-¡Arthur Piper!
Era la primera vez que despertarse por culpa de un grito lo hacía reír. Levantó la cabeza de la almohada, mirando la puerta a la que había anclado una silla para que no pudiera ser abierta desde fuera. Una cosa era que se vengara y otra que quisiera morir mientras dormía. Dejó caer la mejilla sobre sus brazos cruzados, sonriendo mientras oía los golpes y gruñidos del otro lado y cuando dejó de escucharlos soltó una carcajada al aire sin cambiar su postura. Sam gritó su nombre desde el otro lado de la puerta oculta.
-¿Quieres jugar en serio? -su voz sonaba irritada, pareció incluso que se reía, pero de una forma que envió un escalofrío por todo su cuerpo. Escuchó pasos y dio media vuelta, sentándose, mirando hacia la puerta que tenía a su izquierda. ¿Y si conseguía tirarla de verdad? Sacudió la cabeza; no, fuera como fuese, Sam se merecía aquello- Vale, hermanito -se mordió el labio. La mezcla de orgullo y miedo que se mezcló en su pecho hizo que se pusiera nervioso y bajara de la cama, alejándose de la puerta-, acabas de empezar algo que no deberías.
Arthur jadeó, levantando las cejas, quitándose esa horrible sensación de miedo de encima y cambiándola por una de indignación. Cerró los puños, tensando los brazos pero no se movió de donde estaba.
-¡Tú lo empezaste!
Sam murmuró algo que no logró escuchar pero aún así aumentó su enfado por el tono en que parecía haber sido dicho. Cruzó los brazos sobre el pecho y dio un paso, solo uno.
-¿Así que, según tú, mi hombro se dislocó él solo?
Arthur movió la cabeza, luego se dio cuenta de que Sam no lo veía y dio otro paso, furioso. Cogió aire profundamente.
-No, fue tu culpa.
-Solo intentaba recuperar mi libreta. -Arthur apretó tanto los dientes que sintió que se le romperían. Claro, él intentaba recuperar su libreta y eso lo entendía, pero también había sido él solito el que se había lanzado contra la puerta hasta dislocarse el hombro. Estuvo a punto de decirlo después de un silencio demasiado largo, pero Sam lo rompió primero, gruñendo- ¡Abre la puerta!
-¡Dislócate el hombro otra vez! -se atrevió a gritar, conteniendo el miedo. Esperaba que no fuera tan tozudo como para intentar echar la puerta abajo otra vez. Pero el miedo lo hizo fijar la mirada en la silla.
Sam sacudió la puerta con fuerza, gruñendo, sin hacer ni un solo intento de echarla abajo. Arthur suspiró más que aliviado y caminó hasta estar junto a la silla que lo mantenía totalmente a salvo, se apoyó en la puerta notando como esta se movía contra su espalda y la respiración de Sam se aceleraba por el enfado. La imagen del coreano viéndose en el espejo le hizo tanta gracia que no pudo contener la risa.
-Te hace mucha gracia, ¿verdad? -Arthur asintió para sí mismo. De repente la puerta dejó de moverse, el silencio se hizo del otro lado y dio media vuelta para comprobar que seguía a salvo, jugando con su labio cuando se dio cuenta de que lo único que no concordaba era la carcajada sin humor que acababa de salir de la boca de Sam. ¿De qué se reía ese? Debía sentirse enfadado y humillado hasta el punto de esconderse en su habitación hasta que le creciera la ceja nueva, no riéndose como si de pronto la balanza estuviera a su favor- Ya veremos quién ríe el último cuando seas el hazmerreír de la universidad.
Tragó saliva asustado, puso las dos manos en la puerta y se mordió el labio. Maldición. No es que hubiera olvidado la bromita de la pintura, por supuesto que no, y obviamente Sam tampoco lo había hecho, sin embargo no sabia qué era lo que iba a pasar al día siguiente cuando entrara por la puerta de la universidad. ¿Lo habrían grabado y estaría colgado en Internet? ¿Se habría difundido una foto entre todos los compañeros hasta el punto en que todos lo habían visto pringado de azul? ¿Qué clase de plan malvado tendría ese idiota en mente?
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Hasta que el cuerpo aguante
Teen FictionArthur es un chico normal, con diecinueve años y estudiando en la universidad más barata de Londres, su único sueño es triunfar en la música. Pero su vida cambia cuando su madre se casa con el padre de Sam Lee, un arrogante cantante al que todos cre...