Hoy era el día. Hoy era 29 de octubre, el día del cumpleaños de mi padre. Debería sentirme feliz y organizar una fiesta pero no. Hace 7 años, cuando solo era una niña de 14, mi padre intento matarme y no fue por odio o porque no me quería, si no por un trastorno con el que mi padre carga desde sus 6 años.
Todos hemos escuchado de la esquizofrenia, ese trastorno mental que se caracteriza por la alteración de la personalidad, alucinaciones y pérdida del contacto con la realidad. Mi padre asistía a terapias para controlar sus cambios agresivos, pero parecía que no le funcionaba y eso a él no le gustaba, por lo que, con mayor razón se ponía agresivo y golpeaba a mi madre.
Tras el incidente, mi padre fue internado en un manicomio, mi madre se divorcio de él y prometió jamás volver a verlo, mientras que yo, solo me aleje de mi familia. La única vez que visitaba a mi padre era en su cumpleaños, lo iba a visitar por unos minutos y le llevaba algún obsequio para que no se sintiera abandonado, así como yo me sentía tras el divorcio de mis padres.
(...)
El taxi me había dejado afuera del enorme edificio de tonos grises y apariencia escalofriante. El ambiente en ese lugar era tenso, en muchas ocasiones podías oír los gritos desgarradores de algún paciente que trataba de escapar del infierno. Los pasillos fríos y poco iluminados hacían estremecer cada uno de mis músculos, mientras que con cada paso sentías el miedo acorralarme.
- Hola hija –saludo mi padre. Su rostro era devastador, tenía unas enormes ojeras, su rostro lleno de rasguños y moretones debido a sus grandes intentos por auto flagelarse. Su vestimenta sucia y con algunos rastros de sangre mostraba lo descuidado que lo tenían.
- Hola. Feliz cumpleaños –di una media sonrisa.
- Muchas gracias –sonrió- me alegra que hayas venido, creí que no te volvería a ver
- Estoy muy ocupada, no podía venir a ver
- ¿A un enfermo? –interrumpió alterado- no tienes tiempo para ver a tu enfermo padre –rio de manera macabra para luego levantarse y golpear el vidrio que nos separaba- eres una maldita zorra –gritaba.
Tras ver su reacción me aleje del vidrio, los paramédicos no demoraron en llegar para luego llevarse a mi padre. El doctor se acerco a mí, yo aun no me acostumbraba a sus cambios de actitudes tan repentinas.
- ¿Se encuentra bien? –pregunto el doctor.
- Si –limpie algunas de las lagrimas que brotaron de mis ojos tras ver a mi padre- ¿podría usted darle esto a mi padre? –le mostré la caja envuelta en un papel de un verde pastel.
- Claro –me miro un tanto sorprendido.El doctor se dirigía a tomar el regalo cuando las alarmas sonaron, me asuste al escucharla de pronto, más aun cuando vi la cara de terror del Doctor. Este corrió sin esperar ningún segundo, mientras que yo quede completamente estática. Los gritos de dolor de alguna persona se escuchaban al fondo del pasillo, asustada voltee de manera lenta encontrándome con la horrible imagen de un hombre cubierto de sangre mientras mordía el cuello de una de las enfermeras.
- Pero que bella –me miro el hombre con una sonrisa de maldad. Se acercaba a mí mientras saboreaba la sangre que se encontraba alrededor de sus labios.
Mis piernas no se movían, me encontraba estática, sentía como mi cuerpo temblaban a tal punto de que pronto mis piernas perderían su fuerza y yo caería al piso. Tras sentir la fuerte respiración de aquel hombre y el fuerte olor de la sangre que provenía de su ropa, mi pulso se acelero, en cualquier momento sentiría que mi corazón se saldría de mi pecho.
- ¿tienes miedo? –tomo un mechón de mi pelo para comenzar a jugar con el- tranquila, solo sentirás un dolor insoportable en el cuello –se rio.
- n-no-te-ten-g-go-mie-do –tartamudee.