Capítulo 35: El Ángel de la Muerte

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Era medianoche. Giselle dormía desnuda en su cama, después de haber sido "visitada" por su fiel servidor una vez más. A diferencia de la vez anterior, esta vez no se había mostrado descarado e insistente, sino que había esperado con paciencia a que ella le aceptara de nuevo en su cama. Ella no tenía nada que perder, pero le recordó que seguía siendo su jefa y que aquellas permisivas intimidades no cambiaban nada respecto a su anterior relación.

Schäffer, por supuesto, no tenía nada que objetar a ello, y hasta parecía disfrutar con aquella extraña situación de siervo sexual, que por otra parte él mismo había propiciado. Al rato de haberse retirado, ella se durmió y habían pasado unas dos horas cuando se despertó, acuciada por el presentimiento de que había alguien en su habitación. Cuando estiró el brazo y encendió la luz, se encontró frente a su hija.

Betsabé estaba sentada en una butaca que había al lado de la cama, muy erguida entre las prendas de ropa de Giselle que había colgando de la butaca y esparcidos sobre la alfombra. Sus manos reposaban sobre las rodillas juntas y vestía su capa blanca, con la melena esparcida sobre la capucha caída.

- Me has asustado.- dijo Giselle, cubriéndose con la sábana.

- ¿Qué estás haciendo? – murmuró Betsabé con su tono indolente, arqueando las finas cejas en una expresión por lo demás inexpresiva.

- ¿De qué hablas? – Giselle se pasó la mano por los ojos, soñolienta.

La mujer Nephilim suspiró, como conminándose a tener toda la paciencia del mundo, y entonces dijo suavemente:

- Has abandonado tus investigaciones en la Isla, para ir a retozar con ese bruto visceral de hotel en hotel, mientras tramas una especie de asesinato múltiple. ¿Qué crees que estás haciendo?

Parecía levemente, sólo levemente irritada. Giselle se incorporó dejando caer la sábana sobre su regazo y tanteó la cabecera de la cama en busca del paquete de cigarrillo. Se tomó su tiempo para escoger uno, encenderlo, darle un par de caladas y reclinarse sobre la cabecera, mientras Betsabé le clavaba la mirada.

- Me siento honrada.- dijo la doctora expulsando una línea de humo. Mi hija se digna a preocuparse por mí.

- No estoy de humor, madre.- siseó Betsabé, recalcando esta última palabra con tono frío y antinatural.

- Pues aprende de tu padre. – contestó Giselle – Él tuvo paciencia hasta el final y vivió desde los albores de los tiempos. Y no se te ocurra hablarme en ese tono. Nephilim o no, estás aquí porque yo te he creado.

Expulsó otra calada de humo, sintiéndose satisfecha de sí misma, mientras Betsabé aguardaba en silencio.

- Creía – dijo la doctora por fin – que no te interesaban mis experimentos, que te traía sin cuidado que los hiciera o los dejara de hacer. Y he aquí que apenas los he dejado, acudes alteradísima a ver qué me pasa. Debí haberlo hecho antes.

- No te confundas – intervino la bella – Me preocupas porque estás loca. Lo que quieres hacer es absurdo. Y no conviene a mis propósitos.

Giselle se irguió como si la hubieran pinchado, mostrando sus pequeños y rosados senos.

- ¡Tus propósitos! – escupió - ¡Estoy harta de tus propósitos! ¡Ingrata ignorante! ¿Quién te dio la vida, quién te crió? Sin embargo me vuelves la espalda como si te avergonzaras de mí. ¡Te inicias en el culto de esa diosa infernal y olvidas que todo me lo debes a mí!

Con un movimiento brusco, aplastó el cigarrillo en un cenicero que había sobre la mesilla de noche. Betsabé seguía mirándole con frialdad.

- Estás loca.- repitió con calma – Sólo piensas en tu estúpida venganza. La muerte de todos ellos no cambiará nada.

Tomb Raider: El Cetro de LilithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora