenas.
Un hombre pasó por delante del moreno. Lo miró y decidió darle un consejo.
—No te acerques mucho a ese hombre —dijo, refiriéndose al que tenía antecedentes por causar muertes en las duchas—. Todo el que se encara con él, no vive para contarlo. Además, hace unos días me enteré de que se ha librado de la pena de muerte. Lo que significa que estará por aquí, mucho tiempo. Hasta que se muera o alguien consiga matarlo.
Guillermo frunció, levemente, el ceño. Asintió con la cabeza y el hombre pasó por su lado, sin dedicarle una última mirada.
Miró sus pies descalzos y avanzó a pasos lentos hasta quedar debajo de uno de los grifos de ducha. Lo abrió e ignoró todo lo que lo rodeaba, pero eso era algo que no duraría mucho.
El brazo de Tomás tocó su hombro, llamándolo para que se girase, lo cual hizo de inmediato.
—Tú debes ser Guillermo —dijo, con una gran sonrisa que reflejaba de todo, menos amistad—. Me han hablado de ti. Pero por desgracia, no sé demasiado.
Samuel y Percy se unieron a él. Este último cortó el agua, que caía sobre el cuerpo del chico.
—Yo soy Tomás, me conocen muchos por aquí. —Samuel sonrió con maldad.
Guillermo intentaba controlarse en mirar sólo al que le estaba hablando, pero ver frente a él, tres cuerpos fuertes que amenazaban con romper el suyo, no tan fuerte, lo desconcentraba.
—Cuéntanos sobre ti —continuó hablando—. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué hiciste?
—Eso, cuéntanos porqué —Percy se mezcló en la conversación—, pequeña rata.
Guillermo sentía un fuerte impulso por impactar su puño contra una de aquellas caras, en realidad le hubiera gustado golpear a los tres, pero no quería tener que meterse en líos tan pronto. Además, eran tres tíos contra él, e imaginaba que nadie iba a ayudarlo si aquellos decidían matarlo allí mismo.
—¿Vas a empezar a hablar, o tendrá que hacerlo mi puño? —Aquella pregunta que formuló Samuel, dejó a Guillermo paralizado por un momento. Le diría la verdad. Y se la diría al mismo tiempo que sacaba su verdadero, y amenazante, yo.
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Prisioneros [Wigetta]
FanfictionSamuel y Guillermo son dos prisioneros que empiezan su relación con mal pie. Uno hará lo posible para encarar al otro, quien, en vez de rendirse y dejar de molestarlo, se hará cada vez más pesado. ¿Qué pasará entre estos dos chicos? ¿Decidirán, alg...