Narra Leanne.
Una punzada en la cabeza hizo que mi columna vertebral se estremeciese. Abrí los ojos con lentitud y todo lo que pude ver fue un oscuro tono de azul. Me removí un poco, entrando en consciencia. Recordé todo, y justifiqué mi terrible dolor de cabeza. ¡Sería ilógico no tenerlo!
Inhalé profundamente el delicioso aroma de la colonia de Ignazio, y distinto a lo que hubiese creído, no me sentí incómoda de estar allí con él.
Al contrario, era sensacional. La suave manta que nos cubría, su brazo aferrado fuertemente a mi cintura y su calor corporal invadiéndome completamente, era seguramente una de las cosas más hermosas que había sentido en mi vida, logrando que aunque sea por un instante, olvidase los acontecimientos del día anterior.
-Buongiorno piccola mia -susurró con voz ronca.
-Buenos días -respondí sin moverme. Embobada por la manera en que un notable acento se había apoderado de su voz al pronunciar aquella tierna frase.
-¿Cómo te sientes? -preguntó apoyando su barbilla sobre mi cabeza. Se notaba que él también disfrutaba de estar así.
-Me duele mucho la cabeza... pero... -suspiré mientras recordaba lo ocurrido- estoy mejor.
No sabía cómo ni porque, pero estar con él en ese momento me tranquilizaba.
-Me alegra oír eso.
Me pegué más a él. -¿Qué hora es?
-Casi las diez.
-No quiero levantarme.
-Yo tampoco -susurró. Sonreí.
Pasó cerca de un minuto en absoluto silencio, yo solo disfrutaba de estar allí.
Me alejé con cuidado, sin embargo, no logré mi cometido, ya que de igual manera un agudo dolor atravesó mi cráneo por el movimiento. Solté un ligero gemido. Ignazio me miró a los ojos, un tanto preocupado. Supuse que mi aspecto era terrible.
Acarició mi frente con cuidado, ésta dolió. Debía tener un moretón.
-Te buscaré una pastilla para el dolor de cabeza -y dicho esto se levantó y salió por la puerta.
Bufé. Necesitaba la pastilla, pero no quería que se fuera.
Bajé mis manos y bajé la camiseta, que seguramente por el movimiento al estar dormida, ahora se encontraba por mi cadera. Agradecí tener aún la manta encima.
Ignazio llegó un minuto después, con una pequeña pastilla en una mano y una vaso con agua en la otra. Me senté con cuidado y la tomé. Él se sentó a mi lado y recosté mi cabeza en su hombro.
-Gracias.
-Por nada.
-¿Tú... tú crees que todo sea verdad? -pregunté de repente, dejando de lado el enojo y considerando por primera vez la posibilidad de que no fuese cierto.
Me miró. -Me gustaría asegurarte que no, no sabes cuánto, pero... no puedo saberlo. Realmente no creo que tu mamá sea de esa clase de personas.
-Yo tampoco, pero su manera de verme... la tristeza y el "no le digas"... no creo que sean por nada. Aún no puedo creer que me haya hecho eso... -sentí mis ojos humedecer e hice mi mayor esfuerzo por no llorar.
Me abrazó. -¿No crees que deberías hablar con ella?
-Yo... supongo que sí, pero... no quiero.
-Bueno, no importa ahora. ¿Quieres desayunar algo?
-Sí -dije mientras comenzaba a moverme.
-No, no -me detuvo -yo te lo traeré.
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Paura D'Amare [Ignazio Boschetto]
Hayran KurguLos seres humanos estamos condenados a temer al cambio, a lo desconocido y a lo que creemos que podría dañarnos. Preferimos estar en una zona de confort, creando murallas a nuestro alrededor en inútiles intentos de alejarnos de aquello a lo que teme...