Capítulo V

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—Cristian, Cristian, despierta. —La niña estaba dándole puñetazos en el pecho, que parecían masajes para Cristian— Es mamá, está aquí. Tienes que abrir.

Cristian abrió los ojos, alarmado y se levantó. Miró por las persianas y efectivamente, la madre de su niña estaba allí, en la puerta y con tres policías armados. Cristian alzo a la niña y esta chilló, salió del cuarto hasta al pasillo y corrió hacia el lado contrario de la puerta.

—La puerta está por allá. —Repuso la niña atónita señalando la puerta principal.

Cristian la llevó al sótano y la metió con cuidado debajo de las escaleras, donde había una puerta escondida. Cristian le hizo señas a la niña para que se callara y esta lo hizo, se apuntó a sí mismo y luego al suelo, y la niña sorprendentemente le entendió que ya volvería.

Cristian subió y cogió todas las cosas de la niña, las guardo en el cobertizo y cerro a este con un candado. Era el maestro de los contratos, y sabía que podría engañar a los policías. Abrió la puerta con un gesto de cansancio, rascándose la cabeza.

—Buenos días, señor Cristian. —Lo saludó un policía quien tenía la mirada vacía e irritada. El no respondió, después de todo, era mudo.

—Déjenme a mí. —Una señora de cabello castaño y ojos café oscuro se presentó hacia él. Tenía una cara de cansancio y agitación, como si alguien la estuviese acosando. De pronto comenzó a hablarle en la lengua de los signos.

"Buenos días, soy Laurina Ariza."

"Soy Cristian, un placer."

"Tal vez usted sepa que una niña desapareció estos meses."

"Sí, lo sé."

"Se llama Rosa Ariza, es la niña de esta foto." Y a la vez que lo terminaba de decir, sacó una foto, y en cruda evidencia, ella era Rosa. "¿La ha visto?"

"Señora Laurina, para serle sincero, solo hago viajes y no permanezco casi en casa, así que la ayudaría con mucho gusto si tan solo permaneciera en este país."

—A ver, ahora me toca a mí. ¿Qué fue lo que hizo estas últimas semanas? —dijo bruscamente uno de los policías detrás de Laurina. Cristian hizo señas y la mujer las tradujo.

—Hice ejercicio, practique el piano, fui a New york y a Canadá, y comí en algunos restaurantes.

—Bien, entonces no le importara que revisemos su casa. — Acató el policía con una mirada prejuiciosa que decía: "Este me está viendo la cara de imbécil."

—Mi casa es su casa. —Tradujo la señora, Laurina frunciendo el ceño a la vez que veía como Cristian hacia un gesto teatral con el brazo invitándolos a pasar.

Los policías pasaron y buscaron en cada habitación con un detenimiento impetuoso, y finalmente en el sótano. Cristian se sintió más nervioso que nunca, pero intento no demostrarlo; no todos los días estaba en una situación así, solo rezaba para esperar que el policía no se diese cuenta. Y justamente cuando el policía estaba por irse, la niña gritó.

— ¡Cristian, sácame de aquí! ¡Está muy oscuro! ¡Cristian! —La niña gritaba ahogadamente, seguramente por la falta de aire en el armario o el miedo que se encontraba en él.

El mundo donde se resguardaba se derrumbó como el papel. Ya no le quedaba nada, absolutamente nada. El policía quito el seguro de la puerta y la niña salió desubicada por la brillante luz y tosiendo seguramente por el polvo de los años resguardados.

Un policía cogió a Cristian por la espalda, y al resistirse las esposas le marcaron.

"¡Rosa! ¡Rosa!"

Rosa y el hombre mudo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora