Vivir sin Vivir

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Para algunos, la vida es la mayor dicha del mundo, una alegría y motivo de festejos, pero para mí, vivir es complicado, difícil, problemático y cruel. Eso era lo que pensaba cuando tenía menos de dieciocho años, pero ¿Cómo una chica de esa edad puede hablar de los problemas de la vida? Usted dirá, lo que esta chica dice son típicos problemas o rebeldías de adolescentes, pues déjeme informarle que no. Dicen que solo los mayores, las personas que han ido y venido por este largo túnel llamado experiencias, son los únicos capaces de hablar sobre que es difícil, que tiene solución y que no. Se basan en experiencias dolorosas, desamores y perdidas que han surgido durante su vida, pero ¿Creen que una persona que no ha llegado a ni a los dieciocho años puede sufrir toda la crueldad de este mundo que experimento alguna vez esa persona que ya está en la tercera edad? Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Sin embargo, cuando hablamos de dolor, no podemos decir que alguien ha sufrido más que otra persona o que mi sufrimiento es inferior al de aquel señor de la tercera edad. Es verdad que cada uno sufre de una manera diferente y cada uno sabe cómo llevarlo, pero no me vengan a decir teatrera por decir que he sufrido mucho en mi adolescencia. Lo digo porque yo misma lo he visto, pues a pesar de todo siempre fue una chica que sonreía a pesar de todo. Sin embargo, llevaba conmigo una pena incalculable y si solo tenía dieciocho años ¿pero que me paso?

Mi infancia fue como la de cualquier niña, era una niña ingenua de lo que pasa en el mundo, jugaba con mis muñecas que me compraban mis tías y padrinos. Me encantaba escuchar el sonido que producía el viento al chocar con las hojas de los árboles, la lluvia en las noches o sentir las caricias que sentía en mis descalzos pies las veces que iba a la playa, tenía salud, una buena economía y atractivo físico, pero carecía de lo más importante en este mundo y ese era el amor de mis padres. Al inicio todo era tranquilidad, aunque una tranquilidad solitaria, ya que mis mencionados padres nunca paraban en casa debido al trabajo ¿Qué le puedes exigir a una pareja de jóvenes que tuvieron una hija por accidente? ¿No fui planeada? Pues sí, nunca la fui, no estuve en sus planes, no hay porque ser mentirosos con ese tema y lo peor es que yo lo sabía muy bien desde pequeña, por eso nunca quise causar a mis padres incomodidad o problemas, pues sabía que mi existencia no era deseada. Con el pasar de los años, esa tranquilidad se volvió una guerra de perfumes baratos, rosas y alcohol, aquellos padres ya cansados de su matrimonio forzado comenzaron a experimentar el deseo que produce la carne y decidieron tener una vida de lujuria y pasiones, más de una vez vi a una mujer salir medio desnuda del cuarto de mi padre o solía ver por la ventana como mi madre llegaba con varios hombres hasta la puerta de mi casa y siempre acercaba su cara a la de otro señor que no era mi padre, pero no le daba importancia a ello. Con el pasar de los años los olores que podía recordar se volvieron en sonidos, una mezcla de palabras como ¡Cállate! ¡Lárgate! ¡Te odio! ¡Eres una perra! ¡Pendejo! Esas palabras siguieron y pasaron a ser sonidos fuertes, como si fueran golpes y palmadas de mano chocando con las paredes. Todo ello era una melodía que comenzaba a las diez de la noche y no tenía fin, tal vez sería porque me quedaba dormida antes de darme cuenta de que el silencio llegaba a la casa. Cuando cumplí once sentí que tal vez la vida me podría sonreiría, mi madre me demostró una vez más que no me quería, ya que decido irse de la casa. Mi padre se volvió a casar y hacer la familia que él deseaba con la señora que eligió con liberta y con los hijos que él planeo tener. Yo sabía que no encajaba en se lugar.

Durante ese tiempo tome una decisión que no fue muy complicada y fue vivir con mi padre y su nueva familia. Al principio pensé en vivir con mis padrinos, pues ellos si me querían, pero mi padre me dijo que sería un estorbo para ellos. Mi nuevo hogar era más amplio, tenía un cuarto propio para mí debido a que era mujer y los hijos de mi madrastra eran hombres. Mi madrastra era una mujer sumisa y obediente, muy diferente a mi madre biológica quien era liberal y extrovertida, sin embargo, ella no prestaba mucha atención en mí y siempre me castigaba por todo. Mi padre siempre le comentaba a ella que cuando creciera sería igual que mi madre de oportunista y descara, pues nos parecíamos mucho físicamente. Esto no le gustó mucho a mi madrastra, pues no quería que mi padre recordara a mi madre por ningún motivo. La relación con mis nuevos hermanastros era igual, no conversaba con ellos a pesar de ser dos años menores que yo. No me incomodaba la idea de tener nuevos hermanitos, pero siempre sentía que me miraban mucho y estaban pendientes de lo que hacía o no, era muy claro que no me veían como su hermana. Una vez que los dos se casaron por civil, junto con mis dos hermanastros menores, empecé a asistir a un nuevo colegio, en un nuevo país, con un nuevo idioma, fue para mí un nuevo reto aprender alemán y eso me demoro varios años. En mi colegio, me conocieron como la muda, ya que no sabía hablar el idioma y tampoco socializaba con los demás. Esto provoco que mis notas bajaran y el dulce sonido de los golpes volviera una vez más a mi vida, al fin comprendí que eran esos ruidos que escuchaba cuando mis padres discutían.

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⏰ Last updated: Dec 22, 2015 ⏰

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