Mi vida

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El frío me envuelve, congelando mis manos y mis piernas, tengo miedo y estoy tiritando, pero sé que no debo salir. Aun sigues allí, del otro lado de la puerta, golpeando incesantemente mientras despotricas las maldiciones que sabes en mi contra. Entiendo tu enojo, pero aun no puedo evitar sollozar mientras me aferro a mis piernas dentro de este diminuto armario, intentando poner aún más barreras entre tú y yo.

Cada día que pasa, tus golpes se vuelven más duros y crueles, pero incluso llego a temerles más, cuando tus manos sostienes esas extensiones de cables o aquellos objetos contundentes que utilizas para golpearme. Siempre que esto sucede deseo correr y esconderme, rogando porque no me encuentres, que no abras mi carne y saques de mí una gran cantidad de sangre con tus letales armas. Durante mi tortura no puedo evitar llorar aterrado al ver aquel líquido escarlata escapar de mi cuerpo, y al dolor recorrer cada nervio de mi sistema. Temo por mi vida, y a pesar de mis suplicas, jamás te detienes.

Antes todo era diferente, tú, papa y yo éramos una feliz familia como cualquier otra, pero todos aquellos días llenos de felicidad, amor y cariño se desvanecieron. Tus dulces y delicados tratos se convirtieron en constantes golpes e insultos, y la sonriente presencia de mi padre se esfumo como un sueño.

Si solo ese desgraciado hombre no hubiera sido un insensible como para abandonaros solo para irse con una mujer más joven, todo no se hubiera desmoronado, convirtiendo esta vida en un infierno viviente. Aún recuerdo como fue la secuencia que nos llevó a la ruina, primero fueron las noches llenas de sollozos y botellas de alcohol, en las cuales solo conocías los insultos que nos dirigías a mi como a mi padre por culpa de nuestro gran parecido físico, luego de ello vinieron los ataques de ira en los cuales rompías todo objeto que se apareciera frente a tus ojos, incluyéndome. Lo peor llego seguido de esos desconocidos hombre que se colaban en tu cama y fue lo que termino de destrozarte, las drogas.

Muchas veces intente que dejaras esa vida, pero solo me respondías con tus puños llenos de ira, para después abandonarme en esta fría casa, con las mejillas moradas y el labio sangrante.

Me percato de que has dejado de golpear la puerta, pero te conozco y no confió para nada en ti. Una vez pensé que te habías calmado y me permití abandonar esta habitación que se ha convertido en mi refugio, esperando no encontrarte... lamentablemente aun estabas allí, esperando pacientemente. Como me arrepentí. Primero fueron tus uñas, incrustándose en mi piel, impidiendo que escape; seguidamente llegaron las bofetadas que me hicieron degustar el sabor de la sangre; y por último llegaron tus puños, los cuales marcaron mi abdomen y rostro de violáceos moretones y dolorosas contusiones. Después solo recuerdo la oscuridad absoluta.

Aprieto fuertemente mis piernas por el recuerdo, desearía no haber nacido para no sufrir este infierno, y sé que piensas igual, después de todo siempre me lo reclamas, que fui un error y que te arrepientes de haberme tenido, pero lo más doloroso es cuando me dices aquellas palabras que solo me destrozan aún más... Te odio.

Saliendo lentamente del armario, pienso detenidamente en todas estas cosas mientras me acerco al escritorio con un solo objetivo, el cajón. En su interior se encuentra ella, mi más preciada amiga, la cual nunca me ha abandonado y la cual alivia un poco mi dolor. La observo brillar al reflejarse la poca luz de la habitación en su metálico cuerpo y como si me llamara con su hipnotizante apariencia la acerco a mi muñeca, esa que aún posee heridas sin curar y viejas cicatrices.

Uno... dos... cinco... diez... pierdo la cuenta, solo soy capaz de concentrarme en la espesa sangre que recorre mi brazo mientras escucho un pequeño pitido en mis oídos entremezclados con la nueva secuencia de golpes que produces, a veces pienso que intentas tirarla abajo para llegar hasta mí y abrazarme como en los viejos tiempos, pero los insultos que provienen de tus labios me hacen volver a la realidad.

Las lágrimas surcan mis mejillas e inundan mis ojos, pero soy inconsciente de este hecho, solo puedo ver mis brazos plagados de cortes sin un solo lugar disponibles. Si me detengo seré consiente de mi entorno, y no lo soportaría, así que remangando mis viejos y desgastados jeans comienzo de nuevo con esta rutina que me aleja de mis problemas. Algunas veces me imagino que tal vez uno de estos días, este dulce carmesí se escape completamente de mi cuerpo y me arranque de este mundo que me hiere cada día mas, destrozando mi corazón, y me permita escapar. Ese es mi sueño.

Mientras tanto supongo que tendré que aguantar esta rutina en espera de ese día, viviendo en este terror que es la vida junto a mi madre, soportando su odio, a los hombre que me observan, algunos con lastima, y otros con burla mientras salen de esta pocilga en donde vivimos, luego de haberse saciado de mi progenitora; al odio que albergo hacia la ramera que engatuso a mi padre y a él mismo por dejarnos. Con este dolor en mi corazón seguiré viviendo, hasta el día en que algún ser divino se apiade de mí y termine con este sufrimiento, hasta ese día seguiré luchando a mi propia manera.

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