Loja arrastraba sus patas magulladas y sobre su lomo cargaba con los cuerpos infectos de James y Mary. Las puertas del invernadero se abrieron a su paso. James se lanzó del caballo y tiró de Mary con fuerza y rapidez.
-¡Vamos, no hay tiempo! -gritó atravesando el pasillo de entrada.
-Pero, ¿adónde me lleva?
Entraron en una sala amplia de paredes metálicas. James encendió la luz; era blanca y fría. Sin mediar más palabras, James le quitó el casco a Mary, arrojándolo a una esquina. Después continuó con la escafandra, que terminó bajo sus pies. Entonces, sin ella esperarlo, James la desnudó tirando de su uniforme de manera seca, saltando los botones de la camisa sobre el suelo alicatado.
-¿Pero qué hace? -exclamó nerviosa cubriéndose el pecho.
-¡Tiene que quitárselo todo! ¡El pantalón, ya!
James se lanzó a por él, y con un par de sacudidas se lo bajó. Mary tropezó y cayó frente a él, que no se detuvo ni un instante, y continuó quitándole las botas. Sin ropa apenas que cubriera su piel, Mary sintió ganas de llorar. No encontraba los motivos por los cuales James actuaba así con ella, de manera tan violenta y nerviosa.
-¿Va a quitarse el resto o me va a obligar a que lo haga yo? -preguntó él, llevando la ropa y la escafandra a un contenedor.
-¿El... el resto? No, no...
Mary se sentía ya lo suficientemente desnuda como para que James llegase a verle incluso... el resto. Tanto ella como sus michelines, su celulitis y sus brazos rechonchos se sentían intimidados por los ojos de aquel hombre. No tenía manos suficientes para cubrir su piel blanca cubierta de dulces lunares. Quiso salir de allí, buscar una manta, algo que cubriese su cuerpo. Pero entonces, él colaboró. Frente a los ojos de Mary, encallados en el miedo, James se quitó el sombrero, después el pañuelo, luego la camisa, las botas, los pantalones..., y la ropa interior. Desnudo ante la joven se quedó, bajo la fría luz eléctrica, esperando que ella hiciese lo mismo. James no insistió, pero ella accedió.
-No mire -pidió ella.
-Apagaré la luz, no se preocupe.
James caminó a la entrada y pulsó el interruptor. La oscuridad fue el mejor aliado de Mary. Leves sonidos de ropa arrastrada por la piel y pasos tenues sobre el suelo helado dieron pistas de la desnudez absoluta de la joven.
-Ya está. ¿Y ahora, qué se supone que hará?
Una sirena gritó. Una luz roja comenzó a girar sobre sus cabezas. Una voz anunció la desinfección en breves segundos. James, casi a tientas, cogió la ropa de ambos y la introdujo en el contenedor metálico, que calcinó los ropajes al instante. Entonces, James se acercó a Mary.
-Deme la mano -le pidió él. Mary así lo hizo.
-Sitúese aquí en el centro, junto a mí.
Apenas había un palmo entre ellos. Sus miradas se encontraban en el rojo de esa noche artificial. Una noche de luna escarlata en la que comenzó a llover de manera horizontal y vertical. Sus pupilas ensanchadas siguieron viviendo en el otro.
-Está helada -dijo ella entre labios, haciendo referencia al agua desinfectante.
-Pensé que le temblaban los labios por el miedo -dijo él.
-¿Por miedo... a qué?
-A morir.
-No, es sólo frío -mintió ella.
-Entonces..., acérquese.
-No, gracias, estoy bien...
-No le estoy pidiendo que baile conmigo.