Para ti. Con amor, Brad.

Hola.

Hola. Quiero, o más bien debo, dejar en claro primero que no estoy seguro de qué te escribiré aquí, pues hay tanto que pasa por mi cabeza cuando pienso en ti, y todos estos pensamientos flotan y se mueven en mi mente cual tornado, arrasando con todo lo demás que pueda haber.

La primera vez que supe tu nombre, jamás pensé que se volvería mi palabra favorita. Tampoco imaginé jamás, que tu voz se convertiría mi melodía preferida. Pero debí imaginarlo en el momento que tu sonrisa se hizo una constante en memoria. No fui capaz de ver el indicio en el momento que sin querer sonreí al recordar como tus labios se fruncen cuando algo no sale como quieres. Me encontré la pista que había en la forma en que me sentí cuando me llamaste por mi nombre, con ese brillo en tus ojos.

Y días después todo esto me golpeó tan fuerte como un proyectil a miles de millas por ahora. Fue un golpe sorpresa, que dolió, pero a pesar del daño, lo disfruté, pues fue ahí cuando lo entendí. Me di cuenta que eras algo más que otra persona que entra en mi vida. Y me decidí a no dejarte salir de ella nunca.

No fue tarea difícil hacer hasta lo imposible por sentirte cerca, el suave toque de tus manos me impedía rotundamente soltarte. El perfume suave y dulce de cabello que quedaba en mi chaqueta era como una soga invisible que me ataba a ti, sin importar la distancia. Y yo no me resistía ante estas cosas. No podía, ni deseaba hacerlo.

No sé si alguna vez notaste, cuando esos silencios incómodos se hacían presentes entre nosotros, yo te miraba a los ojos, en un intento de explicar así todo lo que tenía dentro de mí. No me atrevía a usar palabras. ¿La razón? Tenía miedo.

Estaba aterrado ante la idea de expresarme, y que dos segundos después huyeras de mí porque no sentías lo mismo. Y más que negarme a dejarte ir, me era imposible. Es por eso que resistí mis impulsos de decírtelo. Eso, eso sí fue un trabajo complicado, y estoy seguro que en más de una ocasión pude haber revelado más información de la que debía. Pero tus labios me hipnotizaban de una forma que no era capaz de controlarme a mí mismo. Eras tú la responsable de todas mis acciones.

Eras dueña de toda mi vida. Mis días y noches te pertenecían. Con un corto llamado yo ya estaba en tu puerta para lo que necesitaras. Como la vez que no podías salir de cama y yo me quedé contigo el día entero, cuando te cantaba, te contaba chistes y hacía todo lo que podía por hacerte sentir mejor. Y te conté aquella historia para dormir.

Esa noche, cuando estabas ya soñando, y la luz de la noche te daba débilmente en el rostro, deseaba con todas mis fuerzas que soñaras conmigo, que te dieras cuenta de lo que sentía y que a la mañana siguiente me dijeras que querías como yo te quería a ti. Y te confieso que esa misma noche, no aguanté el robarte un corto beso en los labios.

Me tomó una semana más para darme cuenta que no lo soportaba ya. Te necesitaba cerca de mí, más cerca de lo que nunca lo habías estado. Y es por eso que escribo esto. Tal vez sea riesgoso, y tal vez me arrepienta luego. Pero cuando quieres a alguien debes decirlo, sin importar si no crees que sea lo correcto. Sin importar si eso derrumbe tu mundo hasta el suelo. Tú lo dices. Y lo dices fuerte. Yo, admito que soy algo cobarde, y no tengo la fuerza necesaria para contártelo de frente, no obstante doy todo mi esfuerzo en esta carta.

¿Quién sabe? A lo mejor estoy ciego. A lo mejor tú también estás enamorada de mí y yo todavía no lo he notado. O eso es al menos lo que quiero que me digas al terminar de leer esto. Creo que ahora sabes que me destruiría el corazón el hecho de que no estés interesada en mí, porque desde que te conocí te convertiste en la persona más importante en mi vida.

Eres lo único que quiero cantar, lo único que quiero mirar por horas y horas. La única persona que quiero abrazar y no soltar jamás. A la que quiero hacer feliz por el resto de su vida.

Y si no puedo hacer todo eso, por lo menos me alegro de haberte hecho saber que... Te amo.

-Brad.