Capítulo 3: Indicios

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Les tomó casi cuatro horas llevar la casa a su estado original. La limpieza incluía desde las paredes hasta pasar el fregón al menos tres veces, pasando por la entrada de la casa y los baños. Ni siquiera se dieron cuenta de que ya había transcurrido el mediodía hasta que se reunieron en el sofá atrapadas por el suelo recién fregado.

—¿Comemos? —sugirió Eli.

—Por favor. Me conformo con algo para picar, no nos pongamos a cocinar ahora.

Esperaron en silencio hasta que el suelo se secó y entonces ambas se dirigieron a la cocina.

—Lo... —Eli titubeó— ¿Lo has vuelto a escuchar? Digo... ¿has oído su voz durante el tiempo que llevas en mi casa?

—No —respondió aliviada Gabi —. ¿Por qué?

—Porque no me has hablado en todo el rato, hasta ahora.

—Ya. Tengo muchas cosas en las que pensar y no paro de darle vueltas a todo. Está bien, hagamos unos sándwiches.

—Entonces, ¿cómo era él? Quiero decir, en tu imaginación, o en la realidad o en lo que quiera que sea que se represente Osmar —preguntó Eli mientras sacaba el pan de molde y buscaba algo de embutido.

—Es... era alto, bastante alto. Su pelo era moreno y corto, un poco alborotado. Tenía la boca pequeña, pero cuando sonreía parecía más amplia, y sus dientes no eran perfectos, pero me suplicaban que los saborease. Su disfraz parecía muy real, incluso llevaba alas, se había esmerado mucho.

Eli dejó a medio untar con mantequilla una rebanada de pan.

—¿Cómo no se iba a esmerar en el disfraz, si te lo estabas imaginando? Siempre imaginamos las cosas muy bonitas pero luego nos sale un adefesio, sino mírate tú cómo ibas. Sólo eras una tía pintada de gris y con ropa de verano.

Gabi se ofendió con la pregunta, pero finalmente rió. Eli continuó hablando y convirtió la conversación en un monólogo, como solía hacer siempre.

—Fíjate, si llegas a saber que Osmar era un fantasma, te podrías haber quedado con el tío con el que estabas hablando. Ese sí que era guapo de verdad, no como Osmar —Eli no podía dejar de soltar flechas sin mala intención—, y parecía muy interesado en ti. Bueno, parecía, prácticamente te estaba metiendo mano cuando os vi.

—No es verdad, yo me hago respetar —se quejó Gabi.

—Sí, la mano de un conocido de veinte minutos subiendo por tu muslo y tus restregones con él bailando dice exactamente lo mismo.

—Había fumado.

—¿Qué pasa? ¿La Gabi de hace un año ha vuelto? ¿Dónde está la chica rebelde que me metió en los porros y me apoyó en hacer una fiesta destructiva en mi casa a escondidas de mis padres? ¿Vas a ir el domingo a misa?

—Gilipollas. —A Gabi le irritaron tantas ironías.

—¿A mí no me untas mantequilla? —protestó Eli.

—No te gusta.

—Es verdad. Perdón. —Eli podía llegar a ser muy bocazas y ruda, pero podía reconocer en los rostros cuándo había hecho daño de verdad e inmediatamente retractarse en sus palabras.

«¿Estuviste con otro la misma noche que nos íbamos a ver? ¡Serás zorra!»

Gabi dejó caer medio cuerpo sobre la encimera y hundió la cabeza entre sus brazos tras oír aquello en su cabeza. Quiso dejar la mente en blanco para no darle importancia y, sobre todo, para no darle una respuesta a Osmar. ¿Hasta cuándo iba a durar la voz? ¿Era pasajera o estaría en su cabeza para toda su vida?

Permíteme vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora