George estuvo gritando sin detenerse por un largo rato. Estaba teniendo un ataque de pánico y no sabía qué hacer al respecto. De todas las cosas que había imaginado alguna vez en su vida, jamás se le hubiese ocurrido imaginar que un día despertaría para darse cuenta de que no podía ver. La sensación era detestable, el sentimiento de que algo le faltaba, algo que siempre estuvo allí.
Se llevó las manos a la cara sin saber realmente qué esperaba encontrar. Sus globos oculares estaban en la misma posición de siempre, lo que le brindó un suspiro de alivio. Una cosa era ser ciego, y otra era ser ciego y tuerto. De las cuencas de sus ojos emanaba un líquido caliente y viscoso. George tomó un poco con su dedo y al olerlo pudo darse cuenta de que era sangre. Su sangre.
¿Cómo había ocurrido? Continuó con el recorrido de su tacto por los alrededores hasta que algo le pinchó la mano. Espinas. Una sección de los arbustos estaba repleta de ellas. Analizando un poco los hechos, llegó a la conclusión de que lo más probable era que hubiese aterrizado de frente con ellas, siendo sus ojos los que se llevaron la peor parte. Esto no lo hacía especialmente feliz, pero por lo menos el saber qué ocurrió era algo importante. Después de todo, tarde o temprano iba a tener que dar explicaciones.
Batalló para ponerse de pie, pero finalmente lo hizo. Pensó que nunca antes se había sentido tan mal, ni siquiera cuando le dió viruela. Y no solo se trataba del solor físico, sino de la herida emocional y el sentimiento de impotencia que le dejaba el haber perdido la vista. Pero George no tenía tiempo para permitirse ser débil y compadecerse de sí mismo. Debía encontrar a Rapunzel lo más rápido posible, aunque no tuviese idea de cómo.
- ¡Phillip! – gritó sacando fuerzas de no-sabía-dónde. Su caballo debería estar amarrado en alguna parte.
Justo como lo había deseado, pronto el caballo relinchó potentemente. Tal vez él también estuviese asustado. George se las arregló para salir de los arbustos y seguir el sonido hasta donde estaba su fiel corcel. Al parecer era cierto eso que dicen de que, cuando un sentido deja de funcionar, los otros funcionan al doble porque, al contrario de lo que pensaba, encontrar a Phill fue pan comido.
- Aquí estás, muchacho – le dijo cuando lo alcanzó. – Han ocurrido cosas malas, ¿no es cierto?
Acarició al caballo con aprecio y añoranza, y éste le retribuyó el cariño. Hubiese sido una pérdida terrible para Phillip si George no hubiese salido vivo de esa caída. El pobre animal estaba tan apegado al chico que, aunque lo encontraran y cuidaran como era debido, seguro hubiese muerto de tristeza. Lo siguiente que hizo fue tantear el pelaje del animal, desde el lomo hasta su cuello, para encontrar la cuerda con la que lo había amarrado. Una vez dió con ella, la siguió en su recorrido hasta el árbol y desató el nudo sin mayor dificultad. Una vez terminado esto, se montó.
- Bueno, amigo, sé que esto no está nada fácil, pero necesito de tu ayuda. No puedo guiarte, y de poder hacerlo tampoco conocería el camino. Pero tú nunca me has fallado. Llévame hasta ella, sé que puedes. Yo estaré tratando de no caer. Vamos, confío en ti.
Luego de este pequeño discurso se aferró con fuerza a las riendas, y tras una voz de mando Phillip relinchó poniéndose en dos patas y arrancó su carrera a través del bosque.
- Es un árbol grande.
- Lo sé.
- Se parece al de mi medallón.
- Sí, ya lo sé.
Rapunzel disfrutaba fastidiar a Gothel, aunque sabía que eso no la iba a ayudar a salir del aprieto en el que estaba. La bruja la había llevado a una zona del bosque en la que jamás había estado, y la había dejado sentada en el suelo con las manos atadas detrás de su espalda. Frente a ella, se alzaba el árbol más grande, frondoso y con el tronco más ancho que Rapunzel había visto alguna vez en su vida. Debía admitir que era hermoso, aunque sabía que lo que estaba a punto de suceder no lo sería en absoluto.
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Rapunzel, Trenzas del Destino [2do lugar en el concurso "Crea Tu Mundo"]
FantasyLa vida de Rapunzel gira en torno a dos grandes secretos, uno de ellos tan grande que ni ella misma lo conoce. Mientras la joven de 15 años distribuye sus días entre el aburrimiento dentro de la torre donde ha permanecido cautiva desde su nacimiento...