El gran día había llegado por fin. Arthur mantuvo el móvil entre hombro y oreja mientras se ponía los pantalones.
-Yo tampoco entiendo de corbatas, David, coge una al azar y punto.
-Va a ir gente importante y no quiero desentonar.
Miró hacia abajo, notando que lo que dos días atrás era perfecto en aquel momento le resultaba incómodo. Bufó y se dio cuenta de que se había puesto los pantalones al revés, así que se los quitó.
-¿Y desde cuando te importa eso?
-Cierto…-chasqueó la lengua, intentando que no se le cayera el móvil- Nos vemos en la iglesia.
En lugar de contestar, chilló, cayendo sobre la cama al tropezarse. Lanzó el móvil a un lado y se levantó. Se puso los pantalones, la camisa y los zapatos, y cuando tuvo que abrocharse la corbata se mordió el labio.
-Cómo odio estas cosas.
Intentó por todos los medios y de todas las formas hacer un nudo decente como los que había visto que Mickey solía llevar, pero nunca había hecho uno y se frustró. Gruñó, tirando de la tela, queriendo lanzarla al suelo, pisarla y mandarla a un rincón de una patada. Se contuvo solo cerrándola con fuerza entre los dedos y echó la cabeza hacia atrás.
-¿Necesitas ayuda?
Miró hacia la puerta, donde Sam se cruzaba de brazos con el traje perfectamente colocado y el nudo de la corbata azul oscuro atado sin una sola arruga, todo lo contrario a la tela que tenía él entre las manos. Estuvo muy, muy tentado de decir que no, pero sí la necesitaba. Bufó y asintió y Sam entró en la habitación con una sonrisa llena de prepotencia mientras él apartaba la mirada porque no quería aceptarlo.
Sam le quitó la corbata de la mano y se la puso tras el cuello, bajo la solapa del cuello de la camisa.
-Levanta la cabeza. -miró el techo, notando las manos que se movían ágiles atándole la corbata como él nunca -o al menos de momento- sabría hacerlo, apretando la mandíbula, cerrando los puños, sintiéndose terriblemente incómodo con la cercanía de Sam- Ya está.
-¿Por qué me ayudas? -miró al frente mientras Sam pasaba los dedos por su cuello para alisarle la tela y los deslizaba por el nudo, hacia la punta de la corbata muy despacio. Sus ojos se encontraron un segundo y aunque Arthur creyó que se mantendrían la mirada, Sam la bajó un poco- Pensaba que te haría gracia verme así.
-Y me hace gracia.
¿De verdad? Porque no lo había visto reírse, sonreír, o mostrar algún símbolo de felicidad desde que su padre consiguió pronunciar bien los votos la tarde anterior.
Cruzó los brazos y levantó una ceja incrédulo. Sam estaba muy raro. Pensaba que después de haber dejado claro que la tontería del hospital había sido una broma, ambos volvían a estar como siempre, pero era obvio que no era así; o puede que simplemente fuera culpa de los nervios de la boda. Soltó aire, decidiendo que lo más lógico era lo segundo y esperó a que Sam le soltara la corbata, porque seguía acariciándola lentamente.
-¿Te importa? -soltó al final, cansado de tenerlo ahí, y Sam parpadeó confundido.
-¿Eh?
Arthur frunció el ceño.
-Gracias por el nudo, pero ya puedes soltarme.
Sam se miró las manos con los ojos muy abiertos y soltó la corbata como si le diera alergia, dando un paso atrás, mirándolo furioso un segundo después.
-¿Eres tan inútil que no sabes abrocharte una corbata?
Ahora fue Arthur quien parpadeó completamente confundido. ¿Qué demonios…?
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Hasta que el cuerpo aguante
Teen FictionArthur es un chico normal, con diecinueve años y estudiando en la universidad más barata de Londres, su único sueño es triunfar en la música. Pero su vida cambia cuando su madre se casa con el padre de Sam Lee, un arrogante cantante al que todos cre...