Prólogo

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Glosario de palabras al final

Andrés Epaminondas Soza Robles, se adentraba por las frías calles de la gélida y enigmática Bogotá de mil novecientos noventa. El asfalto rústico le hacía, con obvia lentitud, por el paso del tiempo, polvo la goma de la suela de sus zapatos, lustrados con elegancia. El fedora le cubría la calvicie precoz de su cabeza. El traje decorado con un corbatín le abrasaba el cuerpo, que por cierto, lucía por su falta de musculatura y grasa, era un alfeñique.
La urbe, donde bogotanos, conocidos como "cachacos" o "rolos", convivían junto con las estructuras heladas de los edificios, gigantescas, que aportaban no más que sombra, trabajo y esclavitud legal, además irrumpían las corrientes feroces de las brisas. La luna apenas se divisiva en el cielo ya que el "smog", también conocido por los señores de la época cómo "el humo de esos armastrotes pecuecos", del consumismo y el progreso, responsable de tapar cómo un manto de desechos su esfericidad y luz.
Cómo manía, o "maña" bien sea dicho en la capital en aquel tiempo, con su boca hacia bailar el mostacho sobrepoblado sobre el bozo. Caminaba, daba brincos pequeños de alegría, caminaba. De repente, un adorno hermoso se avistaba a la lejanía del paisaje citadino nocturno. Una bella dama ataviada en un exótico vestido rosado y azul, con unas vaporosas faldas y dobladillos, expresaba miedo en su rostro y en cada zancada, temerosa, que daba. Con la caballería en sus labios, y en su caminar, se acerco dando unos pasos salteados y cómicos, hasta ella.
- Bella dama, ¿por qué tan solitaria en la furia de la noche capitalina?
- Me sonroja, señor. Estoy escapando de las cadenas.
- ¿explicase, señorita?- Movía su bigote, maginificandolo tras cada oración.
- La cadena del político, del ladrón, del capitalismo, de usted, de mi.
- Oh, cuanta filosofía en cada frase brota de sus tersos labios.- le acaricio con la yema de sus dedos con suavidad los labios. Hizo reír y sonrojar a la mujer de crespos castaños esponjosos y maquillaje sutil, la cual respondió: - y, ¿usted, que hace por aquí? Sabemos que la avenida Jiménez de Quesada es el hogar del crimen en ésta ciudad, tristemente.
- Pues verá, yo acabo de tener una vivencia, un viaje, más allá de toda realidad...pero, ¿no creería usted, mejor, si se puede, si la dama desea, hablar con unas copitas?.- Y bailó una de sus cejas a modo de picardía.
- ¿alcohol? ¿eso no lleva a locuras?
- ¿¡nunca a jartado!?- gritó Epaminondas.- digo, ¿nunca a ingerido bebidas alcohólicas que le nublen los sentidos, señorita?- terminó hablando cómo galante.
- No, claro que no.- Respondió la recatada y fina mujer.
- Pues déjeme llevarla por el viaje de la borrachera y la cirrosis, ¿si no es mucho pedir?
- Pero atento, cuatro ojos, que nos alcanzan las cadenas, si nos despistamos.
Se adentraron a la zona de la primera de mayo, apodada cómo "la entrepierna del infierno", "la boca del lobo", "adiós virginidades". Entraron a uno de esos bares de poca clase, con una estética simple, pero decorado por las alegrías y energía de una clientela con ganas de todo. Una canción de Maelo Ruiz ambientaba el lugar:

Regalame una noche
Donde te entregues toda
Que solo sea la luna
La que acompañe la pasión.

Que el fuego de tu cuerpo
Caliente aquí en mi pecho
Y con tus furias ganas
Perdamos la razón.

Andrés Epaminondas Soza Robles, pidió una "leona" para él y un "wiskeysito" para ella. Al probarlo, la mujer sintió cómo el alcohol le quemaba el esófago con gentileza. Se tomó el atrevimiento y pidió otro, y otro,y otro, mientras Epaminondas Soza terminaba su cerveza, la miraba con los ojos llenos de pasión. Quizá, pudo ser mirada de amor.
- ¿Iría a mi resquebrajado apartamento?
- ¿propuesta indecente, caballero?
- Exactamente.
- Déjeme pensarlo mientras bailamos, ¿si?
La pista de baile era acariciada por los pasos coordinados poseídos por el ritmo, una coreografía hipnotizante de la pareja desconocida, nunca vistos por el hombre de la barra ni por los de seguridad. Rock and roll, salsa,merengue, pocos vallenatos, tango, era la pista perfecta para que la pareja de baile acoplara sus sentidos, sus ojos, sus caderas. Las luces se iban apagando con el avanzar de las horas. Fabricio, con un toque de hidalguía, beso los labios de la mujer que le robaba la razón, su mirada, su atención. Se fundieron en pasión desbordante, en un baile de labios y leguas, una húmeda coreografía con el morbo de "no te conozco pero te como".
La invitación fue aceptada por la mujer. En poco tiempo la lujuria los llevó a encontrarse en una casa destartalada en medio del barrio Ciudad Bolívar. Un colchón húmedo fue testigo del "amor a primera vista". Cómo enseñaban los padres a sus hijos "hablele bonito que eso cae" aunque también conversaciones entre amigas "si el man está rico, se lo come, ¿oyó amiga?" Fueron responsables de está noche.
Las paredes se estremecían, las mesas temblaban, los objetos caían al suelo, el suelo de madera gritaba tanto cómo la mujer, los gritos de placer llegaban hasta las casas vecinas, ya que el silencio era cómplice, y al estilo de un chisme se dijo "ahí, esa noche, nació el chino ese, el tal...Fabricio, el pelagato miedoso".

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Armastrote: objeto viejo, cómo buses, taxis, casa.
Pecueco: Inservible.
Jartar: Ingerir bebidas alcohólicas.
Leona: Marca de cerveza bogotana antigua.
Chino: en Bogotá se usa para referirse a niños.
Man: hombres.

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⏰ Última actualización: Dec 18, 2015 ⏰

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© Los Miedos De Fabricio SozaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora