Paranoia

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Llegas a tu casa igual que en cualquier otro día, te acercas a la puerta y para tú sorpresa, está ligeramente abierta. ¿Cómo es posible? Siempre revisas el cerrar bien la puerta antes de salir y te pasas unos minutos examinándola antes de marcharte, aunque no logras quitarte esa sensación de que has pasado algo por alto. Cada día que pasaba, temías a que esto sucediera.


Parado frente a la puerta, te debates sobre qué hacer. Puedes llamar a la policía, pero esta tardará en llegar y lo que es peor, poco o nada harán. Puedes pedir ayuda a tus vecinos, pero antes preferirías estar solo a tener que interactuar con ellos. Con esto en mente te decides a investigar tú mismo lo ocurrido.

El corazón te late apresuradamente y la ansiedad te embarga. Entras en la casa esperando echar de menos alguna de tus pertenencias, pero lo que ves te deja estupefacto. La sala está tal y como la dejaste antes de salir, inclusive el libro que estuviste leyendo aquella mañana permanecía abierto. Sin poder creer lo que miras, empiezas a recorrer el resto de la casa, habitación por habitación. Todo te resulta desconcertante, no hay nada fuera de su sitio, ni un cuadro, ni una silla, nada en la cocina, ningún libro, nada de ropa, ni una manta, ni los edredones. Absolutamente todo está en su sitio. La paranoia no te dejó dormir esa noche, temes a que quien hubiera profanado tu casa regresara, y viéndote a la cara, se burlase de ti y de tu incompetencia.

Los días transcurren con aquella monotonía que los caracteriza. Solo ha pasado una semana hasta que se repitió el incidente. Esta vez la puerta no esta ligeramente abierta, sino todo lo contrario. Escrutas el vecindario con la esperanza, o paranoia, de encontrar al perpetrador de semejante acto. Es en vano, aunque tampoco creías que funcionara. De nueva cuenta, después de inspeccionar la casa minuciosamente, te encuentras ante el mismo resultado. No se han llevado nada, ni tu televisión prehistórica, ni las bombillas, absolutamente nada.

Una semana después, el incidente se vuelve a repetir. Tu paranoia aumenta considerablemente y los ataques de ansiedad se hicen presentes. Te empieza a molestar profundamente el que irrumpen en tu casa e irónicamente no se llevan nada. ¿Por qué te hacen eso a ti? A las demás personas los vacian sin darles la menor oportunidad, ¿y ahora resulta que tú eres la excepción? ¿Es que nada de lo que tienes les ha parecido suficientemente bueno? ¿Tan pobre te han visto? Solo les ha faltado dejarte un billete de cien pesos con una nota que dijese: "Lo siento hermano, no tengo más, que Dios te ampare."

A partir de ese día te encierras en la casa con la misión de atrapar in fraganti al bromista. Transcurre toda una semana y ni un alma se aparece por tu casa. Constantemente te acercas a la ventana a espiar el exterior esperando sorprender a aquella persona que te está volviendo loco. Pasadas dos semanas, y aún sin salir de tu casa, ya desconfias hasta de tu propia sombra. Casi ya no te queda comida, lo cual significaba que pronto tendrás que salir a surtir la despensa. En todo el tiempo que haces guardia no te bañé y casi no duermes, te has convertido en un manojo de nervios. Tu apariencia hubiera causado repulsión en todo aquel que te viera. Aun así te mantienes firme en tu misión.

El tiempo transcurre, y tu paranoia no hace sino aumentar. Comienzas a hablar solo, llenando así la casa con un monólogo interminable. En ocasiones preguntas a un ente invisible, y que en tu locura crees el acosador, "¿Qué es lo que quieres de mí?". La respuesta nunca llega. Insistes preguntándole otras cosas, como el por qué te escogió como víctima o el qué llegó a robarte. Cada día desvarías más que el anterior. En una ocasión llegas a dudar de estar vivo, ya no puedes discernir lo real de lo que es fantasía. La casa empieza a adquirir un aroma putrefacto, el olor de la locura y paranoia llevadas al límite. ¿Por qué haces esto? ¿Sólo porque alguien entró en tu casa? ¿Por qué le das importancia? Al fin y al cabo no se llevaron nada, solo abrieron la puerta.

Cierto día, tumbado en la sala con un hedor fétido y una apariencia de mala muerte, algo se desliza debajo del portal. Al principio no sabes si eso ha ocurrido en realidad o si es producto de tu imaginación. Consumido por la duda te arrastras hasta la puerta, debajo de ella hay un sobre el cual estaba firmado como "L.L.".

Incapaz de entender, abres rápidamente el sobre. Lo que lees te hela la sangre.

"Buenas tardes señor Ledesma, espero la esté pasando muy bien. Se ha de preguntar el por qué no me llevé nada las veces que irrumpí en su casa. Bueno, eso no es cierto del todo, realmente si me llevé algo. Piense en lo siguiente, ¿A qué le teme una persona obsesiva-compulsiva como usted? La respuesta es sencilla, le temen a romper sus rituales. Con sólo abrir su puerta me llevé la irrisoria paz que creía tener, y eso no es todo, ya que como bono también me he llevado su cordura."

Aterrorizado, tiras la carta lo más lejos que puedes. Te llevas las manos a la cabeza y dejas salir un grito desgarrador. Perdido en la locura, empiezas a balbucear palabras ininteligibles. Sales a la calle como si fueras un poseso, admites que abandonar la casa fue posiblemente la mejor decisión que has tomado. Los vecinos se te quedan viendo atónitos. Un buen hombre intenta ayudarte, pero ya has abandonado el mundo racional, no tienes idea de lo que haces.

No recuerdas como pasó exactamente, pero tus vecinos se las arreglan para internarte en un hospital mental. Estás internado mucho tiempo, tu recuperación es lenta pero exitosa. Aprendes a tener control sobre ti mismo nuevamente.

Los primeros días fuera del hospital los dedicas a organizar tu casa, cuando esta tarea está cumplida te buscas un empleo. Es difícil conseguir uno, y aún más teniendo cincuenta años encima. Para tu suerte te contratan en un periódico donde comienzas con correcciones ortográficas. Tus cualidades con las letras llaman la atención a tal punto de llegar a tener columnas en revistas. La escritura te ha ayudado a volver a ser racional y dedicas gran parte de tu tiempo a compartir historias para tus columnas, algunas basadas en tu vivencia con aquel extraño ladrón.

***

El escrito suena bien, decides guardarlo y regresar a casa después de una ardua jornada. Al llegar a ella revisas el correo como de costumbre, no hay nada importante. Subes los escalones que conducen a la puerta, y cuando estás a punto de insertar la llave, sientes una punzada en el pecho. Tu corazón se acelera y retrocedes. Frente a la puerta hay un sobre firmado como L.L, lo tomas y lees las sencillas líneas que contiene.

"Gracias por haberme entretenido señor Ledesma, en esta ocasión aprovecho para despedirme definitivamente de usted y para recuperar lo que es mío."

Abres rápidamente la puerta e inspeccionas la casa, todo está como lo dejaste. Días después te das cuenta de lo que falta. Todas las fotos de tu hijo Leonardo han desaparecido.

Crónicas del miradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora