31 de Octubre de 2010Supongo que este sería el momento en el que yo tendría que presentarme; decir mi nombre, mi edad y todo eso, ¿no? Pues no voy a hacerlo. ¿Por qué? Prefiero quedarme en el anonimato. Prefiero que si, Dios no lo quiera, algún día alguien encuentra alguna de mis cartas, no sepa a quién le corresponde. En otras palabras, querido lector ajeno, no quiero de que tú te enteres de quién soy.
Para empezar, no sé ni por qué narices estoy haciendo esto. Ahora mismo, podría estar decorando mi casa con murciélagos, calabazas y esas cosas, pero no; estoy escribiendo cartas de suicida cuando ni si quiera necesito hacerlo, cuando ni si quiera soy uno. De hecho, sólo lo hago porque un amigo, al que llamaremos Patrick, me ha dicho que es una de las mejores formas de desahogarse en este asco de mundo en el que vivimos, que es precisamente lo que necesito.
Recuerdo cuándo me lo recomendó, dos meses atrás. Estábamos sentados en algún lugar de un parque, al que llamaremos Green Park, al que habíamos llegado después de la desagradable fiesta que daba una desagradable animadora y a la cual sólo habíamos asistido porque, según Patrick, es la forma más fácil de conseguir alcohol en un pueblo tan anticuado, pequeño y olvidado como es, al que llamaré, Blue Lagoon.
También recuerdo que, nada más entrar, Patrick fue atacado por multitud de animadoras y otras chicas con mala fama, atacado por ellas y su "encanto", obviamente. Aunque, claro, no es de extrañar si tenemos en cuenta que Patrick es el típico chico malo de metro setenta, pelo rubio rizado, ojos de color azul muy oscuro, piel ligeramente tostada y acompañado siempre por su chupa negra de cuero y su querida y sobreestimada Harley. ¿Que por qué un tipo así se juntaba con alguien como yo: el típico mal alumno al que no se le daban ni bien las amistades ni las chicas? Ni idea, sólo sé la vieja historia del día en el que nos conocimos y todas las siguientes, no anteriores, historias que contaré quizás en un futuro, no sé si cercano o lejano.
A lo que íbamos; Patrick desapareció entre una multitud de chicas, que apestaban a alcohol y a problemas, mientras que yo simplemente me senté en el primer sillón que encontré con la intención de pasar desapercibido, como siempre. En principio todo fue bien, ya que nadie decidió que sería divertido pegarme o humillarme, pero a los pocos minutos pude escuchar un grito masculino procedente de la segunda planta. Acto seguido, Patrick apareció bajando las escaleras, con el pelo revuelto y la chaqueta a medio poner, seguido de una chica...en un estado bastante deplorable. Es decir, ni siquiera tenía puesto el vestido rosa chillón que llevaba colgando de uno de sus brazos. La chica en cuestión estaba claramente enfadada y le gritaba a Patrick, que sólo apretaba los puños y se mordía con fuerza los labios. Incluso yo podía darme cuenta de que le estaba siendo bastante complicado contenerse...hasta que le fue imposible. A la velocidad de la luz, se dio media vuelta, quedando frente a la chica, y tomó con fuerza su muñeca. Entonces, se acercó a su oreja (en la que gritó algo que no alcancé a oír) y la soltó bruscamente. Ella se quedó petrificada en el sitio, casi diría que con lágrimas en los ojos. Entonces, Patrick continuó bajando las escaleras y se hizo paso entre la gente hasta llegar a mí. Me gritó un rápido "Pirémonos de esta mierda de fiesta" y me cogió de la muñeca para sacarme de la enorme y lujosa casa que, con toda seguridad, pertenecía a la chica que seguía parada en las escaleras en ropa interior.
Y fue así como, paseando, acabamos delante de las oxidadas y deterioradas verjas del Green Park, que tenía de todo menos verde. Más bien era una explanada de tierra con dos o tres árboles por cada diez metros cuadrados con un montón de latas, botellas y cigarrillos desperdigados por el suelo.
A pesar de que no daba muy buena espina, Patrick entró sin pensárselo dos veces y caminó sin rumbo hasta llegar a una zona donde aún quedaba un poco de hierba amarillenta libre de desechos humanos. Entonces, me llamó en un grito y me indicó que le siguiera.
Fue esa noche cuando, entre lágrimas, una botella de Ginebra y el espeso humo de un cigarrillo, me confesó que odiaba su vida. Fue esa noche cuando me confesó que más de una vez había pensado en suicidarse, pero que no lo había hecho porque, según él, era un cobarde y no tenía "pelotas" para hacerlo. Fue esa noche cuando abrió la boca, pero dejó que las palabras muriesen en su garganta, devolviendo a su corazón los secretos que me iba a confesar. Al menos la mayoría, pues sí que me dijo de hacer estas estúpidas cartas que al final sólo leeré yo mismo pero que me servirán para desahogarme de todo.
La verdad...realmente no sé que hago escribiendo esto, tampoco es que odie mi vida como la odia Patrick. Tampoco es que quiera suicidarme. Aunque sí es lo que me recomendó Patrick si pasaba por un momento difícil. Y está claro que perder a mi abuelo es pasar por un momento difícil. Además, si me lo recomienda Patrick, es porque sirve.
Y también porque Patrick es como un hermano para mí, y, como mi hermano, jamás querría hacerme daño.
Fdo. Anónimo Suicida, supongo.