Capitulo 2

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Cuando arranco el coche miro el cielo de Madrid. Como de costumbre, en su tono grisáceo normal, con la luna escondiéndose.Mi reloj marca las 6:00.De camino a las Celdas hecho un vistazo por la carretera. Siempre vacías, con su color gris y alguna mancha roja decorando su rugosa superficie. Las vallas protegen la carretera y los edificios están silencioso y viejos. La mayoría en ruinas. Y se supone que mi casa está situada en él área rica de la ciudad. Un pequeño anciano sale de su casa con un pequeño macuto de cuero a la espalda, estoy tentada de avisarle, prevenirle de que debe volver a su domicilio antes de que los guardias se percaten de su presencia y lo cosan a balazos. Pero no lo hago. Muestro una fría indiferencia cuando una figura oscura se acerca al anciano y arremete contra él con la culata de su arma. El hombre yace inconsciente en el suelo. Con una mancha a su alrededor. Yo sigo mi camino. Mirando al frente. Indiferente. Cobarde, me digo a mí misma.  Eso es lo que pasa cuando no se obedece a la Tercera Guardia, cuando no haces caso del toque de queda. Todas las personas de la ciudad deben estar en sus edificios de alojamiento antes de las 8 de la tarde. Y deben levantarse a las 7 de la mañana. Si no obedeces, acabas como el anciano tendido en la calzada.
    Las vallas que protegen la carretera por donde pasamos los militares se encienden exactamente a las 6:30 de la mañana. Por ellas corren un tipo de energía que electrocuta a cualquiera que la toque. Mucho menos puede ser escalada.
Cuando llego a las celdas me fijo en el edificio detenidamente como hago cada mañana. Mis ojos examinan los muros de metal, que se elevan por diez plantas ascendentes. Las mismas vallas que hay en las carreteras envuelven el edificio. Enorme, imponente, peligroso. Gris. Todo es tan gris.
Aparco mi coche en el aparcamiento subterráneo y le entrego mis llaves a Adam, el encargado de esta planta. Saco mi tarjeta de identificación y la paso por un panel metálico que se encarga de llamar al ascensor y hacer saber a mis superiores que he llegado. El ascensor llega. Guardo mi tarjeta y entro. Pulso el botón de la segunda planta y hecho un vistazo al espejo que tengo delante. Muy pocas veces al día me entretengo en mirarme en el espejo, ni siquiera cuando me peino, hacerse una colega no requiere tener un panel reflejante delante de tu cara. Mi pelo, castaño oscuro está recogido en un coletero. Mis pómulos altos carecen de color. Estoy pálida. Como siempre. Acorde con mi tono de ojos grisáceo. Aparto la cara del espejo al ver la cicatriz encima de mis cejas perfectas. Como odio mis marcas.
El ascensor se detiene en la planta dos y salgo rápidamente. En el pasillo hay tres guardias armados en frente de la celda de los sospechosos. Cuando paso, nadie me saluda.
Buenos chicos.
Abro la puerta y me obligo a forzar una sonrisa. James está en frente de mi.
-Buenos días señorita Ross. ¿Qué tal la mañana?
Tanto optimismo me dan ganas de vomitar.
-Buenos días James, la mañana tan fantástica como siempre - espero que haya notado la ironía- ¿Alguna novedad?
James me sonríe e intenta adoptar una postura profesional fallida. Es de las únicas personas que me sonríen.
-Pues verás Ross, esta vez sí que hay noticias jugosas, por decirlo de alguna manera. Ayer, un acusado escapó de su celda. Usted sabe que es prácticamente imposible escapar de este edificio. Anoche sobre las 3:00 lo detuvimos en un edificio a las afueras de la ciudad. Solo necesitamos saber cómo escapó. Está malherido. Espero que sepa cómo sacarle información-me guiña un ojo- es todo tuyo preciosa.
Asiento, un poco aturdida ¿Escapar, de las Celdas, el edificio más seguro y vigilado del país ? Es de risa, el coronel Walker debe estar muy avergonzado. Me río un poco al pensar en su cara. De repente me entran unas ganas muy particulares de conocer al primer hombre que ha logrado escapar de este edificio.

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