La fría ventisca removía mi cabello en todas las direcciones posibles, no había forma de cesarla, las agujetas de mis zapatos estaban sucias y sin trenzar, abrí el portón oxidado por el tiempo y este rechinó, ocasionando una mueca de mi parte. Al entrar en la casa me despojé de mi abrigo, tiré mi bolso a un lado, tenía hambre, no recuerdo haber comido nada esta mañana, y mi estomago rugía, inspeccioné las repisas buscando algo que no requiera mucho trabajo, una lata de atún estaría bien, un zumo de pera y algunas galletas de soda servirían para engañar a mi estomago un rato, simplemente no tenía ganas de cocinar algo, así que abrí la lata y el paquete de galletas procediendo a comerlas.
Mi vista viajó a una de las repisas de la sala; la más alta de todas, y observe con melancolía la foto que allí reposaba, éramos Annie y yo, recuerdo ese día. Ambas estábamos aburridas, yo propuse ir a la playa, pero digamos que el clima no me favorecía mucho, así que decidimos ir al cine, no había ninguna película disponible, las salas estaban llenas, ni una sola función, aunque yo no me quede con las ganas de palomitas y me compre un tazón, luego quisimos ir a patinar sobre hielo, pero la pista estaba cerrada por mantenimiento, la madre de Anna había salido a una reunión de trabajo, y no quería quedarse sola, así que con nuestros intentos fallidos nos fuimos a un colorido parque cerca de su casa, digo que era colorido porque los troncos de los árboles estaban pintados, incluso algunas hojas, ella decía que los chicos de su barrio los pintaban para marcar su punto de encuentro—tráfico de drogas—aunque solo era una suposición.
Un señor de mediana edad estaba pintando unas rejas en dos cuadras más abajo, le pedimos que nos regalara la pintura que le sobrase, y el acepto gustoso. Esperamos casi una hora sentadas en uno de los bancos del parque, hasta que le señor nos trajo tres pinturas de cuatro colores, le dimos las gracias, aún recuerdo su nombre; John. Pintamos todo el árbol con nuestras manos, fue divertido, aunque la alegría no duró por mucho, llovió y para nuestra desgracia la pintura no se había secado completamente, nuestras manos y pies estaban empapadas de pintura y agua, toda esta se destiño del tronco, viajando directo a las alcantarillas, corrimos para refugiarnos, con suerte encontramos una bodega abierta, había mucha gente, camarógrafos y reporteros inundaban el lugar, supusimos que era nuevo y lo estaban inaugurando, vendían de todo allí, un chico nos pido que posáramos para la baya publicitaria que iban a montar más adelante, convencí a Annie de hacerlo, no le parecía una buena idea, pero al fin y al cabo, semanas después, estábamos mojadas y sonrientes en un anuncio de frituras de pollo, demostrando que al mal tiempo, buena cara.
—¿Un mal día? —la voz de mi hermano me sobresaltó.
—Para nada —respondí—, ¿cómo estuvo el tuyo?
—Excelente —dijo sonriente.
—¿Y a que se debe? —pregunte.
—Digamos que las cosas al fin, me estaban saliendo como debieran.
No comenté nada al respecto, solo seguí mirando la foto, recogí las migajas de la mesa, bote la lata en la basura y me dispuse a subir las escaleras a mi habitación.
—La extrañas, ¿no es así?
—Maldición, Jared. Por supuesto que lo hago —gruñí—, es mi mejor amiga.
—Entonces ve y háblale —sentencia.
—No es tan fácil.
Y no lo era, no podía llegar y hablarle como si nada hubiera pasado, sé que estaba molesta conmigo y dolida, más que todo, pero estaba en todo su derecho de estarlo.
—Nadie te lo impide —bajo las escaleras y lo encaro.
—Por supuesto que me lo impiden —siseé—, tú me lo impides.