James tenía verdadera confianza en Loja, y con sólo decirle dónde quería ir, éste se apresuraba a buscar el mejor camino. Aquel caballo engrasado se conocía Marte tan bien como la herradura de su pezuña. Mary, mientras tanto, buscaba el horizonte con la mirada, y se juntaba a James tanto como podía. Era como estar abrazada a un roble bajo el que cobijarse. Pese al trote rápido y lo abrupto de algunas partes del terreno, ella estaba encantada entre tanto traqueteo varonil. De repente, Loja se detuvo y su paso fue más lento. Mary despertó de sus ensoñaciones románticas.
-Hemos llegado, señorita Ackerson. ¿Señorita?
Mary se despegó de su espalda, nerviosa.
-Perdone, no le oía bien a través del casco -se disculpó.
-Mire al frente -le dijo en voz alta.
La joven así lo hizo.
-Es como el Cañón del Colorado... -dijo sorprendida.
-Valles Marineris. Siete veces más largo y siete veces más profundo que su amigo el de Arizona.
-Es increíble... -Increíble..., pero igual de aburrido. ¡Arre!
Loja bordeó el cañón, descendiendo por un peligroso camino empedrado.
-Despacio, Loja, despacio, te recuerdo que llevamos compañía... -le pidió James.
Loja así respondió, bajando con precaución hasta llegar a un pequeño terreno más seguro.
-Bajemos -indicó él.
Ambos lo hicieron. James ayudó a Mary, que se sentía algo torpe con su pesado traje.
-Espere, tiene el cristal lleno de polvo -le dijo James desanudándose el pañuelo de su cuello.
Frotó el cristal hasta que estuvo limpio del todo. Al otro lado, Mary suspiraba con una sonrisa, esperando que sus miradas se encontrasen.
-¿Me ve bien ahora? -preguntó él.
-Sí -dijo ella-. Perfectamente.
-Desde aquí podrá ver mejor el fondo del cañón, o no.
Mary se acercó al borde del desfiladero.
-Tenga cuidado, este terreno no es demasiado estable.
-No alcanzo a ver el fondo...
-Es normal... tiene cuatro mil kilómetros de profundidad...
-¿Cómo dice? ¿Cuatro mil...?
Mary, al girarse asombrada, se resbaló, con tan mala suerte que a punto estuvo de caer al vacío, si no hubiera sido por la providencial mano que la cogió del brazo en el último momento. Asustada, miró con la cara desencajada a James, que no se resistió a bromear:
-Así es. Cuatro mil kilómetros de profundidad... no es necesario que lo compruebe.
-No, no... Todavía temblando, Mary se retiró a una zona más segura, mientras James caminaba por el borde, sin miedo a caer.
-La he traído aquí para mostrarle dónde comenzaron las primeras explotaciones en el suelo marciano.
-¿Fue en este lugar?
-Así es.
-¿Y qué encontraron?
-Bien, veamos... Respóndame a esta pregunta, ¿qué sucede cuando se hace un corte en la piel?
-Eh... ¿duele?
-No me refiero a eso...
-¿Sangra?