La nota

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La expectativa que se sentía en el castillo por el baile de navidad, crecía cada vez más a medida que los últimos días de noviembre se iban desvaneciendo del calendario. Hagrid ya había escogido que pinos serían utilizados en el Gran Comedor, el profesor Flitwick pasaba su tiempo libre en la Sala de Profesores realizando innovadores encantamientos para la decoración, y hasta Peeves iba por ahí silbando melodías navideñas mientras hacia sus ya acostumbradas bromas al celador Filch.

Se había vuelto habitual que en las mañanas, durante el desayuno, alguna chica recibiera un paquete de su hogar con vestidos o accesorios y que saliera corriendo a su dormitorio para echarle un vistazo acompañada de sus amigas. Varios chicos también recibían sus túnicas de gala, ya sean nuevas o alguna de las que tenían, pero no se emocionaban tanto como en el momento en el cual tenían que pedirle a alguna muchacha que los acompañara al baile.

Como por ejemplo Neville Longbottom, que después de dar mil vueltas por los lugares en los que los Hufflepuff usualmente estaban, por fin un día antes del baile se atrevió a pedirle a Hanna Abbot que fuera su cita. Estaba pálido y tembloroso, tanto que tuvo que repetir la pregunta unas cinco veces, y cuando Hanna pudo entender que es lo que el pobre chico balbuceaba, le dijo que sí sin dudarlo un segundo. Entonces Neville estalló de emoción y, torpemente, tropezó para caer por las escaleras hasta aterrizar unos dos pisos más abajo.

La señora Pomfrey tuvo que curarle una pierna rota y lo mandó directamente a su habitación, advirtiéndole que si no descansaba, al día siguiente no podría pararse ni mucho menos bailar. Luna, que estaba ahí para preguntarle a la señora Pomfrey sobre las propiedades curativas de los Hipokampees, fue muy amable ofreciéndole su brazo a un Neville cojo y acompañándolo hasta el retrato de la señora gorda.

Es así que la segunda semana de diciembre al fin llegó y ya nadie podía ocultar su entusiasmo. Harry despertó contento porque gracias al baile, todo el colegio tenía ese viernes completamente libre de clases. Se puso de pie haciendo a un lado el edredón y su sonrisa se acentuó más cuando recordó que esa mañana también le llegaría la confirmación de una compra que había hecho vía lechuza.

-¡Buenos días!- saludó Neville radiante de alegría. Ya se había despojado del pijama y se ponía una camiseta azul. Ni Dean ni Seamus estaban en el dormitorio.

-Hola Neville, ¿qué tal sientes la pierna?

-De maravilla. Me dolía un poco cuando me estaba acostando, pero ahora ya no más- respondió sacando la cabeza por un suéter gris- Aunque de todas formas tengo que ir a ver a la señora Pomfrey.

-Me alegra que ya te sientas mejor- dijo Harry y se metió al baño para cepillarse los dientes. Cuando salió, Neville ya se había ido.

Un gruñido afloró de la cama de Ron. Éste giró para quedar con la espalda recostada y se quitó las sábanas de la cara.

-Dime que me quedé dormido y que el dichoso baile ya pasó- masculló con pereza.

-Pues lo siento, no has dormido lo suficiente- le respondió Harry divertido- ¿Estás seguro de que no quieres invitar a nadie? Hermione también sigue sin pareja y...

Ron volvió a gruñir.

-Entre tú y Ginny me van a sacar de quicio.

Harry se río. A veces creía de verdad que Ron si era un cabezota. Se iba deshaciendo del pijama con ese pensamiento en la mente, cuando un pergamino doblado en dos le llamó la atención.

-¿Qué es eso?- preguntó acomodándose el cuello de su camiseta.

Ron siguió la trayectoria de la mirada de Harry y encontró una nota sobre las cobijas que cubrían sus pies. La tomó entre sus dedos y la desplegó. Sus ojos se iban abriendo mucho a medida que leía y cuando terminó, las orejas y el resto de su rostro estaban totalmente enrojecidos.

Harry Potter y el Legado MortífagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora