IV. DÍAS DE ENTRENAMIENTO

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Aproximadamente a cinco kilómetros al sur de Erbil, en las afueras de la ciudad, el vasto campo de entrenamiento de las Fuerzas Peshmergas iniciaba sus actividades muy temprano. El sol no llegó a asomar por el horizonte que ya un selecto cuerpo de hombres había abandonado sus literas para comenzar las prácticas. En una madrugada templada, en pleno alba, ciento cuarenta y ocho peshmergas realizaban flexiones de brazos hasta el límite de sus aptitudes físicas. Bajo los insoportables y derrotistas gritos de dos instructores, aquellos reclutas comenzaban el primer día de entrenamiento en el cuerpo de élite.

Kahler se paseaba entre sus hombres que hacían lagartijas. El mercenario vestía sus tradicionales botas de campaña, un pantalón camuflado del desierto y una remera azul con la inscripción de Typhon Corp. la compañía militar para la que prestaba servicios. Su gorra azul marino con las siglas "TC" también en blanco y sus gafas de sol puestas y enlazadas con un cordón por detrás de su cuello, le daba la fiel apariencia de cualquier contratista militar del mundo. Con sus fornidos brazos cargaba dos bolsas de arena de veinte kilogramos, y cuando algún recluta osaba levantar la vista mientras hacía lagartijas, Kahler le depositaba aquellas bolsas sobre su espalda y a puro grito lo obligaba a hacer diez más. Su intención, estaba más que clara. Durante aquel primer día, procuraba hartar física y mentalmente a su tropa. Los débiles abandonarían pronto, dando curso así, al desgarrador proceso de selección. 

A los diez minutos de continuas lagartijas, algunos con bolsas de arena sobre sus espaldas, empezaron a caer al suelo los primeros derrotados. Sus brazos cedían ante el peso de sus cuerpos y caían sin más con sus rostros sobre la arena. Respiraban jadeantes, transpirados y agotados. Nicholai se acercó al Capitán, y en voz más baja para que no escuchen el resto de los reclutas, espetó:
— ¿No será demasiado para el primer día?
Kahler le profirió una sonrisa.
— ¿Esto te parece demasiado? No tienes idea lo que les espera la semana que viene...
Nicholai lo miró horrorizado. No, la verdad es que no se lo imaginaba. 

A las lagartijas, le siguió el trote. Los ciento cuarenta y ocho reclutas, tomaron unas pesadas mochilas de campaña preparadas para la ocasión y las colgaron sobre sus hombros. Sus pesos variaban entre los 15-25 kilos, dependiendo de la contextura física y el pesaje de quien la cargaba. Y cuando estuvieron listos, sin darle unos segundos para que tomaran aire, Kahler los mandó a la carrera. La vuelta a todo el campo de entrenamiento, contabilizaba un total de 3 kilómetros, y, tan solo el contingente de reclutas alcanzó a dar la primera vuelta, sus fusiles cargados con munición los esperaban en hilera. Pero no para hacer práctica de tiro, sino para llevarlos encima y dar quince vueltas más. En el primer día de entrenamiento, ya varios comenzaban a creer que no resistirían otro amanecer más. 

Desde lo alto de una garita de seguridad, Kahler seguía a través de sus binoculares al contingente de reclutas que trotaba alrededor del predio. Las diferencias comenzaban a notarse. Mientras que los más fuertes llevaban la delantera por cientos de metros, los débiles comenzaban a fatigarse y quedar relegados atrás. En el mismo orden, una buena porción de soldados se ubicaba justo en el centro. Aquellos eran los más preferidos por Kahler, porque se trataba de quienes regulaban su aire y la resistencia de sus músculos para alcanzar el objetivo de las quince vueltas. El Capitán no quería un malón de toscos rudos e imbéciles; en su lugar, prefería soldados con disciplina que fueran lo suficientemente fuertes pero usaran la cabeza en circunstancias adversas.

—No llegarán a las quince vueltas, Kahler. Cuarenta y cinco kilómetros cargando ese peso, es demasiado.
—No pretendo que lleguen a las quince vueltas, Teniente.
— ¿A qué te refieres?
El Capitán bajó sus binoculares y con una mirada un tanto perspicaz, se explayó ante su segundo.
—Físicamente ninguno de ellos está listo para correr 45 kilómetros soportando ese peso. Pero el objetivo no es alcanzar las quince vueltas. El objetivo es tratar de reconocer a quienes están en condiciones mentales de completar el circuito.
—No te sigo...
—Claro. Imagina que te ordenan correr una distancia que tú sabes que jamás alcanzarás. En este caso, quince vueltas o 45 kilómetros. Si eres débil de psiquis, probablemente ni siquiera te arriesgues al trote o de forma muy posible abandones luego de determinada distancia. Te rendirías de espíritu. Pero si tienes la suficiente fortaleza mental, correrás lo más que puedas hasta que tus músculos digan basta.
— ¿Y cuánto sería lo necesario?
—Con que alcancen las ocho vueltas, me conformo. Cuando terminen, hazme el favor de apartar a quienes no llegaron a la octava serie.
—Hecho. ¿A dónde vas?
—A preparar el campo de tiro.

OPERACIÓN TEMPESTAD  #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora