—¡Realmente te gusta mirar el cielo eh, chico! —Dijo papá, sentándose a mi lado.
—No el cielo. Las estrellas. Cada vez que las miro traigo de vuelta recuerdos de abuela. Ella decía que las estrellas son especiales, y que cuando las miras, estás viendo el pasado.
—¡Tu abuela siempre fue de pensamientos profundos! Cuando tenía quince como tú, siempre nos charlaba a mí y a mis hermanos sobre temas que nos hacían pensar que teníamos a una verdadera genio como madre, y he de decir que estábamos en lo correcto.
—Extraño esas largas conversaciones que teníamos cada noche aquí sentados... Daría lo que fuese por tener tan sólo una más de ellas. —Respondí.
Ya me empezaba a sentir incómodo. Mi padre siempre llega y arruina mis momentos reflexivos, aunque, debo admitir que esta vez su conversación estaba siendo coherente. Transcurrieron varios minutos de silencio, estaba comenzando a extrañarme que papá no diga algo estúpido o salga con alguna de sus bromas sin gracia.
—Bien, dejemos a esas estrellas descansar, hijo. ¡Es tarde! Las chicas del colegio no se te querrán acercar si llegas a clase como un zombi, ¡eh!— Se levantó mi papá y me dio un par de palmadas en la cabeza.
Ya pensé que habían hecho algo contigo... —Respondí, con un tono de pequeño desagrado, mirándolo con el ceño fruncido.
—Oh, vamos, sólo trato de ponerle ánimo a esto, hijo. ¡Cambia esa cara, que el difunto no fuiste tú!
Me quedé mirando a mi padre por unos segundos pensando que había escuchado mal lo que me dijo, pero, dios... No pude creer que haya dicho eso. Dejé de mirar a mi padre, pero sé que el siguió mirándome. Me puse de pie, me largué a paso rápido a la casa, subí las escaleras, y me fui directo a mi cuarto. Siento como si mi padre no se apenara ni siquiera un poco por la muerte de mi abuela. ¡Es su maldita madre! ¿Acaso no puede ver que con sus estúpidas bromas, en vez de alegrarme el ambiente, lo único que hace es hacerme sentir la falta de una persona inteligente en esta familia?
—Cálmate, Vicente. —Me dije a mi mismo, susurrando.
Las estrellas por la ventana. De nuevo mirándome y mirándolas yo a ellas. Una sensación de paz invade todo mi cuerpo, respiro profundo. La imagen de mí junto a mi abuela, en el patio sentados, se toma mi mente.
—Esa de allí es la constelación de Pegaso. Se llama de tal manera por el caballo de Zeus, el dios del Cielo y de la Tierra, el que llevaba ese nombre. —Dice mi abuela, mostrándome la forma con el movimiento de sus dedos.
—¿Caballo? Mm, a mi eso me parece un volantín, abuela.
—¡Jajaja! Bueno, Vicente, cada persona tiene su forma de interpretar las cosas.
Aquellos recuerdos me llenan de paz el alma. Siento como si estuviera con ella cada vez que aparecen en mi mente. Mi abuela era bastante culta, desde mi perspectiva de niño. Siempre me alegraba las tardes con las curiosidades que me contaba a mi y a Valeria, mi hermana.—Y aún lo hace cada vez que me pongo a recordar nuestras mejores conversaciones—.
Abuela tenía una gran colección de libros en una de las estanterías de la casa, los que siguen allí, juntando polvo. Me llevé algunos a mi habitación para leerlos hace unos días, pero no les he mirado ni la primera página. La pérdida de mi abuela hace apenas un mes me tiene devastado, no tengo ánimos de hacer absolutamente nada. Aunque sé que si ella estuviera aquí, no le gustaría verme así. A veces pienso que debo ser fuerte, pero luego viene esa repentina sensación de que no tengo a otra persona que a mi mismo para que me ayude.
A la luz que reflecta la luna sobre mi habitación, me tapo hasta la cara con las sábanas. No quiero seguir pensando más. Necesito... tan solo, tan solo... dormir.
YOU ARE READING
Desde el infinito
Teen FictionNada es lo que él pensaba. Vicente Favre es un joven común y corriente que se encuentra en plena adolescencia, la que debe afrontar difícilmente por la pérdida de su abuela Jaimy, la actitud de su padre, el amor, las discusiones en la familia, y lo...