Mamá me había llevado engañado a aquella librería que quedaba a tres calles de nuestra casa. Teníamos que comprarle un regalo a la horrible tía Marina, aficionada por las novelas románticas con finales trágicos, acostumbrada a leerlas en compañía de Estocolmo, su gato, y de un café negro como su alma. Puedo acordarme de las tediosas tardes en las que mis padres debían trabajar y yo quedaba al cuidado de mi tía. Ella se sentaba en su sillón floreado, con un paquete de caramelos de anís a mirar la telenovela romántica de las cuatro, un culebrón que trataba de la penosa relación entre una mujer humilde y el típico hombre rico. Aburridísima. Pero ella me obligaba a observarla a su lado, mientras que a cada rato la mujer me daba uno de sus asquerosos caramelos y me hacía comentarios como "si yo tuviese oportunidad con ese hombre ¡nunca, nunca, nunca lo dejaría ir!" o "¡María Ana Clara es una boba, como no va a escuchar la explicación de José de los Santos!". Una vez que el programa terminaba, la mujer se levantaba con un quejido y se iba a preparar la merienda. Me servía un vaso de leche caliente y me obligaba a tomarlo sabiendo que detesto con todo mí ser la leche. Luego, tomaba dos hojas y escribía ejercicios de matemática que yo debía resolver antes de que llegaran mis padres. Después se preparaba su café, agarraba alguna de sus novelas y se volvía a sentar en el sillón. Cada tanto gritaba algo como "¿Por cuál ejercicio vas? ¡Te quedan veinte minutos!". No la visito nunca más de diez minutos y sólo cuando es cuestión de vida o muerte.
La excusa inventada por mi madre para ir a comprar el libro que le daríamos a Marina por su cumpleaños número mil (chiste, debía tener como sesenta) fue que tenía que ayudarla con las compras del mercado y no sé qué tantas otras mentiras piadosas. La idea era encontrar la novela perfecta y yo tengo ese "don" para encontrar los regalos perfectos, aún cuando ni sé qué es lo que busco. No pregunten, no sé si siquiera existe esa cualidad en mí, tal vez, sólo soy muy intuitivo. Mamá es pésima escogiendo obsequios, un desastre, una catástrofe a niveles de terremoto mezclado con tsunami y con una ligera pizca de erupción volcánica.
La lectura no es mi fuerte, y evito cualquier libro a excepción de los del colegio, porque tampoco me gusta la idea de reprobar Literatura a causa de mi no- afición a leer. Las librerías me aburren, me perturban; la tranquilidad de aquellos que se sientan a leer y el olor a papel me ponen excesivamente nervioso. Por eso mismo estar dando vueltas por los pasillos de la tienda con mi madre me sonaba a tragedia griega.
Ninguno de los ejemplares o sus autores llamaban mi atención, caminaba por las repisas con cuidado, repasando los títulos que rezaban nombres llamativos y a su vez vacíos. Ninguna portada tenía lo suficiente. Nada que ver, nada que regalar. Sólo podía ver la clásica historia que la hermana de mi padre leyó una y mil veces y de las que se quejaba pero no podía dejar (a causa de su escasa vida sentimental, vale aclarar). Realmente podría haberle regalado algún libro de autoayuda que la llevara a dejar de ser insoportable, pero ni siquiera aquellos parecían decentes. Vi tantos libros tan largos pensando cómo alguien podría gastar su tiempo sentándose a leer dos mil páginas de historias cuando podrían verlas tranquilamente desde la comodidad de la televisión. Qué aburrido. Por favor.
Me di cuenta de que mamá se había ido de mi lado, pero no vi dónde. Tampoco tenía muy en claro en qué parte de la librería me encontraba, porque las novelas se habían transformado en libros de química y luego de filosofía y luego de poesía y así a medida que iba avanzando por los largos pasillos de la tienda.
Ahí fue cuando un título llamó mi atención, allá en la repisa del fondo, con letras azules brillantes, con el nombre del autor en rojo y aquel dibujo tan lindo, podía sentirme hundido en el terciopelo, en el lujo, en el vino añejado por tanto tiempo...
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El día en el que me perdí en una librería.
Teen FictionEsta es la historia de una visita a la tienda de libros para comprar un regalo de cumpleaños a mi espantosa tía. © Cuento creado por mí. Derechos totalmente reservados. Queda prohibida la copia total o parcial así como está terminantemente prohibid...