Paso otra noche más escondida debajo de mi cama.Como siempre, mi padre llega a casa hecho una furia, y no podré detenerlo con nada. Por ello, mejor he decidido pasar esta noche acostada sobre el abrazador frío del piso helado. Sin embargo, esta noche será diferente: esta noche tengo mucha decisión. Una decisión inquebrantable. Para resumirlo rápidamente, esta noche será la mejor de mi vida, el tiempo de mi liberación.* * *Aún tengo presente el día en que mi madre me abandonó. Se fue cuando yo apenas tenía cinco años de edad. Me dejó arrumbada, como una muñeca fea, en los brazos insensibles de mi padre. Por consiguiente, cuando mi padre se enteró de lo que hizo su mujer, entró en una completa desesperación y muchos de sus ánimos se fueron a la basura. A partir de allí, comenzó a tener malas amistades con tipos que le prometían dinero fácil y a montones: mi padre aceptó sin más. Él intuía que la vida lo había maldecido y yo me convertí en su único consuelo. Aceptó involucrarse en los submundo del dinero sucio con tal de darme de comer y que los servicios infantiles no me separaran de su lado: era su "niña" siempre.Con esfuerzos, logré terminar la primaria. La secundaria era un sueño imposible: no se me permitió llegar más lejos por falta de dinero y la pésima educación de las escuelas gubernamentales. Por suerte, contaba con algunos libros, los cuales leía de forma voraz: trataba de salvar lo poco de conocimiento que poseía. Leer se transformó en mi refugio, en el túnel escapatorio de esta vida miserable. Muchas noches mi padre traía una que otra mujer a la casa. Desde mi habitación escuchaba los golpes secos y los gemidos de su satisfacción. A mis 14 años yo ya entendía perfectamente lo que acaecía en el cuarto de mi padre. Ya intuía lo que era el "sexo", y lo agresivo que podía ser. Mi padre en sus momentos sexuales era una persona sumamente agresiva: más de una vez, después de satisfacer su cuerpo, tomó de los cabellos a la mujer que le había servido y, sin explicación alguna, la corría de nuestra casa a golpes e insultos.No obstante, a pesar de mirar repetidas veces la misma escena de la sexualidad brutal y corrosiva de mi padre, yo no quería saber absolutamente nada de ese oscuro mundo. No deseaba imaginarme cómo sería ingresar a ese universo de pérfida satisfacción sexual. Sin embargo, su agresión no sólo se limitaba al mundo sexual: cuando yo me dirigía a la cocina me obligaba a traerle algo de comer, cualquier cosa. Si la comida no le gustaba o me negaba a realizar tal acción recibía una bofetada de su parte, mientras un mar de insultos inundaba mis oídos. Nunca supe en qué momento me transformé de su "adorada hija" a su esclava particular.Intenté contactar a mama en varias ocasiones, pero nunca la localicé. Llegué a estar al borde de la locura. Una noche lo peor se desató. El demonio cobró vida. Mi padre me mostró esa noche su verdadero rostro detrás de su máscara paternal; y lo que vi fue un pérfido monstruo. Fue la noche en que yo dejé de ser virgen. Fue la noche en la que mi propio padre me arrebató lo que quedaba de mi inocencia. Tenía 14... y sí, mi propio padre me violó brutalmente esa noche demoníaca.Con mi violación, todo empeoró drásticamente. Mi padre no entró en razón ni cuando me vio tirada en mi cuarto y con mis piernas impregnadas de ese intenso carmesí que me introdujo, inevitablemente, al universo pérfido de la sexualidad: me transformé en una mujer de la forma menos apropiada, y de la única manera en la que yo no quería convertirme. Al contrario, esa escena lo excitó brutalmente; y me violó por segunda vez en esa noche. Por primera vez, sentí asco de ser su hija, de ser lo que soy ahora; y me di más asco en el instante en el que mi padre me instituyo como su nueva "amante": me siento sucia, Dios mío. Yo fui la puta de mi padre, de mi propio padre; y no lo pude evitar, Dios mío. Perdóname, mamá. No lo pude evitar...Noche tras noche, mi padre se metía a mi habitación para abusarme sexualmente. La única excusa que me dio fue que yo me parecía a mamá. «Eres la viva imagen de tu madre», me decía. «Ella te dejó en mis brazos para que yo te cuide», me repetía. No podía hacer nada. Mi cara era abofeteada; mi cuerpo magullado por su brutalidad. Sólo podía gritar en la oscuridad mientras me penetraba. Le pedía ayuda a Dios, a mi mamá, pero nadie llegaba a salvarme. Lloraba todas las noches luego de ser ultrajada varias veces y en todas las posiciones que él deseaba o se le ocurrían. Fui su puta, y espero que Dios y mi mamá puedan perdonarme de mis sucias acciones.Cuando era niña, me sentía tan feliz al comprobar que me parecía físicamente a mamá. Era un orgullo saber que había sacado sus rasgos físicos; hoy esa semejanza con mamá es mi condena, es lo que me ha arrastrado a este infierno en el que vivo ahora. ¿Por qué me abandonaste, mamá? ¿Por qué también Dios me ha abandonado? ¿Por qué tuve que parecerme a ti? ¿Por qué tuve que nacer en esta vida tan suciamente despreciable?Muchas veces intenté quitarme la vida, ya sea con cuchillos o tomando detergente como loca; pero, para mi desgracia, mi padre llegaba justo en el momento adecuado para arrebatarme de los brazos conciliadores de la Muerte. Me despertaba en los hospitales sin saber si ya estaba en el paraíso o continuaba en este infierno terrenal. Cuando comprobaba que no había logrado finalizar mi suicidio, me insultaba y lloraba amargamente. Al llegar a la casa, mi padre me daba de golpes y bofetadas y me insultaba hasta el cansancio por intentar cometer un suicidio que él supuestamente no entendía. Y tampoco le importaba, al fin de cuentas, en la noche me violaba otra vez y con eso se le pasaba la amargura del momento: «Nunca te vas a liberar de mi, hija mía», me susurraba todas las noches, mientras acariciaba mis insipientes pechos y abría con brusquedad mis muslos para introducir su asquerosidad en mí. Por supuesto que su ira la desahogaba ahora conmigo: sus puños destrozaban mi rostro; marcaban mi estomago con trastes calientes y me dejaba tirada en el suelo sin aliento luego de haberme penetrado infinidad de veces. Algunas veces, si la cosa iba peor, remataba mi cuerpo a patadas una vez que estuviera satisfecho de mí sexualmente.En más de una ocasión intentó ahorcarme. Una vez sus brazos se aferraron a mi cuello y me levantó violentamente del suelo sólo porque le había sonreído un poco al hijo de nuestros vecinos. En esos momentos, pataleaba en el aire y buscaba la manera de calmarlo usando una voz suave y delicada, como de amante excitada: algunas veces lo conseguía rápido; otras no. Y en esas veces en la que no lograba calmarlo, terminaba en el piso inconsciente por la falta de aire.Todas las noches, el fantasma del suicido se me aparecía. Me incitaba a suicidarme; cosa que no me salía a la perfección. De vez en cuando, tenía una que otra pesadilla; todas relacionadas con la imagen paterna. Y lo único que podía hacer cuando soñaba una pesadilla era despertarme con brusquedad y, una vez despierta, preguntarle al cielo, entre sollozos nocturnos, la razón de mi existencia. No entendía a mi padre: si tanto le excitaba mi parecido con mamá, porque algunas veces terminaba reclamándome mi parentesco con ella. Con el tiempo descubrí que mi padre me ultrajaba no por parecerme a mamá, sino más bien porque la odia; odiaba que lo hubiera abandonado, quizás por un hombre más bueno que él. Lejos de todo, la que pagaba los platos rotos de mamá era yo: él me violaba porque era una forma drástica e irreversible de manchar su imagen santa. Hacerme su puta era su venganza contra mi propia madre. Era ponerle un alto a mis genes maternales; y de supuestamente purificarme de cualquier idea sucia que tuviera en mi mente.Con el paso de los meses, comprendí que mi vida se limitaba a la satisfacción de mi padre. Prefería mil veces permanecer encerrada en mi cuatro y tenderme infinidad de horas sobre mi cama, con la única diversión de contemplar el techo hasta dormirme. Me había resignado a este tipo de vida; y por lo menos, deseaba sufrir lo menor posible. En ese sentido, cuando mi padre se escabullía por las noches dentro de mi habitación para hacerme suya, preferí mil veces más abrir yo misma mis piernas y dejar que él me poseyera a su gusto. No gemía (o gemía lo menos posible) ni tampoco susurraba ninguna sola palabra. Solamente me limitaba a cerrar los ojos y soñar de que ya pronto me moriría. Para fortuna y dicha de esa pobre alma que posiblemente nacería de mí, nunca quedé embarazada de las arremetidas de mi padre. Fueron tantos los intentos de suicidio con los detergentes y limpiadores de baño que mi interior se había desajustado para siempre. He de admitir que en algún momento lloré la desdicha de no ser madre como tú, mamá; pero luego de entender mi situación y el infierno en el que coexisto, la noticia me alegró profundamente: por lo menos, yo no cargaría con la culpa de traer a un niño a este infierno.Claro está que existían vecinos que probablemente sí sabían lo que estaba pasando al interior de mi casa. Pero como la gente cobarde y pútrida que son, simplemente se limitaban a lavarse las manos y chismosear entre ellos cada vez que yo salía para comprar los víveres para la comida. Esa fue la razón para que un día decidiera rotundamente no salir de casa nunca más: no quería ser la comidilla de esas personas tan asquerosas ni que tuvieran la ingratitud de mirarme con sus ojos inquisitoriales. Solamente una persona llamó mi completa atención: uno de los hijos de mí vecino, un adolescente de unos 20 años y que, en alguna ocasión, me ayudo con las compras cuando nadie más quiso hacerlo. Mi padre lo intuyó y por eso me daba una tremenda golpiza cada vez que lo miraba de reojo o le otorgaba una de mis pocas sonrisas tímidas que me quedaban aún en el alma.Debido a mi situación, el sexo nunca significo nada mas que agonía ; fue una tortura para mí. Sin embargo, cuando miraba a mi vecino desde la ventana de mi habitación, un fuerte cosquilleo cálido y penetrante me llenaba la entrepierna. Fue allí que me di una oportunidad de cegarme y disfrutar. Cuando podía y sin que mi padre me viera o lo supiera, subía a mi recamara, me desnudaba y comenzaba a tocarme ligeramente pensando en mi vecino, era el único chico que me interesaba , el único que gustaba y del que me había sentido atraida. Así fue durante un tiempo, hasta que un día, bañándome profundamente para quitarme la suciedad de mi cuerpo y alma, me masturbé pensando en él. Nunca imaginé que haría semejante cosa, pero lo hice; y de allí en adelante, me fui masturbando cada vez que podía. Por primera vez, disfrute un poco del sexo. Más sin embargo, el suplicio de mi vida no disminuyó con eso y, curiosamente, las torturas de mi padre se volvieron más penetrantes y agresivas. Todos los días fueron iguales. Todas las noches también. Enamorarme de mi vecino no cambió mi condición en absoluto; pero yo ya no me preocupaba por lo que podía sucederme. Decidí tomar una decisión con respecto a mi vida.Tomé las agallas necesarias y un día, mientras mi padre salía a trabajar, me escabullí con sigilo al cuarto de mis padres y busqué con prontitud el armario de mamá. Por fortuna, su ropa estaba intacta. Eso me alivió. Busqué entre sus ropas algo significativo hasta que lo encontré: eran unas bragas y un sostén de encaje rojo carmesí. En alguna ocasión, siendo yo muy niña, le vi a mamá estas prendas cuando la relación con mi padre iba de maravilla. Por supuesto, tampoco podía faltar el vestido rojo. Decidí probármelo. Quizás todavía fuera yo una niña, pero a mi corta edad de adolecente mi altura ya rebasaba a la de mi mamá; por lo tanto, el vestido no me quedaría tan desproporcionado como un pensaría.Me coloqué las bragas y el sostén. A diferencia de mamá, el sostén me quedó grande: mis senos eran pequeños, juveniles, casi como manzanas, y no podían compararse a los pechos grandes y turgentes que tenía mamá. Luego, me probé el vestido rojo escarlata y me quedó algo desproporcional por mi complexión.El día de mi decisión, mi padre se fue a trabajar como siempre, sin saber lo que yo iba a hacer y cómo iba a mancillar el cuerpo de su pequeña "niña". Ese día invité a mi vecino a la casa. Cuando le abrí, se impactó de verme con el vestido escarlata de mamá. No aguante ningún segundo y, jalándole fuertemente la mano para que entrara, le susurré que me hiciera su mujer.Impactado por mi aclaración, no se movió de su lugar hasta que lo besé y mi lengua se adentró en su boca. Mis manos comenzaron a desnudarlo, y él hizo lo mismo conmigo. Su sorpresa se incrementó cuando contempló mi cuerpo cubierto con las bragas y el sostén de color carmesí intenso de mamá. Me comió con la mirada y luego me desnudó con lentitud, disfrutando cada segundo. Por primera vez, me sentí avergonzada de mi desnudez. En una fracción de segundo me arrepentí de lo que haría, pero no fue lo suficientemente rápido y preciso cómo para evitar que él besara mis pechos de manzana, mi vientre juvenil, mi sexo húmedo. Me asombré de que a él le gustara mi cuerpo ...Sin que yo me diera cuenta, él ya había abierto mis muslos y se disponía a penetrarme. Y así lo hizo: primero lento y cuando se dio cuenta de que no era virgen, inició estocadas más rápidas y profunda. Por primera vez, no me contuve y gemí locamente. Le pedí que me lo hiciera más rápido y más rápido y más rápido. El frenesí nos invadió y, de un momento a otro, le pedí que se viniera dentro de mí, que no se preocupara. Así lo hizo y me gustó rotundamente.Cuando todo terminó, el cayó jadeante sobre el piso frío de la sala, pero yo tomé su miembro entre mis manos para su sorpresa. Lo metí a mi boca: sería la primera y única vez que haría semejante acción. Lo reanimé como pude y, posicionándome arriba de él, me autopenetré. Ante la posición, arqueé mi espalda y solté un gemido sonoro. Mis caderas subieron y bajaron rítmicamente; mis pechos insipientes empezaron a rebotar también: lo cabalgué con fuerza, con desesperación; quería tener esa experiencia sólo para mí...Para cuando él se dispuso a colocarme en cuatro patas sobre el piso para que mi voluptuoso trasero se elevara y pudiera recibir así su miembro por tercera vez, ya la decisión estaba más que tomada.Hoy sería el día de mi liberación.* * *Espero, como todas las noches, escondida debajo de mi cama.Como siempre, mi padre llega a casa hecho una furia, y no podré detenerlo con nada. Por ello, mejor decidi pasar esta noche acostada sobre el abrazador frío del piso helado. Sin embargo, esta noche será diferente: esta noche tengo mucha decisión. Una decisión inquebrantable. Para resumirlo rápidamente, esta noche será la mejor de mi vida, el tiempo de mi liberaciónEl piso está frío. En un arrebato de furia, mi padre rompe la puerta del baño a golpes. Al parecer, dichas personas le han mentido (Mala suerte, padre). Y como todas las noches, suelta el drama de su vida y maldice al dinero y, de paso, también a mi mamá (Eres muy repetitivo, padre).Escucho sus pasos por toda la casa (¿Me estás buscando, padre? Pues, te jodes. No pienso salir nunca más) Aún así, el miedo me invade, aunque trato de apaciguarlo en mi interior.La puerta de mi habitación se ha abierto y grita mi nombre. Está parado frente a la cama, frente a mí. Trato de contener mis lágrimas, mis ruidos... (No quiero que me escuches, padre).Mi corazón late a tal punto que siento que se me saldrá de mi pecho. Intempestivamente y para mi sorpresa rotunda, en ese momento se asoma debajo de la cama y me mira: su mirada es fría, llena de ira. Me toma de los pies y me va jalando fuera de la habitación.-¡Padre, detente!Intento resistirme, pero me lastima los tobillos (¡Te odio, padre de mierda!). Me sigue arrastrando hasta llegar a la sala, donde me deja para luego sentarse en el sillón y mirarme fijamente (¡Eres un enfermo mental, padre!).-Tú sabes por qué se fue, ¿no es así, hija mía? Tú debes de saberlo. Eres igual a ella... Tan hermosa... Tú debes de saber por qué carajos corrió de mi lado. Llámala... ¡Llama de una vez a esa puta! ¡Llámala y dile que venga de una maldita vez! ¡¿Dónde está tu madre, perra?! (En un lugar mejor que este, padre. En los brazos, quizás, de un mejor hombre que tú, padre).No le contesto en absoluto. Su ira crece. Se abalanza contra mí, tomándome los hombros con fuerza.-Me duele, padre. ¡Déjame! Yo no la puedo llamar. ¡No me llames así! No... otra vez no...-¡Yo te puedo llamar como se me dé la real gana! ¿¡sabes por qué!? ¡Porque eso eres tú! ¡Eres una maldita perra desgraciada que se deja coger por mí! – Comienza a destrozar mi sucio vestido y a arrancarme mi ropa interior; mientras yo intento resistirme como puedo.Besaba mis hombros; yo, en cambio, muerdo su oreja intentando sacarle la mayor cantidad de sangre posible. Ante ello, me abofetea y ahora es él el que comienza a morder con fuerza la tersura de mi piel, como si fuera goma de mascar. Mis gritos no paran. Las lágrimas mojan mi rostro. Vuelvo a gritar cuando mi padre encaja sus uñas en mis caderas para que abra mis muslos: me penetra con brusquedad (Padre, ¡eres un hijo de...!). No le importa hacerme daño, solamente me penetra con violencia y punto. - Eres una maldita perra... Eres mi puta, sólo mía (Si supieras que alguien más ya profanó el cuerpo de tu "pequeña". Y sabes qué más, padre: me encantó ser penetrada por el vecino. Es más joven y tiene más hombría que tú)-¡Eres mía! ¡Y vas a hacerlo cuando yo lo diga!-¡No quiero! ¡Déjame, déjame! - Trato de quitármelo de encima, pero él no deja de arremeter mi cuerpo a golpes y penetraciones.Me golpea en el rostro para callar mis gritos. Después de varios minutos de forcejeo, logra correrse dentro de mí.Conseguido su objetivo, se levanta, propiciándome a su vez una patada en el vientre. Quedo inmóvil.-¡Maldita puta! ¡Ni para tener hijos sirves, carajo! - Fuma un cigarrillo con velocidad de nicotina; fuma sin control. - ¿Sabes qué les pasa a las perras como tú, cariño?- Se pone de rodillas y, tomando mi rostro, observa mi cara enrojecida y amoratada por los golpes: un hilo carmesí se me desliza por la comisura de mis labiosPuedo sentir cómo mis pómulos se hinchan, dejando con ello múltiples marcas moradas por doquier. Él pone su cigarrillo frente a mis ojos. Lo va moviendo de un lado al otro; mientras suelta una risa cínica. Mis ojos se cierran de dolor cuando presiona el fuego del cigarrillo contra mis muslos. Grito nuevamente.- ¡A las zorras como tú, se les marca como al ganado! Así sabes quién es tu macho. - ¡Para! ¡Para, por favor, para! – Pero mi padre no hace caso alguno de mis súplicas y continúa marcando cada sección de mi cuerpo: mis brazos, mi vientre, mis piernas, mi cuello, mis pezones, mi trasero.Mi piel arde con fuerza. Posteriormente, siento cómo sus manos toman mi cuello en un intento por asfixiarme nuevamente. Intento luchar, pero ya mis fuerzas son escasas. Me aprieta con dureza extrema hasta que mi mirada se nublo como las otras veces. Cierro los ojos; caigo rendida.Cuando recobro la conciencia, me encuentro recostada en el baño, totalmente desnuda. Solo estoy yo; no hay señales de él.A duras penas, consigo levantarme. Respiro hondamente y me miro al espejo: puedo apreciar las marcas en mi rostro y un ligero derrame en el ojo izquierdo. Posiblemente, él cree que estoy muerta: que ha logrado asesinarme.Las lágrimas surgen de mis ojos, hacen que mi rostro se empape y que el dolor en él se intensifique (¡Me las vas a pagar, Tu...!)Me siento en el piso y cruzo mis brazos a manera de abrazo consolador. Trato de calmarme, de consolarme a mí misma. Estoy yo en el silencio profundo de la habitación. No soporto más esto. No quiero que todo termine así. No quiero ser su puta por siempre. Dejo de llorar. La tristeza se transforma en odio al instante: tengo ira contenida dentro de mí. (Sí, padre, tengo ira por ti). Todo va a cambiar de ahora en adelante. Yo voy a terminar con todo esto; voy a acabar con mi sufrimiento infernal (Prepárate, padre: tú eres el causante de mi sufrir).Salgo del baño y camino con sigilo hacia la cocina. Tomo el cuchillo de la mesa. Contemplo su filo metálico. Me seduce. Pero no. Esta vez no es el fantasma del suicidio; ahora es el fantasma del asesinato el que me guía en la búsqueda de mi padre.Lo encuentro mirando la televisión. La ira recorre mis venas (Me mataste, padre; y así te encuentro: mirando la televisión. ¡Me asesinaste, y tú lo único que hiciste fue ponerte a ver muy campante tu puta televisión! Poco te importo padre. Siempre lo supe: yo soy una muñeca fea que nadie quiso y que todos dejaron arrumbada en la suciedad del rincón.). - ¡Eres un maldito imbécil! - Cuando se voltea, su expresión cambia rotundamente: su rostro muestra terror, horror, miedo. Sin dudar, clavo el filo del cuchillo en su ojo izquierdo, haciéndolo gritar de dolor. Se lo entierro profundamente. Pronto, localizo un bate de béisbol a lado del sillón. Lo tomo entre mis manos, mientras mi padre se saca el cuchillo de su ojo izquierdo. Tirita de miedo y dolor. Me aferro al bate y lo embisto. Golpeo su cabeza, provocando con ello su caída al suelo. Esta frente de mí. Recupero el cuchillo, ya manchado de pintura carmesí, y se lo incrusto profundamente en su pecho. Ahora, él gime; yo río. -¿Sabes qué se les hace a los cerdos malditos como tú, padre? - Lo miro sin reaccionar- ¡Contesta, carajo! -Sigue sin responderme. Únicamente se limita a contemplar el brillante suelo de estampados carmesí. La Sangre mancha la opacidad de la sala. - ¡Contéstame, cerdo!- Lo golpe en la cabeza una y otra vez, mientras repito la palabra "cerdo" infinidad de veces.Lo volteo. Miro su rostro sangrante. Extraigo el cuchillo de su pecho. La hoja filosa adquiere un profundo tono carmesí.Contemplo el rostro de mi padre por segunda vez en la noche y le doy una estocada con el cuchillo, luego otra y otra y otra más. Le doy muchas estocadas (¿Te gusta, padre? ¿Te gusta cómo yo penetro tu cuerpo? ¿Te gusta cómo te hago violentamente el amor, padre mío?) Sigo clavándole el cuchillo sin detenerme. La sensación es excitante, es embriagadora. Su sangre empapa todo mi cuerpo ahora. Por fin, compruebo el sabor insípido de su sangre en mis labios. Suspiro con tranquilidad ahora. Pero no dejo de apuñalarlo – ¡Esto es lo que se le hace a los malditos cerdos como tú, padre! ¡Se les manda al matadero a que sufran en el infierno! Recuérdalo, padre. Yo soy la Muerte, yo soy la que te asesina ahora: muere... muere... ¡muere! - Corto su carne. Encajo el cuchillo hasta el fondo. Abro su estomago. Saco a la luz sus intestinos. Piso sus huesos hasta fracturarlos: los escucho crujir bajo mis zapatillas deportivas. Me siento tan revitalizada con ese sonido de los huesos crujir. – Entiéndelo, padre: ¡No soy una zorra, y no puedes hacer conmigo lo que se te de la maldita gana! ¡Ahora sabes lo que he sentido siempre, padre! ¡Ahora sabes cómo se siente el infierno, padre! ¡Ahora sabes cómo me he sentido todos estos años bajo tu cobijo, padre! ¡Ehh, padre! Duele, ¿verdad que sí, padre mío? Duele este infierno llamado vida, padre. Escúchame, padre. Escuchas cómo me siento ahora, padre. - Lo apuñalo repetidas veces, hasta que el cuchillo, pintado por completo de un rojo escarlata, se atasca en el interior de su pecho y ya no puedo sacarlo más.Miro a mi alrededor. Todo está pintado de un intenso color carmesí, incluso yo. La persiana frente a mí ya ni tiene forma alguna. Por fin, pude borrar su rostro de mi memoria para siempre. Por fin, pude detener el infierno que era mi vida. Por fin, puedo descansar en paz. Por fin... por fin...-¿Ahora sí sientes mi dolor, padre mío? – opto por dejarlo así, con el rostro destrozado y el cuerpo apuñalado hasta el cansancio.En realidad, ya no me importa nada; ya no me importa en lo absoluto lo que pasará mañana:- Por fin, soy libre, mamá. Por fin, lo soy. Y ahora, mamá, perdóname todos mis pecados: ya cumplí por ti tu condena en el infierno, ¿no es así, padre...?
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Interminable
Short Story¿Que diferencia existe entre unos brazos cálidos y unos brazos brutales? Jamas pude saberlo ,era demasiado tarde para mi ya que me encontraba prisionera de mi padre. Oh madre ¿Porque tuviste que ser tan cruel? El estar en casa era una pesadilla, el...