Nazis

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Me encontraba en mi habitación, en ese pequeño habitáculo con el techo lleno de estrellas, una pared verde decorada con luces blancas, una cama demasiado grande para una persona y un espejo justo enfrente de ella. Me vi desde la puerta, sentada sobre el colchón, mirándome al espejo, pero sin apenas verme reflejada en él. Parecía que estaba demasiado ocupada haciendo algo que no podía ver muy bien. De pronto sentí un empujón que procedía de atrás, un empujón que me llevo directa hacia la 'yo' que estaba observando, chocamos y nos hicimos una.

Rápidamente alcé la vista hacia el espejo, no fui capaz de reconocerme, pesaba como cien kilos más de lo normal, con la boca y las manos pegajosas, rodeada de envoltorios de comida basura, seguí mirándome fijamente tratando de recordar el momento en el que llegué a estar así, quería gritar y llorar, rompí el espejo de un puñetazo, ¿pero qué me está pasando? Perdí el conocimiento poco después de que entrara mi madre a la habitación y viera toda la cama ensangrentada.

Ahora estoy en un hospital, abro los ojos lentamente, me siento muy débil, lo primero que veo es a una mujer que me dice que todo irá bien, que no me mueva mientras me coge el brazo, me asusto al sentir una aguja y miro fijamente hacia la zona en peligro. No puede ser. Mi brazo, mis dedos... Parezco un esqueleto. La mujer no deja de clavarme agujas, siento un dolor y una confusión terribles, trato de encontrar algo familiar a mi alrededor, todo está gris, excepto la puerta blanca detrás de la doctora, que no deja de consolarme mientras busca más agujas. Cuanto más habla menos la oigo y más borrosa se me hace su cara. No aguanto más, trato de levantarme, pero aparece mi madre de nuevo, quiero que me saquen de aquí, estoy perfectamente, no me gusta este lugar. Pero le diga lo que le diga ella no hace más que llorar y culparse por todo, y nada de lo que dice me suena, ¿cuándo ha desaparecido mi padre? Si nunca lo he tenido conmigo. Me tumbo sobre la cama y cierro los ojos deseando que sea una pesadilla.

Al abrirlos, aparezco en un desfile, todo está en blanco y negro, hasta yo, me miro las manos que van guiando mi vista hacia mi vestimenta, mi cuerpo por fin es normal, pero esta no es mi ropa, es el estilo de los años 40. Comienzo a buscar caras conocidas a mi alrededor, nadie... Todos aplauden como locos hacia algo que no logro ver, no logro oír nada por muy fuerte que griten las personas que me rodean.
Trato de abrirme paso entre la multitud, y por fin llego a una de las primeras filas del desfile. Mujeres alineadas con vestidos preciosos no dejan de avanzar al compás de una música que no puedo  oír, pero la veo. Detrás le siguen soldados, igual de alineados, pero ahora más serios, y a cada grupo que aparecía se mostraba más serio que el anterior. Comenzaron a venir tanques, la gente se volvió loca en aplausos, hasta ese momento no me había fijado en que casi todos eran rubios y altos. Comenzaron a salir personas de los tanques, llevaban en su ante brazo una especie de signo, me suena, es el de los judios, son niños, están tristes, de repente comienzan a dispararles, la sangre salpica al publico, es el único color que se distingue. Se acercan más tanques, y salen personas con la misma ropa que los niños de antes, ahora no sé si son adultos o niños, ni siquiera sé si son hombres o mujeres, sus caras están mutiladas, y encima de ellas otras caras cosidas sobre la original, solo tienen intacta la boca para poder gritar. No puedo evitar echarme a llorar, la gente se ha callado, por fin oigo la música, es un himno, y un discurso. Necesito salir de aquí, comienzo a correr hacia los tanques, casi me atropella uno pero logro cruzar la calle y doblar la esquina.
Todo se ha vuelto de color de nuevo, ya tengo mi ropa normal, otro desfile, niños morenos alineados, sonrientes y bien vestidos, parece que ninguno de ellos me puede ver. Un hombre ha logrado reconocerme en la lejanía, pero no me parece de fiar. Me meto corriendo en un taxi que me lleva a casa.
Todo ha sido tan extraño-le comento a mi compañera de piso-ahora sólo necesito una ducha bien fría.
Al salir me pongo una ropa extraña, un mono gris. No me suena habérmelo comprado. Mi pelo ahora es rubio, tan claro como el trigo. Mi compañera me comenta que tengo que ir a hacerme la prueba, ¿qué prueba?
-Es por la que pasamos todos antes de entrar en la Universidad, tienen que ver si eres apta, ya sabes una aria completa, no debes tener heridas ni vergüenza, y mucho menos parecer triste, son signo de debilidad para ellos, ¿a caso no te lo explicaron en tu colegio?-nada de lo que decía me estaba sonando.-va, no vayas a llegar tarde.
En un instante estaba ahí, en la fila de reconocimiento, decenas de personas iguales a mí, me apoyé en una cinta y me hice un corte en el dedo índice-mierda-. Traté de salirme de la fila, no sabía cómo pero conocía lo que le hacía a la gente no apta. Maldito corte, lo va a estropear todo, con lo que me ha costado llegar hasta aquí. ¿Pero qué estoy diciendo? Si esta no es mi vida.
Comienzan a llamar a gente, la fila avanza más deprisa y no dejo de ocultarme el dedo con la manga para que nadie pueda verlo, -no soy débil- me repito, mientras otros se salen de los nervios yo avanzo más decidida que nunca.
Llegó el momento, todos a mi alrededor sonríen, están orgullosos y me felicitan por el éxito de la prueba, ¿cuál? Si no me han hecho ni una pregunta. Pero al menos no se habían fijado en mi herida, estaba a salvo. Hasta que alguien me dijo que quedaba una cosa por hacer, no, otra vez no.
Me dirigieron hacia una sala muy estrecha, con apenas un sillón, ahí estaba, estábamos solos, sentís mucho miedo y odio a la vez. Abrió la boca y supe que estaba sentenciada:

-Déjame ver ese dedo-dijo Hitler.

Sueño En Tonos Azul Y Gris.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora