Capítulo 11

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KAT'S POV

Me levanté al sentir algo húmedo contra mi mejilla. Abrí los ojos lentamente y miré a mi alrededor intentando encontrar la causa de mi despertar. Cundo lo hice solté un grito alarmada y rodé hacia la izquierda. Una vez recuperada del susto me levanté y lancé una mirada fulminante al equino que se alzaba junto al lugar en el que me encontraba descansando hasta hace unos momentos.

- ¿Cómo has conseguido soltarte? -pregunté al caballo, pues estaba segura de que anoche la até a un árbol.

Como toda respuesta, Ohanna giró la cabeza en dirección al extremo de la rienda, donde un trozo de tronco, no mucho más ancho que mi muñeca, se encontraba atado. 

Lancé una mirada lánguida a los restos del supuesto árbol. Probablemente anoche no vi su pequeño tamaño debido a la oscuridad y tampoco noté su estrechez al atar el nudo a causa del cansancio.

Resoplé y miré el sol, que ya se encontraba bastante alto en el cielo.

- ¡No me puedo creer que haya dormido tanto! -grité a la nada, con el ceño fruncido- ¿No se supone que acabo de despertar de días de inconsciencia?

Molesta conmigo misma por haber sido tan descuidada, me dirigí a desatar el trozo de tronco de las riendas de Ohanna mientras esta me lanzaba una mirada interrogatoria.

- ¡He sido una tonta! -exclamé enfadada- ¡Un chico al que no conozco de nada y que además me ha drogado varias veces, seguramente me esté persiguiendo para llevarme a quién sabe dónde y hacerme quien sabe qué! ¡Y a mi no se me ocurre nada más que quedarme dormida! -suspiré, ahora frustrada- Seguramente si no me hubieses babeado toda la cara seguiría dormida. Te debo una, amiga.

Ohanna me lanzó una mirada comprensiva (Todavía me sorprende la capacidad de expresión de esta yegua)

Justo en ese momento, mis tripas rugieron  de hambre e inconscientemente me llevé las manos al estómago. La realidad me golpeó. La última vez que comí fue hace varios días, y el hambre estaba aprovechando este momento para atacar. Toda la despreocupación de anoche se desvaneció de un plumazo cuando me di cuenta de que todo mi esfuerzo para ser libre no valdría para nada si moría de hambre ahora.

Suspirando, me monté en Ohanna y le di una patada en el flanco. Tendría que encontrar un pueblo y pedir comida allí, pues dudaba que, aún con la ayuda de mi magia, fuese capaz de capturar un solo conejo. Y tenía bastante claro que no era lo suficientemente valiente como para despellejarlo y deshuesarlo yo misma.

No pasó mucho tiempo hasta que divisé la primera aldea. Esta se encontraba al pie de una colina cercana a la cueva en la que había pasado la noche. Desde lejos, parecía una aldea perfectamente normal, pero según me iba acercando, podía distinguir los escombros apilados a los lados de las calles y el repugnante olor que emanaba todo el lugar. Al observar con mayor detalle, pude ver un trozo de madera podrida, en el que apenas se podía distinguir lo que estaba escrito. Al esforzarme un poco más, pude leer la casi invisible palabra. Heksnoir, decía. Supuse que era el nombre de este sitio. 

Por un momento considero la idea de irme y buscar otro lugar, pero el incesante sonido de mis tripas me recuerda que no puedo permitirme elegir.

Lentamente, me bajo de Ohanna y agarro las riendas para llevármela conmigo. Mientras avanzo por las calles me fijo en la ropa raída y vieja y el brillo malicioso en los ojos de las pocos transeúntes. Un escalofrío me recorre la espalda cuando uno de ellos me dirige una amplia sonrisa sin dientes al pasar junto a mí. Al instante aceleré el paso, pues quería abandonar este tenebroso lugar cuanto antes. Intentaba evitar encontrarme con más gente y por culpa de eso acabé perdiéndome en este inmenso laberinto de calles. Trataba de encontrar desesperadamente a aquel inmundo lugar, mi hambre olvidada ya hace rato, cuando topé con un callejón sin salida. Oí una risilla, proveniente de detrás de mí e inmediatamente me giré para encontrarme de cara con cinco hombres adultos, todos ellos armados con cuchillos. 

El que parecía ser el líder, se adelantó y me apuntó con su machete.

- Este no es lugar para jovencitas como tú. ¿Qué te parece si te vienes conmigo y te muestro la salida? -dijo, a través de la espesa barba que le cubría la boca.

No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que estaba mintiendo. Seguramente me llevará hasta su guarida y me quitará todo lo que llevo encima, lo cual, teniendo en cuenta que solo había pasado un día desde que me había escapado, aparte de Ohanna, no era mucho. Y aunque hubiese creído lo que me decía, el detalle de que todavía me seguía apuntando con su machete seguramente me habría disuadido.

Mentalmente, fui preparando un plan de escape. No quería usar la magia porque podría atraer la atención de la gente, pero esa parecía ser la única opción. Ya me estaba preparando para utilizar el mismo ataque que usé con Alec, cuando una voz resonó entre los edificios.

- Cinco hombre contra una joven indefensa, ¿no os parece un poco injusto? Quizá yo pueda igualar un poco las cosas.

En ese momento pude ver como una figura masculina aparecía en el tejado de un edificio y saltaba de este para ágilmente caer delante mío.

Al estar colocado de espaldas a mí, no pude ver bien su aspecto, pero si me resultó posible observar que su cabello era de un color marrón oscuro y que llevaba puesta una túnica negra.

El chico, sin mediar palabra, se lanzó a por el hombre que tenía mas cerca, que resultó ser el mismo que me había hablado. En ese momento, comenzó una batalla entre el joven y el grupo de hombres. Lo asombroso, era que a pesar de ser cinco contra uno, era el chico el que parecía estar ganando. Esquivaba todos los puñetazos, patadas y ocasionales cuchillos que le lanzaban. Era como si estuviera bailando un ballet ensayado hasta la perfección. Tan ensimismada estaba, que no vi el cuchillo que se dirigía hacía mí hasta que fue demasiado tarde. Este se clavó en mi estómago, provocando que un agudo dolor me recorriese todo el cuerpo. La fuerza me abandonó y caí de rodillas al suelo. Abrí la boca para gritar pero lo único que salió fue un gemido ahogado. El chico, de algún modo, alcanzo a oírlo y cuando me vio abrió los ojos alarmado. Su expresión rápidamente cambió a una de ira y en ese momento, el hermoso ballet pasó a ser una matanza. Sus oponentes no tenían ni una oportunidad contra sus sobresalientes movimientos. Se movía como un felino, rápido y certero, sin dar cuartel a los hombres. 

En menos de un minuto estaban todos muertos.

Abrí los ojos asustada ¿como podía matarlos tan tranquilamente, sin que su expresión cambiara ni un ápice?

El chico, que actuaba como si nada hubiese pasado, se acercó a mí. Podía sentir como se me cerraban los ojos, pero con los últimos rastros de fuerza que me quedaban, extendí la mano y lancé una débil llamarada en su dirección. No quería que se acercase a mí.

Lo último que vi antes de sumirme en la inconsciencia fue como la esquivaba fácilmente y me miraba con ojos sorprendidos.

Entonces la oscuridad se cernió sobre mí.


La fugitiva del temploDonde viven las historias. Descúbrelo ahora