Sam miró sobre su taza de café amargo el rostro enfurecido de Arthur, dio varios tragos sin dejar de observar la forma en que el enano fruncía los labios -aguantando las ganas de levantarse y besarlo otra vez- y la dejó a un lado, cruzándose de brazos, apoyándose en el respaldo alto de la silla y suspiró. Hacía ya cuatro días de aquel incidente, era viernes otra vez -cosa que Sam no sabía si agradecer u odiar- y desde que Arthur lo había empujado, las únicas palabras que habían cruzado habían sido por un ejercicio que la profesora Kate los había obligado a hacer en clase a ellos dos junto al irritante amigo de Arthur y una de las tantas chicas que no lo dejaban en paz. Y es que por mucho que adorara su trabajo, la fama y a las chicas, en esos momentos no estaba precisamente de humor para ellas. ¿Cómo podía aceptar el hecho de que le gustara su hermanastro? No, el caso no era que fuera su hermanastro, sino que días atrás había querido ahogarlo en la miseria y en ese momento -aunque aún sentía cierto odio por su mal carácter- deseaba tener su boca una tercera vez, y una cuarta, una vigésima, una centésima de veces, quería besar a Arthur y temía que su cuerpo le pidiera muchas más cosas a pesar de que fuera un enano odioso.
Odioso pero no feo, para nada, Sam últimamente no podía quitarle los ojos de encima, sobre todo cuando fruncía los labios o se los lamía o se los mordía, cuando la saliva los mojaba, cuando le gritaba que era un imbécil pero se sonrojaba después de recibir un beso.
Dios, se estaba volviendo loco de verdad.
Se pasó dos dedos por el puente de la nariz, pensando seriamente en faltar a clase y poner alguna excusa referente a su trabajo, perderse en un largo paseo por el puente hacia el Big Ben y no volver hasta la hora en la que Arthur se cabrearía si no iba a limpiar con él, no quería repetir lo del lunes; Melany lo había llamado con urgencia a las cinco de la mañana para una sesión de fotos y si no hubiera sido porque Soojae lo había ayudado a calmar los nervios en el camino de vuelta a casa, quizás hubiera llegado a violar a Arthur cuando lo tuvo debajo de su cuerpo y en la cama.
¿Violarlo? Perfecto. Había pasado de querer golpearlo a querer violarlo y lo único que estaba haciendo era tomarse un café sin su leche sin lactosa, porque se la había terminado al levantarse con insomnio a las tres de la mañana. Ya no sabía ni lo que pensaba. Se levantó de la silla dejando que Gustav se llevara la taza y se puso los auriculares para ignorar todo a su alrededor, temía que si seguía pensando su cerebro sacara conclusiones aún más raras que... violarlo. Y lo peor era que llegaba a verlo como una buena idea, no lo de hacerlo contra su voluntad, pero sí tener sexo con él. Arthur era pequeño y delgado y no sabía lo que se podía esconder debajo de esa ropa sin gusto que solía llevar siempre, pero Sam quería averiguarlo y eso le comenzaba a dar miedo.Miró su reflejo en el móvil para asegurarse de que no tenía demasiadas ojeras y terminó cogiendo las gafas de sol que su padre guardaba en un cajón, cubriendo esas bolsas oscuras que se habían creado bajo sus ojos muy a su pesar. Debía mantener una presencia buena y podía subir y cubrirlas con algo de crema, pero no tenía tiempo ni ganas para ello. Se subió las gafas con el meñique, encendió la música y miró a Arthur de nuevo, sin parar, siguiendo su forma de levantarse y pasar delante de él sin prestarle atención.
Con las manos en los bolsillos, salió de casa para entrar en el coche, donde no hizo otra cosa que mirar por la ventana, y bajó al llegar a la universidad.
Arthur corrió hacia sus amigos, recibiendo el brazo de David sobre sus hombros, sonriendo como si no hubiera estado enfurruñado toda mañana. Sam se apoyó en el coche, agradeciendo que las gafas de sol impidieran saber a dónde miraba. Los otros tres días no había podido mirarlo mientras se iba porque las chicas habían llegado en cuanto bajaba del coche, pero aquel día tardaron lo suficiente para que Sam interceptara un guiño de la pelirroja.
Esa chica lo sabía, no tenía ni idea de cómo, pero había sabido que se sentía atraído por Arthur antes que él mismo. Necesitaba hablar con ella.
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Hasta que el cuerpo aguante
Teen FictionArthur es un chico normal, con diecinueve años y estudiando en la universidad más barata de Londres, su único sueño es triunfar en la música. Pero su vida cambia cuando su madre se casa con el padre de Sam Lee, un arrogante cantante al que todos cre...