Doce.

56 3 0
                                    

Un día, tras salir de un examen decidimos quedar en nuestro rincón.

Hacía sol y yo estaba de muy buen humor porque el examen me había salido muy bien, pero parece que a ti solo te apetecía discutir.

Al parecer, esto se volvió un ritual, cada día discutíamos más fuerte. Sobre todo por mis inseguridades.

Sinceramente, no me arrepiento de lo que comencé a pensar, comencé a creer que no estábamos hechos el uno para el otro.

Creo que nuestra relación era demasiado enfermiza; o estábamos mejor que nunca, o discutíamos demasiado.
Los dos teníamos demasiado carácter y éramos muy orgullosos. Tanto, que sé que pudimos ser todo, pero fue imposible.

Ambos sabíamos que así no se podía vivir por lo que decidimos terminar. Bueno, yo lo decidí por los dos.

Sé que la culpa fue mía. Era tan inexperta en esto llamado amor. No creía en las promesas de amor eterno, cada vez menos lo hago. Creía en el presente, en el ahora; en la realidad.
Perdóname, tuve miedo. Miedo de que me hicieras daño; miedo de dejarme llevar, miedo de dejar de ser yo.

En realidad no sabía muy bien qué hacer. De repente me vi atada a ti. Sentí que mis alas eran cortadas.

¿Te acuerdas de aquella tarde que me invitaste a cenar a tu casa? Sí, aquella tarde ya lo tenía todo tan claro.
Pero en cuanto te fui a decir que se había acabado, vi tu sonrisa. Me sonreíste y se me olvidó todo. Dejé de tener miedo. Solo quería verte sonreír eternamente. Me enamoré una vez más de tu sonrisa.

Me quedé a cenar en tu casa. Me trataste como a una reina. Comimos pizza y estuvimos haciendo el tonto toda la noche.
Pero fue la última mejor noche que pasamos juntos.

En cuanto llegué a casa al día siguiente sentí que me hacía pequeña. No podía seguir contigo.

¡Quédate! Y ya veremos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora