Jorge se levantaba cada día mirando una mancha de humedad sobre el techo de su habitación. Jorge se ponía las zapatillas y Jorge desayunaba. Jorge veía la tele, Jorge comía y Jorge dormía. Jorge acababa el día viendo la tele en su habitación y roncando sobre su cama deshecha del día anterior. Así era Jorge.
Él ya sabía que su vida era muy sedentaria, sin trabajo ni amigos, sin vida como quien dice.
Pero Jorge vivía así, y, aunque no fuera lo mejor, le valía.Lo que no le gustaba a Jorge era poner la lavadora. Precisamente eso, no la aspiradora ni la fregona, limpiar o pasar el polvo, era la lavadora. Elegir el programa, esperar a que acabe, colgar la ropa, planchar y guardar. Eso no lo soportaba, y en parte es normal, qué le queréis, yo tampoco adoro poner la lavadora.
Él se preguntaba de qué le valía una lavadora de última generación, si no le importaba en absoluto. Su padre Antonio se la había comprado 'porque es lo más moderno y quiero que mi hijo huela a limpio', mas él prefería una tele nueva que oler bien.
Su tele era pequeña y vieja. No podía sintonizar muchos canales, y tenía que colocar la antena siempre que llovía, era cosa de la empresa. Esa tele era su vida y su perdición: la amaba y la odiaba.
Y así empieza la historia de Jorge. Jorge que se levantaba para comer y ver la tele. Jorge, un vago, pero al cabo un alguien, con el mismo derecho de enamorarse.
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El Despertar
Non-FictionSiempre asociamos amor con bonanza, alegría y emoción, mas, ¿es siempre así?