Los nuevos pulmones funcionaban a la perfección. La vasta llanura roja era fría y polvorienta.
Pero James era feliz. Feliz por poder respirar una atmósfera irrespirable. Feliz por poder admirar el horizonte sin un cristal de por medio que deformase la realidad.
Cabalgó su caballo biónico, acompañado por su sonrisa siempre atragantada y su ceño siempre fruncido. De reojo alcanzó a ver los edificios colindantes desde los que se sabía observado:
-La tormenta de polvo no tardará en llegar -le dijo la mujer a su marido.
-Lo sabe, Marjorie, lo sabe. No temas por él.
-No lo hago, querido. Tan sólo te lo comunicaba. Sé que James es responsable de sus actos y sabe cómo actuar en todo momento.
En aquel instante un grito enérgico y alegre resonó en la pradera grana. Las reses rompieron a correr en estampida hacia ningún lado. James las perseguía entre risas altaneras, rozándoles los cuernos con las puntas de sus dedos.
-¡Miradme! -exclamaba entre carcajadas-. ¡Puedo respirar como vosotras, malditas vacas de carne, óxido y metal!
Como un alud de nieve carmesí descendieron por la colina a gran velocidad. Una vez abajo, James frenó al caballo en seco. La manada siguió su camino y después se desperdigaron buscando alimento. Con sus largas lenguas lamían algunas rocas, que pronto reconocerían como ligero almuerzo. James miró al frente con gesto preocupado. De repente, una especie de alarma resonó en la llanura. En ese instante, James clavó los ojos en su reloj de pulsera.
-Lo olvidé. Maldita sea. ¡Loja, tenemos que volver a casa cuanto antes!
La nube se avistaba al fondo, en la línea en la que convivían el mediodía y la superficie marciana. Era polvo asesino que se aproximaba a gran velocidad. Las reses estaban protegidas por su caparazón, pero ellos, no.
-¡Cabalga, Loja!
El caballo metálico relinchó digitalmente.
En ese instante sus patas delanteras se agitaron en el aire y atravesó el desierto en busca de refugio. Las reses vieron venir aquel infernal humo polvoriento, pero apenas se inmutaron. James se sentía perseguido por un asesino invisible, y aquello le provocaba una excitación difícil de describir. Sus músculos se tensaron, su mirada se afiló y cabalgó persiguiendo su vida, escapando de la muerte.
-¡Abran las puertas, abran las puertas! -reclamó su madre a través de un interfono, mientras observaba la escena desde la seguridad de su cuarto-. ¡El señor Stafford se dirige hacia el muelle de carga número cinco! Su marido se acercó para calmarla, pero Marjorie le retiró las manos.
-Baja a recibir a James -le sugirió ella. Las puertas volvieron a caer justo después de que James y Loja las cruzaran. El joven se desmontó exhalando su emoción.
-¡Guau, ha sido increíble, padre! ¿Lo has visto?
El señor Stafford se dirigió a su hijo.
-No deberías arriesgarte tanto...
-¿Qué sentido tiene quedarme aquí dentro con mis pulmones nuevos? ¡Quiero sentir cómo el argón me da la vida! ¡El dióxido de carbono se metaboliza a la perfección! ¡Es el mejor regalo de cumpleaños que alguien como yo, que lo tiene todo, podría haber recibido!
-¿Y qué me dices de Stafford Research? ¿Acaso no es un buen regalo?
-Padre -dijo James a la vez que entregaba su caballo a un sirviente de la caballeriza-, dirigir Stafford Research era algo obvio. Sabes bien que mis hermanos no son capaces. Andrew está perdido en su arte, y Claudia está siempre deprimida y drogada. Además, madre confía en mí y yo no pienso decepcionaros.