Capítulo 8

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Pinchó el pescado con tanta fuerza que arañó el plato y llamó la atención de su madre que lo miró llena de preocupación.

-¿Estás bien, cariño?

Arthur ignoró completamente las palabras de su madre, llevándose un trozo de pescado a la boca, que por suerte había sido limpiado antes. Tragó sin masticar, frunciendo el ceño. El gorro que cubría su cabeza, aún ligeramente manchada de azul, le daba calor dentro de la casa, pero no podía quitárselo o ambos adultos comenzarían con un irritante interrogatorio que no haría feliz a ninguno. Arthur no quería ver a su madre triste y mucho menos fastidiarle la boda por una tontería como tener que soportar al imbécil de Sam Lee toda la vida como un hermano. Sí, era una tontería. Debía de serlo o se iba a volver loco.

-Me voy al centro con David. -no miró a nadie mientras se levantaba, pero supo que ellos sí lo miraban a él. Cerró los puños en los bolsillos del pantalón y fingió una sonrisa al levantar la cabeza- Solo estoy cansado.

-¿De la fiesta de ayer?

La voz de su madre sonaba tan entusiasmada como el día anterior, cuando le había dicho que iba a una fiesta con Sam. Mickey también aumentó el tramo de dientes que mostraba y tuvo que tragarse la rabia para asentir.

-Me sorprende que no estés aún en la cama. Sam sigue durmiendo.

Cerrando aún más los puños, se encogió de hombros.

-Volví antes.

-¿No volvisteis juntos?

Movió la cabeza de un lado a otro, pensando e intentando averiguar qué debía decir en aquel momento. Se suponía que habían ido a la misma fiesta, vivían en la misma casa y se llevaban muy bien, ¿no? Entonces, ¿qué excusa podía poner al hecho de haber vuelto solo?

-Es que…-apartó la mirada, rogando ayuda a cualquier ente que pudiera dársela. Abrió la boca para soltar cualquier cosa y su móvil lo salvó de todo peligro. Sonrió, sacándolo del bolsillo y lo apretó contra su oreja sin siquiera contestar- ¡David! Ya, ya voy. Adiós mamá, Mickey.

-Adiós, hijo. -dijeron los dos a la vez. Adoraba al señor Tyler, pero pensar tan solo en ser hermanastro de ese energúmeno le dejaba un horrible sabor de boca.

Salió corriendo de la casa, oyendo desde el otro lado mil y un disculpas por parte de James, que lo esperaba junto a David en el la hamburguesería del centro donde solían comer siempre que había problemas. Era como su lugar de reunión - parte de la mesa de la universidad-  y no lo habían utilizado desde que David le fue infiel a una de sus incontables ex-novia, cosa que hacía siempre pero que aquella vez la chica había descubierto antes de ser dejada.

-No lo sabías, James. -replicó después de indicarle el camino al chófer.

-Pero fui yo quien insistió en que fueras a la fiesta. David tenía razón.

La voz del otro se oyó pero Arthur no logro entender lo que decía. Sin embargo sabía por dónde iban y no le costó mucho contestar.

-Me da igual quién tuviera razón. -se apretó el puente de la nariz- El caso es que tengo el pelo azul.

-Lo siento. -repitió James con la voz casi acongojada. Esperaba que no se pusiera a llorar de repente.

Puso los ojos en blanco, escuchando por quinta vez la historia de cómo había descubierto el plan demasiado tarde: unos chicos no habían dejado de reírse desde que James y Sara llegaron a la fiesta, así que la chica fue a preguntarles con el ceño fruncido y su voz amenazadora si tenían algún problema -entonces era cuando la voz de James se excitaba porque le gustaban las chicas con carácter- y los imbéciles habían respondido:

Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora