VI

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Los ojos de Samuel se abrieron de golpe, nada más escuchar las palabras, pronunciadas demasiado altas, por uno de los carceleros.

Ha habido otro homicidio, así comenzó la frase, creo que ha podido ser uno de los presos del ala este.

El castaño, que aún permanecía en su cama, sonrió. Él sabía de quién se trataba. Nada más y nada menos que de su colega Tomás.

Ese hombre era casi incontrolable. Era difícil mantener bajo control sus ansias de arrebatar vidas.



—¿Has oído eso? —La voz de Percy llegó a oídos de su amigo. Sonaba como si estuviese a kilómetros de él, cuando no estaban ni a cuatro metros de distancia.

—Alto y claro —respondió—. Tomás nunca dejará de sorprendernos.

—Él nunca dejó de matar —dijo el inglés—. Ni siquiera cuando empezamos a actuar juntos.

—Sí —Samuel se incorporó de la cama, mirando sus pies—. Pero nosotros no hemos matado desde que estamos aquí.

—Lo sé —Percy presionaba sus dedos contra los barrotes, con fuerza. Parecía que fuera a deshacerse de ellos como si fuesen de plastilina—. Pero todos nos asocian con sus asesinatos desde que lo conocemos.

—Eso es bueno, ¿no?

—En cierto modo —Samuel se cansó de escuchar la voz de su compañero tan baja y decidió levantarse de la cama para acercarse a este. Echó un vistazo al final del pasillo, y ninguno de los azules estaba mirándolo, así que se sentó dando la espalda a una pared, y quedando de cara a la celda de su amigo. Este continuó hablando cuando sus ojos de encontraron—. Pero no tardarán mucho en ir tras nosotros.



El de ojos castaños asintió. Sabía que Percy tenía razón.



—Aún no saben que es Tomás.

—Pero muchos sospechan de él.

—Bueno... —El chico dejó unos segundos de silencio y continuó— Ya veremos que hacer si las cosas empiezan a ir en nuestra contra. —El contrario asintió y suavizó la fuerza que estaban ejerciendo sus manos.



El de ojos claros imitó a su amigo, sentándose también en el suelo, de manera que ambos podían verse.



—¿Qué haremos con el chico? —preguntó el que estaba en la celda continua a la de Guillermo, moviendo la cabeza señalando esta.



De Luque desvió la mirada, para buscarlo, pero como siempre, no conseguía verlo.



—¿Lo vamos a matar? —Percy se había percatado del odio que había sentido su amigo hacia el novato, desde el primer momento en el que se dirigieron la palabra. Por lo tanto sabía, que algo se traía contra él.

—Por el momento no —dijo—. Nos divertiremos un poco más.



La sonrisa de ambos dio por terminada la conversación. Ellos estaban satisfechos con eso, mientras que a Guillermo se le erizaban los vellos de los brazos. Había estado escuchando toda la conversación, aunque los otros dos no creyesen que pudiera oírlos.

Ese tipo, Tomás, era de lo peor. Y para colmo él había cabreado a uno de los que se juntaban con él.

No podía sentirse más mal de lo que ya se sentía.

Al menos, había conseguido quedarse sentado, después de tanto esfuerzo por moverse.

No quería pensar en ese momento. De hecho no podía permitírselo. Lo único que le vendría a la mente eran imágenes que no lo ayudarían en absoluto con su nueva vida en aquel lugar.

Tenía que mantener la mente en blanco. Ser fuerte y saberse defender de los ataques que, evidentemente, volvería a recibir.

El novato sentía un cúmulo de cosas en su interior, que no sabía describir. Lo único de lo que era consciente era que se sentía mal. Un dolor profundo en su pecho, y ahora por todo su cuerpo.

El chico se intentó levantar, pero lo que consiguió con ello fue desplomarse en el suelo. No podía hacer ningún esfuerzo.

Samuel y Percy desviaron la mirada hacia la celda de la cual provenía aquel ruido. Ambos se miraron y rieron.

No tenía fuerzas para moverse y eso le facilitaría mucho su próximo encuentro.

Algunos carceleros también miraron hacia el pasillo, pero nada más. No les importaba. Siempre y cuando no se hubiesen escapado.



—¿Te has golpeado muy fuerte, novato? —Samuel no podía evitar sonreír al hacer aquella pregunta— Algo me dice que no estás en condiciones para una pelea.

—Te mataré si te acercas a mí —le respondió el menor. Y oír aquellas palabras impresionaron al mayor. Primero de todo, no esperaba respuesta. Pero mucho menos algo como eso—. Así que ten mucho cuidado, gilipollas.



De Luque se mordió el labio inferior.

Hmm... Esto va a ser interesante, se dijo.



—Así que te atreves a echarme cara —Cerró su boca, dejando silencio para continuar hablando—. Eres valiente, debo reconocerlo. Pero eres muy imprudente.



Guillermo lo escuchaba con atención, de nuevo, desde el suelo.

El sabía que esas palabras eran completamente ciertas. Ni siquiera sabía porqué había respondido así. Pero estaba harto. Harto de todo y, simplemente, las palabras se habían formado solas en su garganta.



—¿Quieres morir, chico? —Oír aquella pregunta, no hizo más que recorrerle un escalofrío por todo su cuerpo. La voz de aquel hombre reflejaba frialdad. Una frialdad profunda y horripilante.

Se quedó en blanco.



El contrario imaginó la reacción del menor y no volvió a repetir la pregunta, como normalmente hubiese hecho.

Sólo miró a su compañero, que seguía allí sentado junto a los barrotes y le sonrió.



—Creo que eso es lo que quiere, Samu.



Y así fue como Guillermo supo el nombre de su peor pesadilla. Samuel.

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora