Capítulo II

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Siendo como soy de dormilona, aquel 20 de enero me puse en pie a las 8 de la mañana. Recién cumplidos los 17 y teniendo bajo propio, sentía que iba a comerme el mundo y que nadie podría pararme.
Me dispuse a montarlo todo. Conectar el amplificador a la corriente, del amplificador el jack y finalmente mi Harley Benton, pero alguien interrumpió en mi habitación cuando mi trasero estaba a centímetros de la cama, lista para sentarme y ponerme a tocar. Volteé la cabeza para ver quien era y resultó ser mi hermano pequeño, impaciente por verlo y toquetearlo un poco él también.
Hicimos un trato:

-Enano, hacemos un trato... Tú me traes un vaso de leche fría con cacao y un cruasán en lo que yo afino el bajo, y cuando me lo traigas, mientras yo desayuno, tú tocas. ¿Qué te parece? -le propuse mientras él se rascaba la barbilla.

-¡Hecho!

Othar era un niño de 10 años muy espabilado, solía saber bien lo que hacía.

Afiné el bajo lo mejor que pude y entre fallos toqué una canción de SOAD. Justo al terminar entró mi hermano en el cuarto con un vaso de leche caliente y un cruasán.

-¡Spiders! -gritó dejando claro que había reconocido la canción.

-¡Muy bien, Othar! -le felicité mientras dejaba el bajo recostado en la cama, lista para tomar el delicioso desayuno que mi hermano me había hecho. -Oye, enano... Esta leche está caliente. -dije con un tono gracioso.

-Si, es que al abrir la nevera me ha dado mucho frío y he pensado que mejor calentita... No la quieres? -soltó con aires de preocupación, llevándose las manos detrás de la espalda y bajando la cabeza.

-¡Claro que la quiero, burro! -reí.

En cuanto acerqué el vaso a mis labios, Othar estiró los brazos pidiendo que le prestara mi nuevo instrumento. Solté una risita, rápidamente dejé el vaso encima de la mesa y le colgué el bajo, pero viendo lo grande que le quedaba, le sugerí que se sentara en la silla del escritorio. Así lo hizo. Yo terminaba mi desayuno mientras contemplaba a mi hermano luchar contra aquellas cuerdas tan gruesas que parecían apoderarse de sus diminutos dedos y me dirigí a lavar el vaso a la cocina, una vez vacío.
Al volver vi a mi hermano intentando dejar el bajo en la cama, pero parecía que pesaba más que él así que lo cogí yo.

-¿Satisfecho, Othar Jazz Bassist? -me burlaba.

Él contestó con una pequeña carcajada y seguidamente salió de mi habitación cerrando la puerta detrás de él, dejando que me quedara a solas con mi nuevo tesoro. Por fin.

Me colgué el bajo y me dispuse a tocar.

Cuatro CuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora