El aula de psicología infantil era un absoluto desastre cada tarde que abría la puerta, con el ceño fruncido, malhumorado, e iba directo a la mitad del aula que Sam y él habían decidido que le correspondía desde que el primera día se habían puesto a gritar por quién limpiaba qué. Sin embargo aquel día los dos entraron juntos y caminaron hasta la esquina donde estaban los instrumentos de limpieza. Sam cogió la fregona que no tenía el palo sucio al mismo tiempo que él, provocando que sus miradas se encontraran y cada uno tirara hacia su lado, no consiguiendo nada. Arthur esperó que el coreano lo fulminara con la mirada y volviera a insistir, pero este la soltó con un gruñido y limpió el palo de la otra antes de cogerla.
Desde que habían comenzado a componer la canción para su madre, sus discusiones habían quedado lo más apartadas posible y solo se hablaban cuando era totalmente necesario o de otra forma terminaban gritándose, mirándose como un asesino a su víctima. Arthur incluso agradecía todo eso, había aprendido a tocar algunas notas más gracias a ver los dedos de Sam deslizándose por el piano y de alguna forma se había dado cuenta de que este tenía unas manías muy raras cuando componía, totalmente concentrado, mordía el bolígrafo mientras escuchaba la melodía, se golpeaba la pierna si no tenía instrumento para llevar el ritmo de la letra que estaba escribiendo y la única ayuda que le había pedido a él había sido «háblame de tu madre».
-Oye, Sam -dio media vuelta mientras limpiaba la pared blanca, llena de dibujos hechos con tiza, frotando con fuerza hasta que le dolieron los dedos. ¿Cómo podía haber gente que estudiara para jugar con niños? Eso era porque ellos no tenían que limpiar el desastre después de sus sesiones. Sam lo ignoró, pasando la escoba por su lado con los auriculares puestos- ¡Sam!
Un trozo de la canción salió de sus labios tal y cómo llevaba ensayándola tres días y Arthur se acercó más para escucharla. La había oído mientras este la componía al principio, pero Sam lo había echado en cuanto dejó de hacerle falta.
-¿Qué haces? Vuelve a tu lado.
Arthur puso los ojos en blanco, cansado de que no le dejara oírla completa, dejó el trapo sobre una mesa llena de plastilina y metió las manos en los bolsillos del pantalón, caminando con tranquilidad hacia Sam, que levantó las cejas. Cuando estuvo a su lado, aguantó las ganas de crear una discusión que lo azotaron y se aclaró la garganta.
-Sigue cantando. -pidió con la voz más pacífica que pudo encontrar. Sam se rió de forma arrogante y movió la cabeza incrédulo, pero antes de que pudiera decir nada, Arthur se puso a la defensiva- La canción para mi madre. -tenía que dejarlo claro- No me interesa tu nuevo disco.
-¿Y si no quiero?
-Mickey quería que la cantáramos los dos, así que tendré que aprendérmela, ¿no?
Sam movió la cabeza, convencido de que no era así, apoyó la barbilla en el palo de la escoba sonriendo de lado y se quitó uno de los auriculares solo para hacerlo rodar entre sus dedos.
-Mi padre quería que la compusiéramos los dos. -corrigió y lo señaló con desprecio- Ni de broma voy a dejar que la cantes conmigo.
-¡Pues deberías!
La rabia que inundó su cuerpo era equivalente a la que siempre sentía con el que iba a ser su hermanastro tan solo dos días después, aunque llevaban tantas horas en tranquilidad que le pareció aún peor. Cerró los puños con indignación, cruzándose de brazos luego y frunciendo los labios. Sam suspiró y se volvió a poner el auricular antes de ponerse a barrer otra vez.
-¡Oye! -ser ignorado le daba más rabia que que le respondiera con esa asquerosa arrogancia suya- ¡Samuel!
Sam soltó aire con fuerza y lo miró, con sus ojos rasgados entrecerrados en símbolo de enfado, pero apartó la mirada enseguida hacia su trabajo. Arthur se quedó mirándolo por un rato, en espera de una respuesta, hasta que se dio cuenta de que no iba a recibir ninguna y volvió a su lado, a borrar la tiza de la pared.
Un rato después y para su sorpresa, después de oír como Sam tenía una intensa conversación en coreano por teléfono, el móvil de este apareció delante de su cara. Dejó de barrer su parte del suelo para levantar la cabeza, encontrándose con Sam con el ceño fruncido, tendiéndole los auriculares y una hoja de esa dichosa libreta. Abrió la boca para hablar y Sam movió la mano bruscamente.
-Cógelo y cállate. -¿con quién habría hablado para cambiar de opinión? Cogió los auriculares y se puso uno, porque Sam le quitó el otro y se lo puso, pero aún no se reproducía nada, así que cogió la hoja con cuidado y la desdobló, dándose cuenta de que había más de una, todas escritas, llenas de garabatos en los márgenes y palabras tachadas entre paréntesis- No puedo creerme que vaya a hacer esto...-oyó el murmuro de Sam y al instante lo vio pulsar el play y la música empezó a sonar.
De nuevo la oleada de envidia lo invadió, pero tenía que admitir que el instrumental era genial, y que la voz de Sam a su lado cantando la letra que él iba leyendo en las hojas era simplemente increíble. Se mordió el labio con nerviosismo y cerró los ojos para centrarse en la canción y no en que sus hombros estaban demasiado cerca. Movió la cabeza al compás de la canción y su cabeza creó, de pronto, un escenario donde ellos eran quienes la cantaban, con su madre vestida de novia sonriendo desde una mesa. Sonrió inconscientemente, abrió los ojos y leyó la letra en voz alta, acompañando Sam, que paró en cuanto lo oyó, dejándolo solo. Los nervios subieron hasta su garganta, callándolo, ruborizándolo y miró a Sam con reproche.
-¿Por qué paras?
-Esto no es un dueto. -Sam tiró del auricular que había en su oreja hasta quitárselo, haciéndole algo de daño en el oído por su brusquedad, dio media vuelta sin decir nada más y caminó de vuelta a su lado del aula. Arthur cerró los puños furioso viéndolo coger la fregona que estaba en el suelo y darse media vuelta, ahora sonriendo con maldad- Y si quieres ser un cantante deberías tener más confianza en ti mismo.
-Tengo confianza en mí mismo. -reprochó intentando levantar la cabeza y erguirse, aunque seguía sintiendo las mejillas ruborizadas.
-Claro. -odiaba que fuera sarcástico con él- Entonces canta.
-¿Qué?
-Vamos, tienes la letra, canta.
Arthur miró las hojas entre sus dedos, tragando saliva sin poder abrir la boca, se mordió el labio y escuchó a Sam reír burlón. No era culpa suya si le daba miedo cantar solo delante de la gente, si sentía que iba a salir todo mal en cuanto lo intentara, ni siquiera había cantado en solitario frente a sus mejores amigos o su madre, ¿lo iba a hacer entonces delante de Sam? Por supuesto que no.
Dio media vuelta ignorando todo comentario, caminó hasta la mesa llena de plastilina y dejó las hojas allí con rabia, volviendo a sus tareas.
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Hasta que el cuerpo aguante
Teen FictionArthur es un chico normal, con diecinueve años y estudiando en la universidad más barata de Londres, su único sueño es triunfar en la música. Pero su vida cambia cuando su madre se casa con el padre de Sam Lee, un arrogante cantante al que todos cre...