14 años antes.
Estaba jugando con un rompecabezas, regalo de mi octavo cumpleaños, cuando de pasar a estar uniendo piezas, pasé a escuchar gritos, voces fuertes y pasos acercándose a mi pieza. Del susto, me metí abajo de mi cama. A los segundos, se abrió la puerta y pude ver los zapatos rosa chillón de mi mamá y los inconfundibles zapatos lustrados de mi papá, escoltados por dos pares de borcegos negros y otro par que andaba rondando por mi habitación como si estuviera en busca de algo y sospechaba que ese algo era yo. Solamente tenía vista de los zapatos, porque la cama me impedía ver más allá.
No podía oír tan bien -o quizás no quería- pero entendía perfectamente los llantos incontrolables de mi madre y la voz de mi padre rogando que no la toquen a mi mamá; y que se lleven lo que quieran pero que no les hagan daño.
Se escuchó un sonido fuerte y seco, que retumbó por las paredes. No descifré que era, hasta que vi sangre -mucha-, el grito desgarrados de la boca de mi madre y a mi papá caer al suelo. Mirándome. Y diciéndome -inaudiblemente- "te amo".