PRÓLOGO

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Un olor a pollo asado inundó el salón. Aquel invierno estaba siendo bastante frío, más que de costumbre. Una comida caliente es lo único que podía hacerles entrar en calor, ni la calefacción conseguía que desapareciese la sensación de estar pisando nieve.

El agua bajaba estrepitosamente, resbalando por ventanas y paredes, para acabar en un enorme charco en el medio de la calle. Ya era de noche, apenas se veía un par de personas merodeando, borrachos seguramente.

-Chris, no tenemos vino blanco para el pollo. ¿Puedes bajar a por una botella?- pidió Kara, sonriendo y volviendo la vista enseguida hacia las patatas que estaba pelando.

- ¿Y no puedes echarle un poco de agua por encima? Seguro que sabe igual de bueno- respondió él, a la vez que se levantaba y se dirigía hacia ella. La agarró por la cintura y le besó el cuello con dulzura.

-Llevo todo el año esperando a que llegara este día, así que baja o esta noche duermes en el sofá- replicó, en tono irónico. Antes de que Chris pudiera decir nada más, ella se dio la vuelta y le beso. Unos segundos después, Kara soltó sus labios y puso sus ojos de angelito que tanto le enternecían.

-Está bien, bajaré a por el vino.

Kara sonrió de nuevo y le besó una segunda vez. Cogió las llaves y se las posó delicadamente en la mano, cerrando instantáneamente su puño.

-Y no te entretengas, que nos queda una noche perfecta por delante.

La única respuesta de Chris fue pellizcarla la mejilla, a lo que ella ronroneó como un gatito cuando le rascan por el lomo.

Si no quería subir arriba, lo único que podía hacer era echarse la capucha sobre la cabeza y caminar los cien metros que había hasta la tienda. El suelo estaba tan encharcado que cada paso era sinónimo de empaparse hasta por encima de los zapatos, helándose más si cabía.

La puerta de la tienda estaba iluminada con carteles de neón, de manera que todo el mundo pudiese ver que estaba abierta; no muchas tiendas más lo estarían. Chris conocía al dependiente desde casi su nacimiento, ya que habían ido juntos al colegio toda la vida.

El timbre sonó nada más cruzar el umbral de la puerta, para avisar de un nuevo cliente. Dentro tan solo estaban Corey y una mujer que no conocía. Al verle, Corey lanzó un saludo con una mano mientras tecleaba en la caja registradora con la otra. Chris se lo devolvió y avanzó por uno de los pasillos, el de la bebida.

Le costó encontrar un vino que le gustara, a parte del blanco que le había pedido Kara. Ya que era una noche especial, lo que no debía faltar era un vino dulce para brindar. Chris abandonó el pasillo y fue directo a la caja, donde la mujer seguía pidiendo cosas a Corey.

-¿Qué le vas a regalar?- preguntó Corey, desviando la mirada hacia Chris, lo que hizo refunfuñar a la mujer. Ésta se apartó y dejó que pasara, aparentemente le quedaban muchas cosas por pedir.

-Gracias, señora. Y perdone por las molestias.

-Tranquilo, mi marido no ha hecho la compra mientras yo trabajaba, así que me queda todavía un rato.

Corey pasó rápidamente todos los artículos por la caja y le cobró. Lo metió todo en una bolsa de plástico y se lo entregó a Chris, quien respondió a su pregunta.

-Le he comprado un anillo, con todo lo que tenía ahorrado- metió la mano en el bolso de la chaqueta y lo sacó con cuidado. Al abrir la urna que lo contenía, Corey quedó boquiabierto con el diamante que estaba en el centro.

-Te ha tenido que costar un riñón, fijo que con eso la conquistas- exclamó la señora, dándole una palmada en la espalda.

-Eso espero- respondió, sonriendo y dándose la vuelta para salir por la puerta de nuevo-. Nos vemos el martes- dijo a Corey, antes de que la puerta se abriera de nuevo.

La televisión estaba encendida, justo encima de la cabeza de Corey, cuando la señora soltó un alarido que hizo que ambos miraran hacia allí. En medio de un caos tremendo, los coches se estrellaban unos contra otros, mientras la gente corría por las calles a oscuras. A simple vista, todas esas personas parecían normales, pero pronto se dieron cuenta de que lo único que tenían de normales era su aspecto.

Cada vez que una persona tropezaba con otra, detrás había más gente que se abalanzaba sobre ella y comenzaba a arañarla y morderla. Era como el escenario de una película de terror, todo ensangrentado, personas siendo destrozadas por otras, como si fueran animales. Las calles quedaban cada vez más vacías, y las personas que en ellas quedaban se tambaleaban de un lado a otro, como si estuviesen bajo los efectos del alcohol. Pero no era así era una especie de locura generalizada.

De repente, la televisión dejó de emitir y la pantalla se volvió gris por completo. La mujer se llevó las manos a la boca y comenzó a llenar la cesta con comida, dispuesta a arrancar con todo lo que pudiese.

-Señora, ¿pero qué hace?- preguntó Corey, intentando detenerla. A pesar de su pequeña estatura, era robusta y esquivaba todos los intentos de Corey por pararla.

-Corey, déjala, tenemos que irnos. Eso era a apenas cuatro manzanas de aquí, no podemos...

Sin dejar acabar la última frase, algo se tiró contra él y le golpeó el pecho. Un hombre estaba tendido sobre él con la boca abierta encima de la suya, sangrando sobre sus mejillas. Tenía la parte superior de la frente desgarrada, con un pedazo de piel colgando de la nariz. Su fuerza aplastaba las costillas de Chris, a pesar de los intentos de éste por apartarlo.

Con una mano consiguió agarrarle del cuello y tirar de él hacia arriba para alejarlo de su cara. Pesaba bastante, no sería capaz de aguantar mucho. Entonces, un golpe seco apartó al hombre de Chris y la lanzó a su lado, donde quedó tendido apenas dos segundos. Se volvió a abalanzar sobre él, pero algo metálico le atravesó la cabeza.

El cuerpo del hombre cayó sobre Chris, pero esta vez no hubo ni un solo movimiento más. Estaba muerto, sobre él. Lo apartó rápidamente y se levantó de un salto. Estaba cubierto de sangre, sangre que venía de la boca del hombre.

-¿Qué cojones era eso?- preguntó Corey, con cara de completa incredulidad. A pesar de haberle matado, estaba más asustado incluso que la señora, que se escondía tras el mostrador.

-No lo sé, pero hay que irse. Hay otra salida, ¿no?

-Sí, está por la parte de atrás.

-Muy bien, pues cierra ésta. ¡Rápido!

Corey echó a correr hacia la caja registradora, con el paraguas que había utilizado para matar al hombre en la mano. Apretó un botón y la puerta comenzó a cerrarse al instante. No obstante, un chico llegó corriendo y se precipitó contra la puerta, pero se dio de morros contra el cristal. Chris se quedó patidifuso, sin poder decir ni una palabra. No era como el otro hombre, era una persona.

-¡Abre!- chilló a Corey, pero éste no reaccionaba, no quería abrir. Negaba con la cabeza, no iba a abrir. Chris se mordió el labio, mientras escuchaba chillar al muchacho. No podía dejarle, no con esos monstruos.

Comenzó a correr hacia Corey, tenía que abrir antes de que llegaran, no podía ver morir a aquel chico mientras se quedaban de brazos cruzados. Llegó a donde estaba y buscó a tientas el botón, apretando a cualquier sitio que podía. La puerta se abrió, y el joven entró desesperadamente, tirándose a un lado mientras aparecía tras él un grupo enorme de hombres y mujeres, desgarrados y cubiertos de sangre.

-Cierra, Corey- dijo Chris, mientras cogía otro paraguas de la papelera. Éste apretó rápidamente y la puerta comenzó a cerrarse de nuevo. Pero no había acabado de hacerlo cuando una mujer entró velozmente e intentó morder las piernas del muchacho. Tras ella, la puerta se bloqueó y un montón de gente se agolpó en el cristal, dando puñetazos e intentando entrar.

La mujer consiguió de primeras arrancarle uno de los zapatos, pero al segundo intento de mordida se llevó un paraguazo en la sien. Cayó contra una de las estanterías y ésta se volcó sobre ella, atrapándola entre dos estantes. Chris se acercó a ella para clavarle el paraguas como había hecho Corey, pero se dio cuenta de que no podía matarla. Le flaqueaban las piernas, era una persona al fin y al cabo, no podía matarla.

El joven se levantó y le arrancó el paraguas delas manos. De un solo golpe, se lo clavo desde la superficie bajera de la bocahasta lo más arriba que pudo. La mujer quedó inmóvil al instante, sin signos devida alguna. 

Aim to the headDonde viven las historias. Descúbrelo ahora