Capítulo único

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En sus tierras había un rito de iniciación. Le llamaban ratsu, el paso de niña a mujer. De débil a guerrera. Era bastante común, pero a mí siempre me pareció fundamental. En cuanto volvían del entrenamiento que comenzaban una vez les venía el primer sangrado, y habiendo derramado la sangre de un animal salvaje (hombre o silvestre), todas las mujeres se cortaban el cabello. Dejaban de lado las trenzas que cuidadosamente llevaban en sus cabezas todas las niñas del lugar, y en cambio pintaban sus cabezas de blanco, contrastando con su piel oscura, y dando muestra de su valentía. Ellas no temían que las vieran, no trataban con simples estrategias; se plantaban ante el enemigo en la noche de frente, como en las batallas de antaño, y si había magia que las guiara ésta iba solo de la mano con la fuerza de sus creencias y su espada.

Eran los faros de la noche. Las guerreras de la luna.

Eran quienes habían entrenado a mi hermana.

Yo no era ni sería nunca como ellas.

****

Yo te doy la bienvenida

hermana, amiga, amante.

Ven aquí y descansa,

Agua de manantial para refrescarte

—Canción tradicional cultura Kathar.

Habían tomado nuevos prisioneros. No era algo sorprendente, no al menos desde que había comenzado el contraataque en la guerra, pero aun así seguía sintiéndome inquieta cada vez que los veía llegar. Sus rostros pálidos y mirada perdida, más que una victoria, eran el recuerdo vivo de lo que podría haber sido de mí si hace dos inviernos mi hermana no hubiera vuelto. Si Liv no hubiera alzado su espada y declarado que nuestro reino jamás mientras viviera caería en manos extranjeras. Si ella junto a sus maestras no hubieran dicho con sangre enemiga que nuestra magia nos pertenecía. Si...

... En realidad no importaba. Eran millones de cosas, y ninguna de ellas evitaba que les tuviera empatía. La ironía no me pasaba desapercibida, pero no evitaba el sentimiento. Así, aunque sabía que si ellos hubieran podido me habrían robado hasta el último ápice de magia, sentía lástima de sus vidas despojadas de ella, despojadas de su esencia. Tan vacías y miserables. Cuando les veía ya no estaban los magos de guerra que sin pensarlo dos veces incendiaban aldeas y masacraban ejércitos; allí solo estaban los despojos de seres que en algún momento habían sido algo más.

—No —oí una voz a mi espalda, sobresaltándome.

—¿No a qué, Liv? —Ella simplemente me miró de esa forma tan franca que solo conocía ella, y clavando sus ojos celestes en los míos del mismo color. Era increíble lo mucho que nos parecíamos y lo diferente que éramos a la vez.

No dije nada y ella simplemente suspiró, de esa forma cansada que los padres suelen utilizar con sus niños cuando han cometido una travesura.

—A esa mirada en tus ojos, Dein. Soy tu hermana y te conozco, pero también soy la que sale a luchar y conoce al enemigo —dijo sin despegar la vista de mí, pero controlando su semblante, cuidando que la fachada de fortaleza impertérrita no se le escapara—. No merecen tu bondad, no merecen nada. Ni siquiera seguir vivos, pero quiero que lo sientan, que vivan como vivíamos nosotros.

«Con miedo», no aclaró; no hacía falta. Yo más que nadie sabía lo que era el miedo. Lo que era correr por tu vida. No por esa vida mortal unida a los latidos del corazón, sino que a esa más importante. A la que hace que te levantes todas las mañanas y te da un propósito.

Magia, amor y guerras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora