De maneras misteriosas

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A las siete y media, Ron estaba hecho un manojo de nervios que no dejaba de dar vueltas por el dormitorio de los chicos. Tenía puesta la túnica de gala que los gemelos le habían regalado hace unos años y que no pudo estrenar. Le quedaba un poco más ajustada porque había crecido mucho desde entonces, pero aún sí se sentía increíble. De todos modos, cualquier trapo era mejor que aquel vestido de abuelita que tuvo que usar en el baile de navidad de cuarto año.

-¿Deberíamos ir ya?-preguntó el pelirrojo con el ceño fruncido de preocupación.

-Aún es temprano- repuso Harry tratando de que su cabello azabache luciera más decente.

Los chicos no habían visto ni a Hermione ni a Ginny después de la hora del desayuno. Fue como si ambas se hubieran esfumado, con la mayoría de las chicas, a un mundo muy lejano de encajes, peinados y maquillaje. Un rumbo totalmente desconocido y confuso para los muchachos.

Ron aún tenía sus dudas sobre la chica que le había escrito la nota, sin embargo Harry estaba cien por ciento seguro de que se trataba de Hermione. ¿Quién más en Hogwarts tendría esa caligrafía tan delicada? Aparte de la profesora McGonagall, claro. Aunque era ridículo pensar que la directora vaya por ahí dejando notitas a los alumnos.

-Me rindo- se lamentó Harry viendo su imagen en el espejo. Su pelo nunca cedería- Bueno, ahora si vámonos. Empezaré a preocuparme si sigo viéndote en ese estado.

Fueron uno de los últimos en dejar la torre de Gryffindor, ya que la mayoría no pudo aguantar la espera e iban llenando el Gran Comedor desde las siete.

A medida que se acercaban, Ron temblaba de manera más violenta. Se mordía el labio inferior tan fuerte que en cualquier momento se haría una herida. Un par de veces durante el trayecto quiso echarse para atrás, pero ahí estaba Harry, impasible, arrastrándolo a lo que sería su sentencia de muerte. ¿O no?

Llegaron a las puertas del Gran Comedor y ahí estaban ellas.

Ginny llevaba un precioso vestido de color añil que le iba hasta las rodillas, con adornos perlados en el pecho y mangas de encaje envolviéndole cada brazo. Hermione, por su parte, estaba ataviada con un vestido más largo, de color dorado, que terminaba con delicados volados que rozaban el suelo en la parte inferior. Tenía los brazos descubiertos y una bonita cadena con una H de oro colgando de su cuello. El regalo que Ron le había hecho el día de su cumpleaños.

Como era de esperar, Harry y Ron se quedaron embobados, hasta que Ginny tuvo que acercarse a saludar.

-¡Al fin!- exclamó con un gesto que intentaba ser serio- ¡Pensé que nunca aparecerían! ¡Hermione... ven acá!

La chica del cabello castaño avanzó con paso trémulo. Tenía las mejillas sonrosadas y algo le dijo a Harry que eso no era parte del maquillaje. Todos se miraron como esperando que alguien abriera la boca y dijera algo, sin embargo nadie se atrevía. Era una situación bochornosa si lo veías desde fuera.

-Pues bien... -comenzó Ginny que había decidido tomar las riendas del asunto- Ven Harry, tengo unas excelentes ideas para el equipo que te quiero comentar- declaró jalándolo hacia el Gran Comedor- Y no Ron, tú no estás invitado.

Ron no dio ni medio paso más. Hermione le dirigió una mirada de súplica a la más joven de los Weasley, pero ella sólo la ignoró. Harry y Ginny se alejaron sólo un poco puesto que no querían perderse la acción, ni tampoco ser la cuerda sobrante en la conversación que Ron y Hermione tenían que iniciar.

Porque tenían que hacerlo, de lo contrario se pasarían el resto de la velada mirando las baldosas del pasillo. Y eso ni era divertido, ni era parte del plan.

Harry Potter y el Legado MortífagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora