Prólogo

39 2 0
                                    


En la oscuridad una tenue luz emergía desde lo profundo, alumbrando las paredes, escritas alguna vez con un extraño lenguaje y lleno de criaturas inmortalizadas en las rocas. Dibujos al pie y lo ancho, una tras otra en fila, caminando hacía otra de mayor tamaño y rodeada por un haz luminoso. Los dibujos seguían recorriendo toda, representando lluvias y terremotos, los seres vivos no se salvaban y la tristeza los embargaba al pasar la historia.

Mientras la luz se deslizaba por las paredes, los eventos cambiaban, de entre los escombros, y en un nuevo lugar aparece una criatura representada como una entidad blanca y luminosa, erguida en sus dos patas traseras, visualizando el cielo el cual se despeja ante su presencia. Una mano, protegida por unos guantes de cuero se posaban sobre la extraña figura, una voz gritaba por más, y al cabo sombras de personas empezaron a visualizarse en la pared.

—Profesor Tom. —Llamaba un hombre de mediana edad, arrugas en una cara perfilada pero sin una cana, su cabello estaba cubierto por un sombrero llano para explorar. Cuando llegó un hombre de más o menos su edad, pero claramente se diferenciaba con la mitad de su cabello de un color blanco como la nieve, aun así, su piel clara se mostraba bien conservada y sin marcas ni arrugas. Una cinta azul resaltaba en su brazo —Observé. Tal vez hemos encontrado algo que ha estado perdido durando siglos.—Señaló el primero, mientras invitaba a su compañero a ver más de cerca.

—"Tres mil años pasaran. Tres mil años será lo que duerma el tiempo hasta de requerirlo. El cielo formará vórtices; las nubes tormentas; los mares formaran desiertos; la tierra se vuelva inhóspita; las plantas marchiten y el sol se volverá un vestigio del ayer. Cuando la esperanza del mundo se extinga, un Pokémon revivirá del pasado para ofrecer una segunda oportunidad. Un héroe que comprenda ambos mundos, conseguirá el cambio para..."— Calló el profesor, dándose cuenta que el resto de sus colegas se habían reunido detrás de él.

—¿Un mal augurio? ¿Una clase de profecía? — Preguntaba una mujer joven, a diferencia de la mayoría paria rondar entre los veinte años. Su piel morena relucía ante la luz de las antorchas que yacían a su lado.

—¿Una profecía dices? Y si es cierto esto... ¡debemos avisar a todos!— Gritó sobresaltado un joven, llevaba una pañoleta atada en el cuello, su vestimenta se diferenciaba del resto ya que llevaba una bata blanca puesta y no esas camisas y pantalones cortos de colores apagados para la exploración.

—Cálmate, Max. Dicen tres mil años, pero no quiere decir que sea en nuestra época, puede que ya haya pasado o haya sido hace milenios. —Lo tranquilizo un hombre que yacía detrás de él, compartía la juventud que la de los últimos dos. De repente, tropezó junto a él, el sexto integrante del grupo, como si de la curiosidad misma se hubiese apoderado de este hombre treintañero, y pelo corto sin gorra que le cubriese la cabeza. Se detuvo frente al profesor, quien no se molestó en mirarlo, él ya sabía lo que quería decir su compañero.

—Hemos de irnos, David, recoge todo, esté lugar ya no es...— Las palabras del profesor se vieron interrumpidas por un temblor que sacudió toda la estancia. La mayor parte del equipo cayó al suelo debido al sismo y la tierra que yacía en el techo empezaba a caer. Varios ojos, rojos como la sangre empezaban a iluminarse al final de la estancia. El contorno de una silla podía apreciarse, pero encima de esta una figura inmensa yacía en receló, empezando a levantarse lentamente como si se tratase de una estatua que cobrase vida de repente.

Tom gritó a su equipo a evacuar, metiéndoles presión y prisa sin darles el tiempo de la duda mientras el ayudaba a los rezagados, que aun sorprendidos observaban a la criatura con asombro. Bloques cuadrados de piedra empezaban a caer del techo, si la criatura no había sembrado el pánico, el derrumbe había terminado de cumplir esa labor.

Los hombres esquivaban las rocas que caían en su camino, como si la misma cueva en la que se encontraban desease que su estadía fuese permanente. Un portón de luz se veía al frente, siendo poco a poco bloqueado entre rocas y polvo, pero para cuando llegaron, la salida había quedado inaccesible y solo un pequeño agujero dejaba entrar la luz en la cueva. El profesor Tom tomó la cinta que se encontraba en su brazo y con ella envolvió un colgante que llevaba bajo la ropa. Con destreza, el profesor lanzó esa pelota azul que había formado, arrojándola fuera de la cueva antes que está se cerrase totalmente con una última roca que se llevase la poca luz que quedaba.

La oscuridad los abrazo inmediatamente y les invito a ver la realidad... habían quedado atrapados.


El renacer de un héroe - El despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora