Mi primer y último beso.

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Todavía recuerdo aquel día como si hubiese ocurrio ayer. Mi mente siempre se mantendrá inundada de los recuerdos de ese entonces. Por nada del mundo lo olvidaría. Fue algo así:

Verano, dulce verano. ¿Quién no deseaba las vacaciones? Cualquier adolescente de mi edad estaría igual de emocionado como yo por ellas. Aunque, muy a mi pesar, lloraba cada noche.

Me levanté de la cama tarde, lo primero que hice fue asomarme por la ventana. ¿Que por qué? El vecino de enfrente estaba buenísimo y desde la ventana de mi habitación podía espiarle a cada hora del día. Ni siquiera sabía porque no abandonaba su hogar.

Apoyé mi frente en el cristal mientras observaba como se cambiaba de ropa, algo que solía ver todos los días. Sonreí inconscientemente meintras él se volvía descubriéndome y no tardó en sonreir también.

Me quité mi camisón y me puse unos vaqueros y una camiseta de manga corta rosa. Volví a mirar por la ventana y allí estaba él, con su perfecta sonrisa dibujada en la cara como cada mañana. Lo deseaba tanto que verlo a quince centímetros mordiéndose el labio inferior no ayudaba nada.

Desde que se había mudado a la casa de enfrente, hacía un año ya, nos habíamos estado comunicando por la medio de mensaje escritos en papel. Nunca nos habíamos cruzado por la calle, y eso era lo que pretendíamos. Era realmente preligroso que nos rozasemos, y estaba segura de que si lo veía a escasos metros de mi iría corriendo a abrazarlo. Y no, eso no podía ser así. Tan solo con rozarle podría perder el conocimiento.

Él no era como los demás, era diferente. Lo sabía porque lo notaba, y él mismo me lo había contado desde su ventana, al otro lado de la calle. Según decía, era algo que él odiaba. Nació con ese maldito problema.

Así estaba la cosa: él se enamoraba de una chica, se besaban y ella la palmaba.

Trágico, muy trágico.

Llevaba enamorada de él desde aquel día en el que le vi bajar de su coche con sus típicos aires de superioridad, pero con un brillo en la mirada que me cautivó al instante. Él me contó que lo suyo fue amor a primer latido. Al bajar de su coche había notado mis pulsaciones alteradas. Le valió solo eso para enamorarse.

Apoyé mi mano sobre el cristal de mi ventana, al igual que él en la suya, y suspiré. Necesitaba sentirlo a mi lado, escuchar su voz, sentir su piel acariciando la mía, sentir sus brazos acariciando mi espalda, besarle... Pero no podía ser. Y eso era algo que poco a poco iba haciendo más pequeña mi paciencia. Llevaba un año y un mes comunicándome con él mediante escritos que pegabamos al cristal de la ventana para que el otro las leyera. Al principio era emocionante y divertido, incluso excitante, pero poco a poco comienzas a cansarte.

Cogí un papel y escribí lo que tanto tiempo llevaba guardandome.

'Quiero verte. Lo necesito.'

Puse el papel frente a la ventana y al leerlo él cogió otro y escribió algo que no logré leer hasta que lo levantó.

 'No quiero que te ocurra nada.'

Cogí el mismo papel de antes y escribí por el otro lado.

 'Por favor, ni siquiera te tocaré. Te necesito.'

Se lo enseñé y ocurrió lo que nunca pensé que ocurriría.

'Está bien, pero que no se te ocurra rozarme siquiera.'

Ponía en el papel que me había enseñado por último.

Mi corazón se aceleró, cosa que seguramente él habría notado puesto que sonrió orgulloso. Pero estaba segura que en felicidad nadie podía superarme en ese momento. Iba a encontrarme cara a cara al chico al que tanto deseaba, por el que tantas lágrimas había derramado y con el que me había encontrado miles de veces antes en sueños.

Mi primer y último beso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora