CAPÍTULO XIX

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Después de ver cadáveres de algunos vecinos de mis primos, nos subimos a la camioneta y nos dirigimos hacia la Hermandad. Por lo que veo está oscureciendo y lo último que queda de luz del sol, lastima nuestros ojos.

-Ya casi no hay combustible –anuncia Óscar mientras sube por la empinada asfaltada.

-Pues apresúrate a llegar rápido –le ordeno.

Ahora nos encontramos en la avenida principal, de vez en cuando nos encontramos una camioneta igual a la nuestra en el camino pero piensan que somos GC, o algo por el estilo.

No hay gente caminando por la acera, la calle se siente oscura (aparte de que está oscureciendo) y fría. Bajo la ventanilla y siento el aire pegándome en el rostro.

Después de varios minutos, y de ver edificios abandonados, llegamos a las afueras del estadio. Volteo a ver hacia atrás de la camioneta y veo a Pedro dormido, parece un ángel. Su piel ligeramente oscura hace que parezca un árbol. Un árbol tierno.

Óscar estaciona la camioneta cerca de la cabaña donde está la entrada para ingresar a la Hermandad.

Nos bajamos de la camioneta y caminamos en grupo hasta adentro de la cabaña. Y entonces entramos a la Hermandad.

Todos bajan por las escaleras, y yo me quedo hasta el último. De repente, oigo el sonido de un auto acercarse.

Entonces mientras todo el escuadrón probablemente ya se encuentra en el corazón del recinto, yo abro la puerta de la cabaña para asomarme quién carajos está afuera. Y veo la escena:

Tres camionetas cargadas de GC se estacionan afuera de la cabaña. Los GC se bajan de las camionetas pero no están armados, sólo traen el uniforme blanco de los GC.

Rápidamente, se dirigen hacia la cabaña, calculo que son unos 15. Corro despavorida hacia las escaleras que llevan al fondo y cierro la puerta con fuerza para así darme un poco de tiempo.

Mis pies resuenan en los escalones, los cuales no puedo ver porque está oscuro. Llego al fundo y recorro el túnel, el cual sí está iluminado por velas, llego al final del túnel lo más rápido que puedo y doblo a la izquierda, entonces me topo con una puerta y la abro. Entonces entro al salón donde toda esa gente me recibió con aplausos aquel día que llegué a la Hermandad por primera vez.

Cruzo corriendo el salón, el cual está iluminado por tragaluces, y llego al otro extremo donde hay otra puerta, la abro y entro en un laberinto de pasillos. Necesito avisarle a toda esta gente que nos van a atacar. Pero, ¿a dónde debo dirigirme? Creo que al comedor, creo que es el lugar más concurrido.

Elijo un pasillo de los que están enfrente de mí, rápidamente, y corro. Corro hasta llegar al final y me encuentro con otros pasillos más. ¿Ahora qué hago?

De repente, oigo un ruido a lo lejos, de seguro son los GC que ya llegaron aquí. Entonces corro aún más por este laberinto de pasillos intentando encontrar el comedor, o un lugar concurrido.

Pero me detengo en seco, para pensar. ¿No Alberto me eligió como líder de un escuadrón para hacer "misiones", y así ayudar a acabar con la dictadura de Susana? Si es así, ¿por qué corro como una niña de tres años? Debo ser valiente.

Me regreso por los pasillos que he recorrido en busca de los GC. Ahora que recuerdo tengo varios cuchillos escondidos en el chaleco.

Entonces oigo una explosión. Choco en las paredes de estos pasillos mientras me retumban los oídos. Miles de pedacitos de concreto caen sobre mí.

Después de esa explosión, me paro decidida encontrar a estos hombres lacayos de Susana. Corro por los pasillos lo más rápido que puedo, aunque me sudan las manos incontrolablemente por el miedo.

Tengo miedo, pero eso hace que me ponga más viva.

Entonces ocurre una segunda explosión.

Caigo al suelo, golpeándome la cabeza contra el suelo. Abro los ojos poco a poco y todo mi mundo da vueltas, me dan náuseas. Me paro con trompicones intentando ver entre estos pasillos oscuros poco iluminados por velas.

Sigo corriendo lo más rápido que puedo aunque me zumben los oídos. Corro y corro, sin parar, jadeando continuamente hasta quedarme casi sin aliento, pero sé que debo ir cada vez más rápido.

De repente, llego al comedor. Pero sólo veo a un GC, quitándose el casco que tiene. Estoy a quince mesas de distancia de él, de repente se voltea para verme directo a los ojos. Sus ojos son azules.

Lo siguiente, pasa muy rápido que apenas me da tiempo de asimilarlo:

El GC se abre el chaleco blanco que trae para tirarlo al suelo. Veo que trae un aparato negro pegado con cables y cinturones al estómago por debajo de la camisa. Entonces el aparato explota y envuelve en llamas al GC, las llamas alcanzan todo lo que está a su paso y hacen que vuelen las mesas del comedor. Salgo volando por la onda expansiva y caigo al suelo, golpeándome la espalda. Me quedo sin aire.

Siento el calor de las llamas cerca de mí, siento como si me envolvieran. Entonces, creo que ya no me queda más remedio que dejarme morir.



La Hermandad (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora