PREFACIO
Corría por aquél bosque húmedo y sombrío, sintiendo con cada paso su corazón palpitante que amenazaba con ahogarla y el frío de la noche golpeando con saña su piel enrojecida por la carrera. Sus jadeos y gemidos rompían el silencio opresivo que acompaña al peligro, ese mismo silencio que la obligaba a vigilar la espesura del bosque en busca de su perseguidor. Sabía que no aguantaría por mucho tiempo, pero tenía que huir, tenía que ponerlo a salvo...
Su rostro se contrajo de dolor al caer de bruces contra el suelo, las lágrimas corrían desbocadas por sus sucias mejillas y su vestido se había rasgado en la caída dejando al descubierto unas piernas cubiertas de arañazos y enrojecidas. Miró hacia atrás con los ojos abiertos por el terror y escuchó el suave murmullo del aire contra las copas de los árboles, se levantó intentando ignorar el dolor agudo que le atravesaba el costado y se limpió con el dorso de la mano, cubierta de barro, las lágrimas.
Era consciente de que no podría huir más, que aquél ser la atraparía y conseguiría lo que quería si no lograba ocultarlo a tiempo. Con el corazón bombeándole a cien por hora, la joven examinaba nerviosa a su alrededor, atenta a cualquier ruido que le avisase de la cercanía de su extraño perseguidor. Una leve sonrisa se dibujó en su cara enrojecida cuando lo vio. Era el lugar perfecto.
El viento arrastraba un tenue murmullo y una fina llovizna había comenzado a caer. Con las piernas entumecidas y doloridas por la carrera, sorteó con precisión la maraña de maleza que se extendía sobre aquél terreno abandonado. Una maldición escapó de sus labios cuando el barro y la vegetación muerta hicieron que cayera sobre la superficie embarrada. Incapaz de levantarse de nuevo, vencida por el agotamiento y el miedo que amenazaba con enloquecerla, se arrastró con dificultad hacia la enorme piedra que custodiaba la entrada a un antiguo cementerio y excavó lo más rápido que pudo. Notaba sus dedos desgarrados por las piedras y raíces, pero no estaba dispuesta a parar. Cuando el agujero fue lo suficientemente profundo, desató con manos temblorosas el colgante que rodeaba su blanco cuello y, envolviéndolo en un jirón de su maltrecho vestido, lo enterró con rapidez en aquél terreno enlodado.
Usando las últimas fuerzas que guardaba en su cuerpo se puso en pie y, con paso vacilante e inseguro, logró alejarse lo suficiente de aquel lugar antes de que su perseguidor llegase hasta ella. Agotada, se dejó caer cuan larga era sobre el terreno embarrado como si se tratara de un lecho, esperando que aquel ser llegase a ella.
El olor de la tierra mojada la embargaba y agobiada, mientras notaba cómo la naturaleza comenzaba a despertar. Podía oír el murmullo de los roedores que volvían a sus madrigueras y aquél sonido familiar hizo que esbozara una triste sonrisa y cerrase los ojos para recordar aquellos momentos de paz que se habían visto interrumpidos tan abruptamente. Pronto notó su aliento recorriendo su cuerpo, sus manos buscaban aquél objeto que tanto ansiaba mientras observaba a su víctima con arrogancia y ella mantenía sus ojos cerrados con fuerza, porque no quería ver el rostro de aquél monstruo que la atormentaba y, desde luego, no quería que su último recuerdo fuese aquél... Ella quería recordar el rostro de su madre y de su abuela mientras la vida le abandonaba, y dirigir hacia ellas sus últimos pensamientos.
- ¿Dónde está el medallón, niña?- preguntó aquél ser con una voz aguda y gélida.
- No tengo ni idea de lo que hablas...
Un grito resonó por el bosque mientras aquél ser, furioso, elevaba a la joven y la lanzaba contra un árbol cercano. Por un momento, olvidó dónde se encontraba y sólo era capaz de ver la cara de aquél monstruo acercándose a su cuello, mientras ella, inmóvil y enmudecida por el terror, no podía gritar ni moverse, únicamente podía sollozar en silencio y rezar a sus dioses para que su vida acabase en ese lugar, antes de que aquél ser consiguiese lo que quería...
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La sombra de una esperanza (Eterna Oscuridad nº1)
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