Ella era fría. Pero no como el agua del mar en verano o como el hielo de un granizado. Era fría como la nieve que cae en Central Park cada invierno. Como la brisa que corta el aliento una medianoche de enero. Pero no os equivoquéis, porque todo aquel que se atrevía a tocarla, acaba quemándose. Hacía que te ardiera hasta lo más profundo de ti. Puede que por eso no quisiera que nadie se acercara. Puede que esa fuera la causa por la cual se ocultaba tras su capa negra y su pelo rubio. Porque aquellos ojos marrones (a pesar de no ser de ningún color especial) tenían el poder de quemarte. Ella era..era especial.