PRÓLOGO:

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•••••••Año 1897•••••••

-¡Ryan, ya no tienes nada más que perder! Entrégame a tu mujer y puedes retirarte.

-¡Eso nunca! -el llamado Ryan alzó el puño, pero el primer hombre lo agarró y detuvo con facilidad el golpe.
-¿Ah no? ¿Y qué más crees que puedes seguir apostando? Ya no te queda nada -se burló. Desvío su mirada clavándola en la joven mujer que se escondía tras Ryan-. Eres consciente de que ahora harás todo lo que yo te ordene, ¿no?
La mujer no habló. Observaba la escena sin comprender como un simple juego de cartas podría haber llegado tan lejos. De apostar unas pocas joyas a llegar a tener que marcharse con otro hombre y de ahora en adelante pertenecerle a él.
-Vamos, acércate -insistió el señor. Como la muchacha no reaccionaba, la empujó hacia él.
-Nooo -Ryan, el marido de ésta, gritó desesperado al ver como unos fuertes brazos le arrastraban llevándoselo de allí.
En unas pocas horas había perdido todo. Había sido un estúpido al ir a jugar allí, pero había empezado bien, quizá habrían llegado a ser ricos. Aunque todo eso sólo fue cosa del principio. Con el paso de las horas empezó a perder todo lo ganado y más, llegó al punto de apostar a su mujer. Y lo peor fue que la perdió también. ¿Cómo podía haber sido tan necio? El alcohol le había afectado más de lo que le hubiese gustado.
Jamás debería haber ido esa noche allí. Pero ya era tarde para arrepentirse, ahora su mujer pertenecía a uno de los otros dos hombres. Y no acababa todo ahí; sus dos hijos saldrían más perjudicados que él y su mujer, aún eran unos pequeños niños. Con todo el futuro por delante.
-¡Papá! -un niño de apenas cinco años, el cual estaba jugando con su pequeña hermana un tanto apartados de los hombres, salió corriendo tras él al ver que se lo llevaban a tirones fuera del salón.
-¡KALU ESPERA! -le llamó en vano la mujer cogiendo en brazos a la niña que instantes antes jugaba con Kalu.
-Mami, ¿a dónde se llevan a papá? -le preguntó la pequeña asustada.
-No lo sé... -sollozó la mujer.
-¿Luego van a volver? -la niña estaba confusa, necesitaba saber qué pasaba. Pero su madre no pudo contestar a su pregunta, un enorme puñetazo hizo que retumbara la mesa haciendo saltar todas las riquezas y cartas que estaban apoyadas en su superficie.
-¡Aal, sigamos! -el primer hombre alzó de nuevo la voz, llamando la atención de los otros señores.
-Muy bien -el llamado Aal estiró la mano depositando en la mesa unos cuantos billetes-. ¿Tú que apuestas ahora? -le tentó.
-A la niña -dijo el hombre sin pensar, arrebatando a la pequeña de los brazos de su madre. Ya que ahora todo lo que formaba parte de la mujer era de su propiedad.
-¡Nooo, no podéis hacer eso! ¡Mi hija no es un objeto! -se quejó la mujer, pero lo único que consiguió fue una fuerte bofetada del hombre.
-Aquí no tienes ni voz ni voto, ¿está claro? -le gritó.
-Perfecto, entonces comencemos -asintió Aal conforme ignorando la escena.
En los siguientes minutos el silencio y la tensión invadieron la sala. La mujer observaba atónita como esos dos hombres hacían manejos con las cartas. Quiso coger a su hija y salir corriendo de allí, pero no se vio con fuerzas para hacerlo.
Segundos después el corpulento hombre llamado Aal tronó:
-¡Sí! ¡La niña es mía!
-No, no, no. ¡No puede ser! Aal, eres un ladrón -el señor situado al lado de la mujer tiró las cartas al suelo, derrotado.
-Son las reglas, ¿no? -se burló Aal estirando los brazos para coger a la niña-. Me serás útil para limpiar la casa... Y, ¿quién sabe? Quizá pueda venderte por algo más de dinero - una ladeada sonrisa se mostró en su rostro enseñando sus perfectos dientes.
-No... Mamá... -la niña se giró hacia su madre pidiendo auxilio.
-¡No! ¡Mi hija vendrá conmigo! Iré yo donde vaya ella si es necesario. De no ser así, me suicidaré -dijo la mujer muy seria.
-Bueno, bueno... Con que amenazas, ¿eh? -Aal se acercó a ella-. Está bien, hagamos un trato: te quedas con las dos -le dijo al otro hombre-. Pero en cuanto la niña cumpla dieciséis se vendrá a vivir conmigo.
-Nooo -gritó la mujer.
-¡Cállate! -le cortó el hombre restante-. Acepto el trato -le tendió una mano y Aal la estrechó.
-Sólo una última condición... -añadió Aal y torció de nuevo la sonrisa mirando a la niña con malicia-. La pequeña se casará por obligación con mi hijo primogénito al cumplir los años acordados...

Amor Sin SentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora