Capítulo 10

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Pasó la lengua por el corte que tenía en el labio inferior y que lo hizo gemir suavemente por el escozor, apoyó la mejilla que no había sido golpeada por aquel impresentable en la palma de la mano y siguió mirando fijamente la hoja llena de palabras tachadas y garabatos sin sentido. Bufó otra vez, apretando el bolígrafo entre sus dedos. Su padre le había pedido expresamente y con todo el secretismo que era posible que escribiera una canción para Jade, pero no conocía casi nada a esa mujer, ni la historia de su romance, ni siquiera estaba lo suficientemente emocionado con esa boda como para inspirarse. En realidad solo lo aceptaba porque su padre era feliz y en cuanto Melany le dijera que podía irse, se largaría de allí y no tendría que volver a ver a ese asqueroso e insufrible mocoso. Se pulsó la sien después de dejar el bolígrafo sobre la libreta, cerrando los ojos antes de abrirlos y mirar el móvil que vibraba sobre la mesa.

-¿Qué? -tal vez su voz había sonado demasiado irritada, pero no estaba del mejor humor en ese momento. Un saludo en coreano hizo que se pasara las manos por el pelo, la risa contagiosa de Soojae se escuchó del otro lado pero Sam no movió un solo músculo, estaba cansado, eran las tantas de la noche en Londres y lo último que le apetecía es que su supuesto mejor amigo le diera la tabarra con eso de no meterse en problemas. ¿Y a él que le importaba si quería manchar de azul al enano?- ¿Qué quieres?

-Te has vuelto a pelear con tu hermanastro, ¿verdad? -sin necesidad de que asintiera -aunque Soojae no iba a poder verlo- la risa se transformó en un suspiro y Sam puso los ojos en blanco, contestando antes de que Soojae empezara con sus discursos.

-Me ha golpeado -Soojae jadeó del otro lado- y yo se lo he devuelto. Así de fácil, Jae, no te pongas histérico.

-¡Yo no me pongo histérico! -la verdad era que con ese grito solo acababa de contradecirse a sí mismo. Sam se revolvió el pelo, sabiendo perfectamente que había avanzado por el camino que no quería si quiera pisar. Para empezar, no debería haber cogido el móvil, luego ni hablar de contarle lo que había pasado el día anterior a Soojae, y el hecho de que había pasado toda la tarde recogiendo juguetes y limpiando fluidos de niños de dos años ni nombrarlo. Al menos solo había dejado salir los dos primeros, aunque conociendo a Soojae lo último no tardaría mucho en ser desvelado también- Solo digo que vais a tener que soportaros toda la vida y deberíais hablar tranquilamente y dejar de fingir delante de Mickey y tu madrastra, porque, ¿qué excusa les habéis dado por lo de los golpes?

-Supuestamente he defendido a Arthur de unos matones.

Supo que el pelo naranja de Soojae se balanceaba de arriba abajo, oyendo una risa de pocos segundos de duración proveniente del otro lado y cambió de posición, gruñendo al apoyar la mejilla adolorida en la palma de la mano. Soltó aire con fuerza por la nariz y al final se levantó del escritorio y se dejó caer en la cama, poniendo una mano tras la nuca, cerrando los ojos y oyendo las palabras de Soojae sin prestar demasiada atención.

-...es lo que yo digo, Sam, no podréis fingir para siempre.

-Eso ya lo sé.

-¿Y entonces?

-Melany...

Soojae hizo un ruido que lo interrumpió, algo así como un jadeo de indignación o de enfado. Soojae no era famoso y mucho menos tenía talento para algo que no fuera matemáticas -cosa que estudiaba en la mejor universidad de Seúl-, por lo que solía molestarle bastante el hecho de que Sam viajara tanto y no pudieran verse prácticamente nunca. Sin embargo había comprendido muy bien lo de la boda de su padre y había sido él mismo quien le había ayudado con la maleta para irse a Londres alegando que era hora de que pasara más tiempo con su padre. Sam sabía que tenía razón, pero era su trabajo, adoraba su trabajo, adoraba que la gente lo quisiera y mucho más tener tanto donde elegir cuando necesitaba aliviarse.

Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora