Árbol.

2.7K 270 104
                                    



En medio del tumulto de una ciudad construida en lo que antes fueron verdes pastizales, convertidos ahora en descolorido concreto, se asoma un camino empedrado que atraviesa los jardines de Mugunghwas. Una pequeña mancha verde y rosa, entre el negro del asfalto. Sonidos de aves cantoras en medio del ruido desquiciante de la civilización.

El calor de verano y el frío del invierno envuelven a las pequeñas margaritas cuyos pétalos revolotean llevados por la brisa luego de que algún hombre o mujer de pensamientos absurdos encuentre entretenido arrancarlos, repitiendo mecánicamente "Me quiere, no me quiere".

Desde que poseo memoria, las personas se han sentido con el derecho de tomar de la naturaleza lo que les place, arrancarlo, matarlo, destruirlo. Creerse dueños del suelo que pisan.

A un gran árbol le toma algunos años crecer, a veces son cinco, seis o siete, a veces diez, quince, o veinte, a veces más. A un ser humano le tomará unas pocas horas cortarlo por completo. La vida es frágil.

La suya.

La nuestra.

Cada pequeña hierba que brota de la tierra posee vida. Tal vez cada una tiene alma.

Los seres humanos no son capaces de verlo. Pero, sin duda aquel roble cerca de la orilla que delimita el verde del asfalto no puede ser feliz cuando aquella chica de nombre "Sulli" escribió su nombre en la corteza.

A las personas parece gustarles hacer ese tipo de cosas desde siempre, pero no puedo entenderlo del todo. Pienso que se debe a que hay árboles con muchos, muchos años de vida, hay árboles que viven durante siglos. Probablemente las personas lo entiendan como un medio para perdurar.

He visto antes a una joven, quien junto a un muchacho apuesto, talló en el algarrobo del fondo de los jardines el nombre de ambos durante la primavera de hace dos años, sólo para volver un año después, en medio del invierno, para tratar de borrarlo. El algarrobo es conocido como el árbol del amor. Su corteza ha sido marcada por muchas personas, especialmente parejas jóvenes que creen en el amor eterno, pero no duran lo suficiente. También es conocido como el árbol de Judas.

Las relaciones parecen frágiles también.

Desearía saberlo.

Aun así no creo que todas las relaciones se terminen tan fácilmente. Yo sí creo en el amor eterno, y sé que hay personas que creen fehacientemente en ello.

Puedo recordar una ocasión en especial, en la cual pasó frente a mí una mujer de apariencia inocente, con un aire pacífico. Tomaba a un hombre alto y joven pero con rostro desgastado, y apagado. Podría decir que estaba muy capacitado para leer a las personas, pero siendo honesto no encontraba del todo las emociones de estos dos.

La mujer hablaba y hablaba, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, le escuche claramente.

—¿Crees en la reencarnación?

El hombre la miró atentamente, con los ojos bien abiertos. Parecía inmerso en las palabras de ella.

—He pensado que, sin importar qué, las almas se vuelven a encontrar de un modo u otro—continuo la chica, sonriente —. Por ejemplo, esa ave, podría ser el gato de tu abuela que falleció hace años.

El hombre sonrió, indudablemente tomándola como una loca.

—O ese tulipán —señaló —, podría ser la encantadora profesora de inglés que murió el año pasado por la edad.

—¿Crees que vamos a encontrarnos en otra vida? —le cuestionó él por primera vez, en lo que iba de su conversación.

—Yo creo que sí —afirmó, segura de sí misma.

Namu | CB.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora