El jardín de la abuela

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El olor a café me embriagaba.

Mi abuela me levantaba todas las mañanas con el olor a café recién hecho.

Recuerdo que cuando tenía ocho años me sentía bastante extraño con ese olor mañanero, es yo ya estaba acostumbrado a levantarme solo con el ruido de los autos que pasaban por mi casa, aunque  eso cambió el día que mi madre murió y tuve que irme a vivir con mi abuela Dalia...

Bajé las escaleras y me senté en la pequeña mesa que vivía rodeada de flores, vi a la abuela Dalia entrar al comedor con el desayuno en mano, sonrió al verme y no pude evitar devolvérsela, ya habían pasado cuatro años desde que me recibió en su casa, su cara lucía más arrugas de las que encontré cuando llegue pero había algo que no había cambiado en esos años y eso era sus ojos, sus ojos y su sonrisa que llenaba el aire de vitalidad.

Había muchas cosas que me gustaban de la abuela pero había algo que admiraba, su hermoso jardín, un jardín al que le dedicaba su amor y cariño, un jardín lleno de margaritas, rosas y tulipanes; era un jardín que ella hizo en forma de un invernadero muy colorido, siempre me pareció que el arreglar ese jardín era una misión prácticamente imposible,luego ella me demostró que no lo era, que con mucha dedicación se lograba eso pero yo aún no entendía ¿Por qué tanta dedicación? Y tampoco ¿Por qué la abuela, si quería tanto su jardín, cuidaba más de esa pequeña y roja flor? Un día le pregunté y ella, con su típica sonrisa me respondió.

-Porque las amo y lo que una persona ama se cuida y el porqué de mi cuidado de las dalias -miró al cielo y sonrió- Porqué, aunque amo a todas mis flores, están aquellas que se ganan un poco más de mi amor, no es que quiera menos a las otras, pero esas pequeñas dalias me recuerdan a mí, a la vida, al amor y me recuerdan a vos...

(...)

A los quince años me enamoré de una linda chica llamada Samara, ella tenía el cabello muy negro y los ojos grises, tenía la piel acanelada con rasgos extranjeros, una rara belleza en ese pequeño pueblo, yo llevaba bastante tiempo hablando con ella y había decidido declararme, la cosa era que no sabía que darle, diariamente un promedio de cinco niños se le declaraban, ellos le llevaban grandes ramos de flores o peluches gigantes acompañados de largos poemas y ella siempre los rechazaba entonces ¿yo qué podría llevarle que la impresionara tanto? O mejor ¿Qué oportunidades tenía yo de que me dijera que sí?

Entonces entró mi abuela con las sábanas en mano, las dejó en la repisa y se sentó junto a mí.

-¿Qué te pasa, mi Daniel?- me preguntó con cara de preocupación, acariciándome el cabello.

Yo le conté todo, puesto que mi abuela era muy sociable pero siempre discreta, al terminar, ella solo se rascó la barbilla y se fue pensativa, eso me pareció extraño pero no tenía mente para eso, al cabo de unos quince minutos volvió con un pequeño peluche y una botellita llena de tierra, pero lo que me sorprendió es que dentro de ésta había una pequeña dalia que apenas sobresalía de la botella, la abuela me entregó el peluche y se sentó junto a mí.

-Abuelita, ¿pero esto qué?- le pregunté confundido.

-Sabes Daniel, la gente ha empezado a pensar que el amor es algo grande y escandaloso, pero eso nunca ha sido así, el amor no es algo que se grita a los cinco vientos –paró y me miró con cariño- el amor es algo sencillo y delicado, algo totalmente especial y para nada exagerado-

-Por eso Daniel, no debes preocuparte por lo que vas a decir o le vas a dar, solo que lo que vayas a decir o le vayas a dar –me entregó en mucha delicadeza la flor- salga de tú corazón.....

(...)

Samara fue la que me convenció de venir aquí, ya habían pasado tres meses desde que no entraba en esa casa...tres meses desde que la abuela murió.

Abrí la casa y la tristeza me invadió.

Ya no estaba el aroma a café.

Sin querer pasar más tiempo allí fui rápidamente a la que fue su recamara, metí toda prenda que vi en las cajas que había llevado y salí de la que alguna vez fue su recamara, llegando a la puerta me di cuenta de que no había revisado algo muy importante.

No había revisado el que fue el jardín de mi abuela.

Dejé las cajas en el piso y a paso lento caminé hasta detenerme frente a la puerta de aquel invernadero casero, tomé todo el aliento que pude y entré, lo que vi me destrozó.

El jardín al que mi abuela le puso tanta dedicación y yo había aprendido a amar estaba...simplemente destruido, las rosas estaban arrugadas, las margaritas estaban negras y los tulipanes ya se habían vuelto polvo, pero lo que más me impactaba era el estado de las dalias...las pobres dalias estaban vacías, todos sus pétalos estaban en el piso aún con un color rojo apagado que mostraba el esfuerzo que hicieron por sobrevivir.

Estaba en shock hasta que por el rabillo del ojo vi algo que me sorprendió.

Ahí, en una esquina, estaba una pequeña dalia que apenas florecía, cogí la maceta en donde se encontraba y toque con suma delicadeza sus pétalos, eran tan pequeños que temía dañarlos.

"El amor es pequeño y delicado" recordé.

Me fui deslizando hasta llegar al piso e hice lo que no pude en estos pasados tres meses...

Lloré

-Te lo prometo abuela, haré que esta pequeña dalia crezca...como tú las hacías crecer...y-yo-dije mirando al cielo- sabes abuelita, te voy a extrañar...

Y lloré, lloré con mi corazón abrazando a esa pequeña dalia, pero lo extraño es que se sentí como cuando tenía una pesadilla y la abuela Dalia me regalaba un abrazo, sí, eso se sentía como un abrazo de mi abuelita Dalia...

Fin.


El jardín de la abuela.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora