Prólogo

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Era un día frío, gris y lluvioso, probablemente uno de los más fríos en Bibury. Leah, Peregrine y Cara, caminaban por el hermoso prado de la finca familiar cerca de Oxhill Wood. Las tres pequeñas hermanas recorrían, como todas las tardes, desde el prado hasta internarse en el bosque, donde podían tranquilamente nadar en el pequeño lago que se encontraba oculto en éste.

- ¿Nadaremos hoy? -Preguntó Cara, la más pequeña de las hermanas.- Si nadamos, mamá nos castigará, podemos resfriarnos.

- Hace mucho frío para nadar Leah, ¿a qué nos has traído? - resopló Peregrine la hermana del medio.

- Quería mostrarles algo que encontré la otra vez. ¿Recuerdan lo que papá dijo? - sonrió Leah esquivando un árbol caído en el suelo. Peregrine y Cara asintieron confundidas.

- Papá nos ha dicho mucho Leah - dijo Peregrine de mal humor mientras un mechón rubio caía en su cara, algo muy típico en ella- Y sobre todo nos ha dicho que no debemos estar solas por aquí. Dentro de poco anochecerá. Volvamos - deteniéndose tomó a la pequeña Cara de la mano. Sabía lo que les esperaba si desobedecían a sus padres, además era consciente de los peligros que traía estar solas en un bosque de noche, y con la oscuridad nocturna venía el peligro del que tanto su madre como su padre, les habían advertido.

- No pasará nada. Solo será un momento - dijo Leah subiendo la mirada para ver los enormes árboles. Sonrió cuando encontró lo que buscaba- Es aquí, vengan. - corrió hacia un árbol hueco y podrido. Introdujo las manos en éste y sacó algo afilado y largo- Esto, es un sable, pero no cualquier sable.

Desenvainó el objeto delgado, la filosa hoja soltó un destello dorado cuando retiró totalmente su funda protectora.

- ¿De dónde lo has sacado? No deberíamos tenerlo, y mucho menos aquí, alguien podría verlo y robarlo -dijo Peregrine nerviosa, el ambiente de un momento a otro se había vuelto tenso, había empezado a sudar a pesar del frío y su piel se había erizado de golpe al ver el sable-. Es de papá. ¿Verdad?

-Papá iba a dármelo de todos modos. Lo escuché la otra noche hablando de esto con mamá. Dijo que empezaría a entrenarme - dijo sonriendo arrogantemente, caminó unos pasos para marcar distancia entre ellas y empezó a mover el sable con gracia. Como habían visto ver a su padre con la espada, y a su madre con los cuchillos - Todas las armas de papá son especiales, ¿tú sabes por qué, Peregrine? - dijo ubicando el sable frente a ella, Peregrine palideció―. No, claro que no lo sabes. ¿Por qué habrías de saberlo? Solo eres una niña tonta y pequeña. Son especiales, porque fueron hechas por ángeles, no somos normales. Por eso papá no nos deja ir a la escuela, o ir al pueblo. No podemos mezclarnos con mundanos -dijo Leah mirando fijamente la hoja del sable.

- Leah, vámonos ya. El sol se está ocultando -dijo Cara asustada-. Recuerda lo que dijo papá.

- ¿Te volverás igual de miedosa que Peregrine? El bosque no es peligroso -dijo Leah molesta.

- Te equivocas, pequeña. Es más peligroso de lo que crees - dijo una voz detrás de ellas. Asustadas se giraron, para encontrarse con un hombre de dos metros de alto, piel tan pálida como la luna, cabellos del color de una zanahoria y ojos de un rojo intenso. Tan intenso como el fuego, si no fuera por sus aterradores ojos, sería realmente apuesto. Pensó Peregrine - ¿Qué hacen tres hermosas niñas en la oscuridad del bosque? -dijo el hombre haciendo intentos de acercarse a ellas.

- Leah, vámonos -susurró Peregrine.

- ¿Quién es usted? ¿Por qué está aquí? -Dijo Leah sosteniendo con fuerza el sable en su mano derecha―. Responda ―demandó con rudeza cuando el hombre no respondió, solo dejó escapar una risa un tanto macabra.

- Que valiente eres, o debería decir... ingenua. ¿Crees que con un pequeño sable podrás defenderte a ti y a tus hermanas? -soltó una carcajada sin rastros de humor. El hombre se encorvó hasta llegar a sus rodillas, mientras que de su espalda salían unas especies de ramificaciones que fueron extendiéndose hasta volverse una masa delgada de tendones. Peregrine sabía que eran, alas. Pero no de cualquier tipo, eran alas, alas de demonio, había leído de ellos y sus características en la biblioteca privada de su padre-. Tranquila, no les haré tanto daño si me dan lo que estoy buscando -dijo posando sus hermosos ojos rojo sangre en Peregrine. Petrificada, frunció el ceño, mientras el demonio le sonreía con dientes tan blancos como perlas y filosos como cuchillas.

- ¡Leah, vámonos ya! - gritó Peregrine, sostenía a Cara de la mano, quien empezaba a llorar asustada.

- Cuando diga tres, corren. No miren hacia atrás. Yo las cubriré, ustedes busquen a mamá. Ella se hará cargo ―susurró Leah sin moverse―. ¡TRES! ―gritó mientras el demonio se les iba encima.

Peregrine sujetó con fuerza la mano de Cara y corrieron a toda velocidad por el bosque, la luna plateada había salido ya, brillando imponente en el cielo. Sin mirar atrás, como dijo Leah, corrieron por todo el bosque hasta llegar a la pradera. A lo lejos pudieron divisar su casa. Peregrine soltó la mano de Cara.

- Corre a casa y llama a mamá, yo ayudaré a Leah -dijo Peregrine, Cara asintiendo corrió lo más rápido que pudo, y al poco tiempo estuvo entrando a casa.

Peregrine se quedó quieta, escuchando el terrible silencio del bosque. No podía ver nada gracias a la oscuridad de la noche. Hasta que sintió detrás de ella algo filoso que rasgaba su vestido y se incrustaba en su espalda. Asustada chilló de dolor y se giró. Otro demonio, muy parecido al primero, pero con cabello plateado y ojos tan azules como una llama de fuego le sonrió burlón.

- Recuera que esto, es culpa de tu padre. Raza de asesinos -dijo mientras tomaba a Peregrine de un puñado de sus cabellos rubios arrancado en el proceso unos cuantos de ellos y la empujaba de cara al suelo.

- ¡No, suéltame! -gritó y pataleó en el suelo, mientras sentía como algo filoso quemaba y se enterraba como una astilla hecha de lava en su espalda. Gritó aún más fuerte cuando el dolor se intensificó quemando desde su espalda hasta su cara y de su cara, a sus venas. El muchacho la soltó contemplándola y desapareció en una nube negra.

- ¡Peregrine! ―Escuchó a Theresa, su madre gritar detrás de ella-. ¿Qué ha pasado? -se arrodilló ante su cuerpo inmóvil.

- Ahhg, Leah... ella... ¡AH! -gritó, empezó a ver de pronto como todo frente a ella ardía en llamas. Vio miles de sombras y el aire color negro, chispas doradas, bolas de fuego aproximarse a ella y como el suelo debajo de ella se convertía en lava. Empezaba a delirar por el potente veneno negro de demonio.

- ¡Hija, hija! Estás delirando, no es real -dijo Theresa, abriendo un frasco con líquido de color blanquecino dentro, rasgó lo poco que quedaba del vestido y vertió el líquido en la espalda de Peregrine. Chilló aún más por el ardor ácido que causó la pócima en la carne quemada de su espalda por el veneno de demonio-. ¿Dónde está Leah?

- Ella...- empezó Peregrine, pero un grito desgarrador a lo lejos cortó sus palabras. Había sido Leah, el último indicio de su vida...



La Guardiana de Atlantis | INLUSTREM #1 Copyright ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora